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sábado, 6 de febrero de 2021

La extinción más rápida nunca vista: breve historia del dodo

Cráneo del Museo de Copenhague que sirvió al profesor Reinhardt para relacionar filogenéticamente al dodo con las palomas

El dodo, Raphus cucullatus, se ha convertido en una de las aves más famosas del mundo, un verdadero ícono de la extinción, que probablemente ha merecido más atención que cualquier otra ave. Paradójicamente, no sabemos prácticamente nada sobre él.

Era endémico de las Mascareñas, un grupo de remotas islas volcánicas del sudoeste del Índico situadas a más de 800 km al este de Madagascar, la gran masa terrestre más cercana. Los comerciantes árabes probablemente descubrieron las islas Mascareñas en el siglo XIII, seguidos por los portugueses a principios del siglo XVI, pero unos ni otros se asentaron allí.

En cualquier caso, a los primeros marinos que atracaron en las islas no debió pasarles desapercibido un pájaro de aproximadamente un metro de altura que rondaba los 10 kilos, carecía de alas y se movía torpemente luciendo un pico muy largo, de aproximadamente de 23 centímetros, y con una punta en forma de garfio que probablemente le permitía descortezar los cocos.

Cuando en 1598 los holandeses se hicieron con la mayor de las islas Mascareñas, Mauricio, el archipiélago se utilizó como puerto de escala para el aprovisionamiento de barcos durante el siglo siguiente y los cuadernos de bitácora de los barcos y los diarios de algunos navegantes curiosos registraron referencias vagas a la fauna y flora nativas, incluido el dodo.

Como a finales del XVII los estragos causados por el hombre y los animales domésticos habían alterado por completo los ecosistemas insulares, estos primeros apuntes son enormemente valiosos para reconstruir la composición ecológica original. Gracias a ellos sabemos que durante los primeros cien años de ocupación humana el dodo se extinguió.

Las deducciones hechas a partir de los pocos relatos de dodos en Mauricio sugieren que desaparecieron con la presión cada vez mayor de humanos y animales domésticos. La caza probablemente estaba restringida a las costas y era muy escasa debido a la pequeña población humana; por lo tanto, es casi seguro que la competencia y la depredación por animales introducidos, como ratas, monos, cerdos, cabras y ciervos, fueron responsables de la desaparición del dodo. El último ejemplar fue visto por última vez en 1662, aunque existe un avistamiento por parte de un esclavo cimarrón en 1674, y se cree que debió de existir hasta 1690.

Aunque todavía es un tema de debate, los dodos pudieron haber sobrevivido hasta al menos 1690, pero probablemente habían dejado de reproducirse mucho antes, con los últimos supervivientes envejecidos resguardados en unos pocos lugares remotos.

Apuntes de dodos vivos y recién sacrificados procedentes del diario del navío Gelderland que pasó por Mauricio 1601. Atribuidos a Joris Laerle. Archivos del Museo Nacional de Copenhague.

Las bitácoras y los diarios náuticos se convirtieron en una fuente importante de información para artistas y editores de libros, y fueron estas publicaciones, ampliadas e ilustradas mucho después del viaje, las que se han convertido en el material para el estudio científico. Pero con frecuencia esos relatos e ilustraciones son plagios retocados de fuentes anteriores o simplemente creaciones más imaginativas que reales y han dado lugar a una gran cantidad de mitos científicos y conceptos erróneos sobre el dodo, que incluyen su  descripción como un pájaro torpe y gordo, lo que probablemente se deba a que los viejos dibujos retrataban ejemplares cautivos que habían sido cebados.

Algunos estudiosos han postulado que cada imagen de un dodo representa a un individuo diferente y, de ello cabría deducir que al menos 17 ejemplares de dodo debieron transportarse a Europa y al Lejano Oriente. Sin embargo, la evidencia documental sugiere que tan solo dos o tres dodos viajaron vivos hasta Europa y un número similar sobrevivió al viaje hacia el este, hasta Japón.

Un espécimen, el único dodo que sin duda alguna llegó vivo a Europa, fue exhibido en una tienda londinense en 1638. Este ejemplar pudo haber sido el que terminó en el Ashmolean Museum (ahora University Museum), de Oxford. En 1755, después de comprobar que el ejemplar disecado se estaba desintegrando víctima de polillas y escarabajos, los conservadores pudieron salvar solo la cabeza y una pata, deshaciéndose del resto (Véase la foto adjunta).

La publicación de Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas de Lewis Carroll en 1865 concedió un reconocimiento mundial al dodo y coincidió con el descubrimiento ese mismo año de huesos semifosilizados en el pantanal Mare aux Songes, en Mauricio. George Clark, maestro de la escuela diocesana en Mahébourg, y Harry Higginson, un ingeniero ferroviario, descubrieron el sitio y comenzaron las excavaciones con trabajadores locales.

La noticia del descubrimiento llegó al profesor Richard Owen, entonces superintendente del Museo Británico de Historia Natural, y también a Alfred Newton, que aspiraba a convertirse en el primer profesor de Zoología y Anatomía Comparada en la Universidad de Cambridge para lo que necesitaba el apoyo del prestigioso Owen. Clark envió el primer envío de huesos a Owen en septiembre de 1865 y organizó otro envío de huesos para Newton, que tenía la intención de subastarlos el año siguiente.

