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lunes, 30 de junio de 2025

CONSERVAR LAS HOJAS O PERDERLAS, ESA ES LA CUESTIÓN

En nuestras regiones con marcada estacionalidad, muchos árboles presentan siluetas desnudas y oscuras que resaltan claramente del paisaje durante el invierno. Unas semanas antes, cuando el otoño toca a su fin, las hojas se han desprendido. Esta pérdida total de follaje que ocurre más o menos temprano dependiendo de las condiciones climáticas, no afecta, sin embargo, a todas las especies.

Por su diferente comportamiento fenológico (la fenología es el estudio de las fases de desarrollo estacional, follaje, floración, fructificación, etc. de las plantas), los árboles se dividen en dos grupos principales: las especies de hoja perenne o siempreverdes mantienen vivas sus hojas (o al menos algunas de ellas) en invierno; las de hoja caduca (especies de follaje caducifolio) las pierden todas en otoño y las renuevan por completo en primavera.

Hojas anchas y delgadas o reducidas y aciculares

El árbol de hoja perenne es la regla entre las coníferas, el gran grupo de árboles productores de resinas con hojas aciculares o escamosas que incluye abetos, pinos, piceas, etc.; hay algunas excepciones notables, como el ciprés calvo de los pantanos subtropicales americanos (Taxodium distichum) ampliamente introducido en Europa, o los alerces (género Larix), una de cuyas especies, L. decidua (“deciduo” es sinónimo de caducifolio), vive en los climas fríos del norte de Europa y en los Alpes.

En los árboles caducifolios, que se diferencian de las coníferas por sus hojas bien desarrolladas –entre ellos robles, hayas, carpes, castaños, olmos, tilos, etcétera– pueden darse ambos comportamientos, incluso dentro de la misma familia o género, como por ejemplo ocurre con las diferentes especies del género Quercus (las encinas son perennifolias, mientras que los robles son caducifolios) se observan hojas más bien suaves, anchas y delgadas en las especies caducifolias y más bien reducidas y coriáceas en las especies perennifolias.

Ejemplos de hojas de perennifolios: a) magnolia (Magnolia grandiflora); b) adelfa (Neriun oleander); c) par de acículas y braquiblasto del pino carrasco (Pinus halepensis); d) encina (Quercus ilex); e) ramita terminal cubierta de hojas escuamiformes de Calocedrus decurrens, un cupresácea norteamericana. Foto Luis Monje.

En cuanto a la distribución geográfica de estos dos tipos fenológicos, los bosques de montaña y de altas latitudes (como la taiga, por ejemplo) favorecen las especies siempreverdes. En la cuenca mediterránea, como sucede en las tierras bajas de la inmensa mayoría de la península ibérica, los bosques también están estructurados por especies de hoja perenne, aunque los bosques caducifolios no son raros, por ejemplo, los de robles melojos (Quercus pyrenaica) o los quejigos (Quercus faginea) distribuidos en toda la península en zonas de transición mediterráneo-templadas. Ambas especies son consideradas “submediterráneas” porque solo prosperan en un clima mediterráneo cuando los suelos son profundos y han retenido suficiente agua en primavera para superar la sequía estival.

Quercus pyrenaica, cerca de Majaelrayo (Guadalajara)

El follaje siempre se renueva

Cabe señalar que las especies de hoja perenne también pierden sus hojas de vez en cuando; de lo contrario, todas las hojas tendrían la misma edad que el árbol. Pero en lugar de perder todas sus hojas cada año, sólo pierden la mitad, o un tercio, o incluso menos según la especie; por lo tanto, siempre hay hojas verdes en el árbol que aparece, siempre verde (sempervirens en latín), mientras que su follaje va renovándose a lo largo de varios años.

Ambas estrategias tienen sus ventajas. En la región mediterránea, conservar las hojas durante el invierno prolongará el período de actividad fotosintética hasta bien entrado el invierno relativamente suave. En los bosques de climas fríos, como la taiga o los bosques de montaña, conservar las hojas durante varios años permite ahorrar recursos, como el nitrógeno o el fósforo, que están relativamente limitados en los suelos de estos entornos.

El proceso de mantener siempre las hojas se ve facilitado por el hecho de que las acículas de las especies que colonizan estos ambientes, como los pinos silvestres o las píceas, presentan una resistencia excepcional a las heladas, porque concentran en las células una cierta cantidad de sustancias orgánicas que actúan como anticongelantes.

Es importante destacar que renovar el follaje cada año tiene un coste. Lo que llamamos "asignación de energía" en las plantas quiere decir que la energía empleada en renovar las hojas no se utilizará para otras funciones vitales, como la reproducción (producir más flores y frutos) o la producción de metabolitos secundarios para combatir a los herbívoros.

Por otro lado, las hojas de tres o cuatro años, o incluso mucho más viejas –como en el pino aristado de California (Pinus aristata o longaeva), cuyas agujas pueden persistir durante 20 o 30 años– serán menos eficientes en términos de fotosíntesis que las hojas nuevas de primavera producidas por especies de hoja caduca al final de un período de descanso invernal, al que de todos modos sus hojas anchas y delgadas no habrían sobrevivido.

Los marcescentes (Quercus pyrenaica) y los perennifolios (Quercus ballota), alternan en las solanas (los segundos) y las umbrías del macizo de Rocigalgo, Toledo. Foto Luis Monje.

Pero los dos tipos de hojas también pueden sucederse en el espacio y en el tiempo. Tomemos el ejemplo de la región mediterránea calcárea ibérica donde dos especies de robles compiten por el espacio. El roble quejigo (Q. faginea), de hoja caduca, aunque tiene la particularidad (llamada "marcescencia") de conservar en invierno algunas hojas muertas en el árbol, ocupa las laderas menos soleadas, las pendientes más suaves y los suelos más profundos, mientras que la encina (Q. ilex o Q. ballota), de hoja perenne, prospera en las laderas más expuestas sobre los suelos poco profundos, cálidos y pedregosos.

El alcornoque, Quercus suber, es un perennifolio típico de los bosques mediterráneos.

Aunque la fenología de los árboles domine el paisaje forestal, las herbáceas del sotobosque tienen su propio ritmo. La pérdida de hojas es una adaptación clave de todas las plantas caducifolias en climas con estaciones marcadas, lo que les permite sobrevivir a condiciones extremas de frío o sequía. Las plantas herbáceas de climas templados con fríos invernales pierden sus hojas como una estrategia de autoprotección y ahorro de energía, principalmente en otoño e invierno, debido a la reducción de la luz solar y el frío, que hacen menos eficiente la fotosíntesis y aumentan la pérdida de agua. Mantener las hojas implica un gasto energético y una pérdida de agua innecesaria. La caída de las hojas permite a la planta minimizar estas pérdidas y conservar energía.

En un proceso conocido como abscisión, la planta reduce el suministro de nutrientes y agua a las hojas, provocando su desprendimiento y permitiendo que entre en un estado de menor actividad para conservar recursos hasta la primavera. Este es un proceso fisiológico genéticamente determinado en el que la planta corta el suministro de nutrientes y agua a las hojas, lo que lleva a su envejecimiento, cambio de color (debido a la menor producción de clorofila y la aparición de otros pigmentos) y finalmente a su caída.

Antes de caer, la planta reabsorbe los nutrientes valiosos de las hojas y los almacena en el tronco, en las yemas basales a ras de suelo y en las raíces para utilizarlos en la primavera. Al perder sus hojas, la planta se prepara para un período de menor actividad (latencia), acumulando reservas de energía para el crecimiento de nuevas hojas y flores en primavera.