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jueves, 7 de marzo de 2019

Cambio climático: la rana en la olla


En las vísperas de la conferencia internacional sobre cambio climático que tiene lugar estos días en San Sebastián, el Secretario de Estado de Medio Ambiente, Hugo Morán, ha venido a recordarnos la metáfora de la rana en la olla: una rana que salta a una olla hirviendo, tratará de salir a toda velocidad. Una rana que salta en una olla que se va calentando poco a poco, acabará cocida. Morán recordaba también que los jóvenes que este año alcanzan la mayoría de edad, los nacidos en 2001, no han conocido otra normalidad que la del cambio climático.

Entre 1833 y 1836, un joven neoyorquino pintó su visión de la evolución de la sociedad humana en la que quizás fue la primera obra pictórica sobre la distopía que anunciaba la Revolución Industrial. En los cinco grandes lienzos de su Eden to Empire, Thomas Cole describió un arco trazado desde la naturaleza virgen, a través del pastoralismo y el imperio, hasta la desolación. Era el arquetipo del ascenso y la caída de la civilización. Nadie se acuerda hoy de esa premonición.


Thomas Cole. The Course of Empire: Destruction. 1836. Colección de la Sociedad Histórica de Nueva York

Hace treinta años, el 11 de noviembre de 1989, The New Yorker publicó El fin de la naturaleza, un largo artículo sobre lo que luego se llamaría el efecto invernadero. Cuando lo leí, la ciencia del clima todavía estaba en pañales o, quizás, aún le faltaba un hervor. Pero los datos eran convincentes y estaban cargados de tristeza. Estábamos arrojando tanto carbono a la atmósfera que la naturaleza ya no era algo situado más allá de nuestra influencia, y la humanidad, con su negligente capacidad para contaminar, había llegado a afectar a cada metro cúbico del aire que respiramos, a cada metro cuadrado de su superficie, a cada gota de agua. Una década después, cuando comenzaron a referirse a nuestra era como el Antropoceno, el mundo creado por el hombre, los científicos subrayaron esa noción.

Aquel artículo, que ya nadie recuerda, adquiere hoy plena actualidad. El mundo ya sabía de qué se estaba hablando. En ese momento parecía probable que la sociedad evitara lo peor. En 1988, George H. W. Bush, candidato a la presidencia, prometió que combatiría "el efecto invernadero con el efecto Casa Blanca". Y aquí estamos, tomando plena conciencia de la imparable tendencia hacia el aumento de las temperaturas globales que nos ponen en el camino a la perdición.

En un estudio publicado en la revista PNAS, investigadores de la Universidad de California Davis concluyen que los seres humanos tenemos poca memoria climática. En promedio, basamos nuestra idea de “un clima normal” en los sucesos climáticos que han ocurrido en los últimos años (de dos a ocho años, según indica la investigación). Las conclusiones han alarmado a los autores, que alertan sobre el riesgo de que normalicemos cuestiones que no podemos permitirnos normalizar. Los datos refrendan el miedo: 2018 ha sido el quinto año más cálido desde que hay registros; los cinco años más cálidos de la historia registrada han sido los últimos cinco, y 18 de los 19 años más cálidos se han producido desde 2001.

Los jóvenes nacidos en 2001, que este año alcanzan la mayoría de edad, no han tenido otra normalidad que la del cambio climático, aunque han vivido en los albores de una distopía que amenaza con transformarse en el último cuadro de la serie de Cole o en el planeta que retrata David Wallace-Wells en The Uninhabitable Earth: A Story of the Future (La Tierra inhabitable: una historia del futuro), que sigue la estela del pintor neoyorquino, actualizándola en el siglo XXI. Estamos en la cima del arco de la historia, pasando desde el triunfo a la ruina. Wallace-Wells habla de las catástrofes climáticas que vienen provocadas por nuestra insaciable avaricia. Nuestros devastadores hábitos probablemente terminarán con la historia, con la cultura y con la ética tal y como las conocemos. La capacidad de enmienda nos rodea, pero nuestra generación y las que nos preceden se han alejado de ella.

Miles de estudiantes belgas en la manifestación contra el cambio climático. EFE/Javier Monteagudo
Pero las cosas comienzan a cambiar. Formamos parte de la generación que tiene toda la información en nuestras manos: el último informe del Panel Intergubernamental de Expertos en Cambio Climático (IPCC, en su acrónimo inglés), el mayor ejercicio de investigación sobre las consecuencias del calentamiento global, ha explicado que el escenario más optimista –que la temperatura del planeta aumente 1,5 grados centígrados– tiene consecuencias fatales para la calidad de vida de millones de personas. Y que sobrepasar ese límite y llegar a un calentamiento de dos grados tendrá efectos más graves: el doble de sequías, el doble de olas de calor y dos veces más extinciones de especies, entre otros. El pasado miércoles supimos que ya habíamos sobrepasado la mitad del límite más optimista y seguimos en la misma senda.

Protesta de jóvenes frente al Congreso de los Diputados este viernes. Andrea Comas
Los últimos movimientos protagonizados por jóvenes estudiantes belgas y sus incipientes repercusiones en la juventud española, que se ha sumado en Madrid a la protesta convocada dentro del movimiento internacional ecologista Fridays For Future, parecen indicar que las nuevas generaciones no están dispuestas a aceptar las dramáticas consecuencias del cambio climático porque comprometen su porvenir. Por eso se han rebelado contra nuestra desmemoria y contra esta creciente normalidad que les hemos impuesto quienes tenemos la capacidad de cambiar las cosas. Conviene que les escuchemos y que actuemos antes de que la historia sea implacable con nuestra generación, la última que tuvo toda la información y la capacidad de corregir la distopía climática.

En los últimos meses, en España –por fin– se ha abierto el debate climático, silencioso y silenciado por años. La ciudadanía tiene ahora los datos que evidencian el problema, cuenta con herramientas para poder afrontarlo y con cálculos robustos que avalan que estamos ante una oportunidad de país. 

No caigamos en el error de cocernos a fuego lento aceptando la catástrofe como la normalidad que dejaremos en herencia a quienes vienen detrás. © Manuel Peinado Lorca. @mpeinadolorca.