Owen, un antidarwinista con una trayectoria personal muy controvertida, fue informado del envío por el capitán Frederick-James Mylius, yerno de George Clark, y secuestró los huesos. Arregló un nuevo trato con Clark a través de Mylius y retuvo rápidamente todo el material, sobre el dodo que fue llegando a las islas. Alfred Newton echaba las muelas y se dispuso a presentar una queja formal a la Royal Society, pero Owen lo chantajeó amenazándolo con vetar su solicitud para convertirse en profesor de Cambridge. La táctica de Owen dio sus frutos científicos, porque, ninguneando a Owen, el año siguiente publicó la primera gran monografía sobre la anatomía del pájaro mascareño.

Ejemplar del esqueleto de un dodo reconstruido por Richard Owen utilizando huesos sueltos procedentes de Mare aux Songes.  Museo de Historia Natural de Londres.

Las marismas de Mare aux Songes fueron excavadas intensamente en 1893 por Theodore Sauzier y otra vez por Paul Carié a principios del siglo XX; gracias esas prospecciones se recuperaron muchos más huesos de dodo. Tal fue la abundancia, que casi todos los restos de dodo repartidos por los museos de todo el mundo proceden de ese pantanal. A principios del siglo XX, Louis Etienne Thirioux, peluquero de profesión, descubrió un dodo completo en un valle debajo de la montaña Le Pouce, que sigue siendo el ejemplar de dodo más completo procedente de un solo animal.

Las afinidades del dodo fueron estudiadas por muchos zoólogos, algunos de los cuales lo relacionaron absurdamente con una gran variedad de aves, incluyendo un avestruz en miniatura, una gallineta y un buitre. Después de examinar un cráneo en Copenhague, el profesor Johannes Theodor Reinhardt propuso en 1842 que el dodo estaba relacionado con el orden Columbiformes (tórtolas y palomas).

Esta afirmación, que fue inicialmente ridiculizada, fue confirmada después de que Strickland y Melville confirmaran la hipótesis de Reinhardt tras examinar la cabeza del dodo de Oxford. Los estudios de ADN han concluido que el dodo y el solitario de isla Rodrigues (Pezophaps solitaria), que se extinguió un siglo después, constituyen un grupo filogenéticamente hermano (un clado) dentro de la familia Columbidae derivado del mismo ancestro que la paloma nicobar del sudeste asiático (Caleonas nicobarica).

En 2005, una expedición holandesa descubrió nuevo material fósil fresco en Mare aux Songes. Como consecuencia, las excavaciones realizadas a gran escala entre 2006 y 2010, revelaron que aún quedaban miles de huesos en el sitio. El lecho fósil también contenía semillas, troncos y ramas de árboles, hojas, insectos, caracoles terrestres e incluso hongos, depositados mucho antes de que los humanos llegaran a la isla.

Los restos fósiles están dominados por tortugas gigantes extintas (Cylindraspis sp.), pero también incluyen serpientes, lagartos, búhos, halcones, gallinetas, loros, palomas y varios pájaros cantores. La flora estaba compuesta por una gran cantidad de especies de plantas pequeñas que crecían bajo varias palmeras, algunos Pandanus y grandes árboles dominantes en el dosel como el tambalacoque Sideroxylon grandiflorum y varias especies de ébanos (Diospyros sp.), lo que ha permitido reconstruir el hábitat del dodo en su estado original. En 2007, se descubrió un esqueleto de dodo completo en una cueva en las tierras altas, el cual, unido a más descubrimientos de fósiles realizados en cuevas de las tierras bajas, permitió aumentar la distribución conocida del dodo en Mauricio.

Gracias a ello, ahora es posible sacar conclusiones científicamente válidas sobre la ecología del dodo y el ecosistema que ocupaba. El dodo se encontraba tanto cerca de la costa como en la montaña, ocupando zonas de bosque seco y húmedo, y gracias a su sistema olfativo bien desarrollado se alimentaba de frutos caídos y quizás de invertebrados que encontraba olisqueando entre la hojarasca. A juzgar por el número de individuos conservados, era abundante al menos en las tierras bajas y estaba bien adaptado para sobrevivir a las a veces duras condiciones de las variaciones estacionales en el suministro de alimentos. Distintos escarabajos peloteros ahora extintos utilizaban los productos de desecho del dodo, y los árboles y arbustos dependían del gran pájaro como agente de dispersión para sus frutos y semillas.

Sin embargo, el dodo sigue siendo un misterio. Por ejemplo, ¿para qué usaba su pico grande y ganchudo y qué papel jugaba esta paloma gigantesca no voladora en su hábitat forestal? Lo que es seguro es que el dodo no pudo hacer frente a los rápidos cambios provocados por las actividades antropogénicas y desapareció menos de un siglo después de ser descubierto. © Manuel Peinado Lorca. @mpeinadolorca.