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domingo, 5 de marzo de 2017

Manson, Barringer y Chicxulub: ¿Por qué todos los cráteres son cómo rosquillas?

El cráter Barringer, cerca de Flagstaff, Arizona.
En sendas entradas anteriores [1] [2] les conté que, sin otro afán que disfrutar de un espectáculo que (de momento) es gratis, entre mis vanos intentos de no hacer nada se cuenta observar la Luna. Esa inofensiva y diletante afición, lejos de serenarlo, desazona mi ánímo planteándome preguntas a las que trato de dar respuesta como puedo. Como es evidente que viajar hasta la Luna no entra dentro de mis posibilidades, aprendo y luego lo cuento.
Mirando a nuestro satélite, me pregunté por qué todos los cráteres de impacto tienen forma circular. Hace unos años, visité en Arizona el famoso cráter Barringer, (hoy Meteor Crater National Park) que no es muy grande (tiene un diámetro de aproximadamente 1200 metros y casi 170 metros de profundidad) pero es un ejemplo que me viene como anillo al dedo de lo que les quiero contar. La ventaja de ese cráter es que es visualmente abarcable, algo así como una enorme rosquilla en medio del paisaje. Los hay más grandes, claro, pero uno no se da cuenta de ello hasta que se lo explican.
Viajando por Iowa, cerca de Manson, un pueblecito de unos dos mil habitantes, entretenido con el América de Johnny Cash, estuve conduciendo por el interior de un cráter sin percatarme de que estaba en medio de la que fue una colosal sartén. Manson, que está hoy en pleno corazón del Corn Belt y separado del océano Atlántico –su costa más cercana- unos 1.700 kilómetros, estuvo hace unos 150 millones de años cerca del mar y en un mal lugar en el que cualquiera de los granjeros que hoy dormitan bajo unos gigantescos silos o se aburren vagando por Main Sreet después de votar a Donald Trump, hubiera preferido no estar.
En Manson, aunque disimulen delante de los forasteros, les encanta hablar de su cráter, así que no tuve que hacer el menos esfuerzo para que el encargado de la gasolinera, un tipo alargado como una cucaña que parecía haberse engominado el pelo con grasa de tractor, me pusiera al día sin dejar de mascar una bola de tabaco. Con algún dato de mi cosecha, esto es más o menos lo que, entre escupitajo y escupitajo, me contó.
Monumento alegórico que, a modo de esperpéntica falla,
contribuye al ornato de la entrada de Manson recordando
al visitante lo que pasó por allí.
Cuando Manson estaba en la costa, una roca de unos 1,4 kilómetros de anchura, que pesaba 10.000 millones de toneladas (Medite la cifra: si logramos juntar todo el hierro forjado de la torre Eiffel apenas llegaríamos a las 10.000 toneladas.) y se desplazaba a unas doscientas veces la velocidad del sonido, atravesó la atmósfera y se estrelló en la Tierra con una violencia inimaginable. La zona en la que los trumpistas cultivan hoy maíz y atienden a sus cerdos, se convirtió en un instante en un agujero de cinco kilómetros de profundidad y más de 32 de anchura. El cráter que dejó fue tan colosal que, si te colocas en un borde, sólo en un día claro podrías ver el borde opuesto. Por desgracia para quienes gustan de las vistas espectaculares, las glaciaciones rellenaron el cráter de placas de hielo hasta los bordes durante 2,5 millones de años; cuando se derritió el hielo, en su lugar quedaron capas de limos y arcillas que la erosión se encargó de alisar, dejando el paisaje en muchos kilómetros a la redonda tan plano como La Mancha.
En Chicxulub Puerto, Yucatán, México,
esta bonita estela de concreto fue colocada
en el hipotético centro del cráter.
Sí ese impacto les parece grande, átense los machos, que viene otro. Hace 65 millones de años, un asteroide de unos 12 kilómetros de diámetro chocó contra la Tierra y exterminó a cerca del 90% de los animales, entre ellos los dinosaurios. Luego se evaporó no sin antes dejar como tarjeta de visita el Chicxulub, un cráter de 180 kilómetros de ancho formado en la mexicana península de Yucatán. Pueden ustedes pasar por allí y, salvo el esperpento de la fotografía, no verán ni rastro, pero si quieren ver unas buenas fotografías de Max Alexander, pulsen este enlace.
Estos grandes impactos constituyen acontecimientos muy infrecuentes, pero la probabilidad aumenta con objetos menores. La probabilidad de que mientras que usted vive la Tierra choque con un objeto de un tamaño aproximado de un kilómetro es de una entre 5.000. Un objeto de un kilómetro de anchura es lo bastante grande como para causar una catástrofe mundial debido a la enorme cantidad de energía que liberaría en el impacto: al menos un millón de veces la potencia de la bomba arrojada sobre Hiroshima en 1945.
Cuando geólogos y astrónomos descubrieron que los cráteres se debían a impactos, dieron por supuesto que gran parte del cuerpo incidente debía hallarse aún enterrado bajo la superficie del fondo del cráter. Eso fue lo que animó en 1902 a Daniel Barringer (abogado, geólogo y propietario de negocios mineros, al que debe su nombre el cráter de Arizona) a explotar el hierro meteorítico que suponía estaba enterrado en el cráter. Adquirió el terreno que actualmente conserva su familia y creó la Standard Iron Company. No debió hacerlo.
Tras haber reunido numerosos indicios acerca del origen sideral del cráter y de años de ensayos de campo a base de horadar pozos hasta dejar el fondo del cráter como un queso de gruyer, no fue capaz de encontrar meteorito alguno. Siguió dale que te pego hasta 1929, cuando el buen Dios lo llamó a su seno dejando su compañía minera en bancarrota. Antes de meterse en negocios, infórmense, algo que no hizo Barringer: por entonces, el astrónomo Forest Ray Moulton ya había efectuado una serie de cálculos indicativos de que el meteorito probablemente se había evaporado poco antes de tocar el suelo.
Meteorito Hoba, en Namibia, el más grande
de los encontrados hasta ahora. Fuente.
Moulton fue el primero en pronosticar lo que otros científicos confirmaron mucho después: a las velocidades típicas del Sistema Solar (de las que me ocuparé en una próxima entrada) cualquier cuerpo se evapora al chocar contra otro. Cuando un asteroide colisiona con un planeta, se produce una liberación explosiva de la descomunal energía cinética del asteroide. La energía se deposita con gran brusquedad en un solo punto de la corteza. Esta liberación repentina y concentrada se parece como una gota de agua a otra a la detonación de una bomba de una potencia armagedónica. Como en el caso del estallido de una bomba, el cráter resultante presenta forma circular: las eyecciones salen despedidas de manera homogénea en todas direcciones, con independencia de la dirección de la que provenga la bomba.
La excepción a la regla de que los cráteres meteoríticos son siempre circulares ocurre cuando el impacto se produce con un ángulo extremadamente oblicuo. Si el ángulo de impacto es rasante, las partes baja, central y alta del asteroide golpean la superficie en distintos puntos que se distribuyen a lo largo de una línea. En este caso, en lugar de depositar la energía en un solo punto, esta se libera en una franja alargada (como si la «bomba» tuviera la forma de una barra larga). Para ello es necesario que el ángulo de impacto se aparte muy pocos grados de la horizontal. De ahí que la inmensa mayoría de las colisiones den lugar a cráteres circulares o casi circulares, que es lo más frecuente, c.q.d. ©Manuel Peinado Lorca