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martes, 20 de agosto de 2019

Pesticidas en Estados Unidos: el apocalipsis de los insectos


La agricultura de Estados unidos es ahora casi cincuenta veces más tóxica para los insectos que hace veinticinco años. Un estudio publicado estos días advierte que los pesticidas tóxicos están provocando el “Apocalipsis” de los insectos del país.
En 1962, la bióloga marina estadounidense Rachel Louise Carson (1907-1964) publicó Primavera silenciosa, el libro que expuso a la opinión pública uno de los problemas más graves —tal vez el más grave— que produjo el siglo XX y que el siglo que vivimos continúa agravando: la contaminación invisible provocada por los pesticidas. La publicación de Primavera silenciosa constituyó un momento particularmente importante para que el problema llegara a la sociedad. 
Rachel Carson denunció los efectos nocivos que para la naturaleza tenía el empleo masivo del DDT, un pesticida (al que calificó como “elixir de la muerte”) que hasta entonces se había considerado muy beneficioso para la agricultura e inocuo para la salud humana y animal. Gracias a este libro, la sociedad supo de los efectos nocivos que tenía el uso masivo de pesticidas. Prohibido el DDT desde 1972, otros venenos han ocupado su nicho. De uno de ellos, el glifosato, me he ocupado en otras ocasiones (1,2); ahora le llega el turno a otros viejos conocidos, los neonicotinoides.
Un estudio publicado en Science mostró el efecto que provocan los neonicotinoides sobre las poblaciones de abejas, responsables de la polinización de numerosas plantas, incluidas el 30% de las que nos sirven de alimento. En general, según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), alrededor del 84% de los cultivos destinados al consumo humano necesitan a las abejas o a otros insectos para polinizarlos y aumentar su rendimiento y calidad.
Introducidos en la década de 1980, los neonicotinoides son ahora los insecticidas más utilizados del mundo. Son solubles en agua y no actúan solamente en los campos de cultivo. El néctar y el polen de flores silvestres que crecen cerca de los campos tratados pueden presentar concentraciones más altas que las plantas del cultivo tratado. Aunque los estudios iniciales no demostraron con absoluta certeza que los niveles permitidos de esos compuestos mataban directamente a las abejas, sí demostraron que afectaban a sus habilidades para navegar y comunicarse. 
Se sabe poco acerca de cómo esas sustancias químicas afectan a otros insectos, pero una investigación realizada con la avispa Nasonia vitripennis demostró que su exposición a tan solo un nanogramo de un neonicotinoide redujo las tasas de apareamiento en más de la mitad y disminuyó la capacidad de las hembras para encontrar huéspedes en los que poner los huevos.
Hoy, la agricultura de los Estados Unidos resulta 48 veces más tóxica para los insectos que hace un cuarto de siglo. Según un nuevo estudio publicado en la revista PLoS One, hay un solo responsable: los neonicotinoides o neónicos, que representan un asombroso 92% de ese incremento de la toxicidad y han llevado a que algunos expertos adviertan sobre un inminente apocalipsis para los insectos.
Una abeja se dispone a recolectar polen en una inflorescencia de Salix sp. Foto.
El estudio muestra que los tipos de insecticidas sintéticos aplicados a las tierras agrícolas estadounidenses han cambiado en las últimas dos décadas desde los pesticidas predominantemente organofosforados y con carbamatos de N-metilo a una mezcla dominada por neonicotinoides y piretroides (Figura 1). Los neonicotinoides son considerablemente más tóxicos para los insectos y generalmente persisten por más tiempo en el medio ambiente. 
Fig 1. Cambio en el uso de insecticidas por tipos químicos en Estados Unidos (1992–2014). Fuente: US Geological Survey pesticide use estimates for the US [57]. https://doi.org/10.1371/journal.pone.0220029.g001
Utilizando como indicador de toxicidad un método que han denominado AITL (por sus siglas en inglés) los investigadores han encontrado que los neonicotinoides son los principales responsables del aumento de la masa total de insecticidas utilizados en Estados Unidos: un aumento del AITL de 48 veces para toxicidad oral y de cuatro veces en toxicidad de contacto entre 1992 y 2014. Ese aumento, representa entre el 61 y casi el 99% de la carga total de toxicidad en 2014. En resumen, el estudio demuestra un aumento en la carga de toxicidad de pesticidas en los últimos 26 años, lo que potencialmente amenaza la salud de las abejas melíferas y a otros polinizadores y puede contribuir a la disminución de las poblaciones de insectos beneficiosos, de las aves insectívoras y de otros predadores de insectos.
Este enorme aumento de la toxicidad coincide con la fuerte disminución de las abejas, las mariposas y otros polinizadores, en lo que vuelve a ser una «segunda Primavera Silenciosa». Los neonicotinoides son como un nuevo DDT, pero mil veces más tóxicos para las abejas que el DDT según el estudio. Los resultados de la investigación se ciñen exclusivamente a los efectos letales, por lo que omiten sus numerosos efectos subletales documentados, que incluyen dificultades de aprendizaje, memoria y búsqueda de alimentos.
Preparándose para fumigar en campos de cebada. Waitsburg, Walla Walla County, Washington.
Los agricultores estadounidenses usan estos insecticidas en más de 140 tipos de cultivos. Introducidos durante la década de 1990 para combatir la elevada inmunidad a los pesticidas convencionales para insectos, se presentaron elogiando su supuesta baja toxicidad. Ahora se sabe que no solo son increíblemente tóxicos, sino persistentes, porque permanecen en el suelo, las vías fluviales y los humedales durante más de mil días.
Muchos de estos efectos persistentes provienen del hecho de que son insecticidas sistémicos. Cuando se aplican, se disuelven y son absorbidos por las plantas, distribuyendo las toxinas por todas partes, desde tallos hasta hojas, polen, néctar y savia. Las abejas pueden morir desde el mismo momento de la siembra, porque el polvo que se desprende de las semillas se desplaza hacia las flores de otras plantas y las convierte en tóxicas para los polinizadores.
Conviene señalar que la Unión Europea, dando respuesta a un informe que detalla los efectos nocivos de los pesticidas en las abejas domésticas y en las abejas silvestres, promulgó una prohibición general de los neonicotinoides a finales de 2018. Canadá tomó medidas regulatorias similares a principios de este año. Mientras tanto, la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos (EPA) prohibió 12 tipos de neonics en mayo, pero el país debería tomar medidas más decisivas.
Mientras preparaba este artículo, leo en The Once and Future World: Nature As It Was, As It Is, As It Could Be, del periodista J.B. MacKinnon, datos recientes de lo que estamos perdiendo: «En el Atlántico Norte, un banco de bacalaos detiene un barco en medio del océano; frente a Sídney, Australia, el capitán de un barco navega desde el mediodía hasta la puesta del sol entre manadas de cachalotes que cubren hasta donde alcanza la vista». Hay citas de leones en el sur de Francia, de morsas en la desembocadura del Támesis, de bandadas de pájaros que tardaban tres días en pasar volando por algunos lugares, o de como había cien ballenas azules en el Océano Austral por cada una de las que viven ahora. Todas ellas son cosas vistas por los ojos humanos, recordadas en la memoria de la gente. 
Y la pérdida sigue. Leo en las noticias que se ha descubierto que la colonia de pingüinos reales más grande del mundo se redujo en un 88% en 35 años, que más del 97% de los atunes rojos que surcaron los océanos ha desaparecido, o que el número de juguetes de Sofía la Jirafa vendidos en Francia en un solo año multiplica por nueve el número de jirafas que aún viven en África. Los tigres todavía existen, pero eso no cambia el hecho de que el 93% de las tierras en las que solían vivir ya no tengan tigres.
Las noticias no son todas negativas. Los científicos esperan que los insectos tengan una enorme capacidad de resiliencia. Mientras que algunos animales muy amenazados como los tigres tienen camadas de tres o cuatro cachorros, se ha observado cómo en una ocasión un lepidóptero nocturno de Australia puso 29.100 huevos y todavía tenía 15.000 más en los ovarios. La extraordinaria fecundidad, un rasgo singular de los insectos, debería permitirles recuperarse, pero solo si se les concedemos el espacio, el tiempo y la oportunidad de hacerlo. © Manuel Peinado Lorca. @mpeinadolorca.