![]() |
Polilla bogong (Agrotis infusa) |
Olvídate de tu navegador o de tus
mapas y piensa qué necesitarías para llegar a un lugar determinado. Dos cosas:
una dirección fijada por los puntos cardinales (si desde Madrid quieres ir a
Almería deberás tomar dirección sureste; si es a Pontevedra, justamente la
contraria) y unos o hitos o referencias que, durante el trayecto, te permitan comprobar
que vas en la dirección contraria.
Antes de la invención de la
brújula (hay referencias a dispositivos magnéticos para señalar direcciones en
textos chinos que datan del siglo IV, aunque llegó a Europa en el siglo XII),
millones de seres humanos migraron siguiendo la dirección marcada por el Sol o
las estrellas y buscando en el horizonte determinados accidentes geográficos
que certificaban que seguían la dirección correcta. Con ese método, a pie o en
embarcaciones hace miles de años se colonizaron continentes enteros como
América o Australia.
Dirección y referencias es justo
lo que necesitan unas polillas australianas que realizan sendas migraciones
anuales en las que recorren sin equivocarse centenares de kilómetros.
La polilla Bogong (Agrotis
infusa) es un insecto migratorio endémico de Australia. Durante la
primavera austral, las polillas recién eclosionadas en las cálidas llanuras del
sureste de Australia realizan una migración dirigida de hasta 1.000 km a unas cuevas
frescas situadas en los Alpes del extremo sureste del país, unos lugares que jamás
habían visitado. Llegado el otoño, después de 3-4 meses de latencia veraniega
(estivación), los mismos individuos emprenden el viaje de vuelta a sus zonas de
cría para reproducirse y, finalmente, morir.
Hace
algunos años se había demostrado que estas polillas dirigen el vuelo
durante su migración detectando el campo magnético de la Tierra y
correlacionando esa información direccional con uno o más puntos de referencia
visuales que utilizan como balizas de orientación temporales a lo largo de la
ruta.
Sin embargo, aún no estaba claro
qué características visuales naturales utilizaban para navegar. Las posibles
pistas eran alguna característica desconocida en el horizonte nocturno, una o
más estrellas o la Luna. En el cielo nocturno austral, las constelaciones y la
brillante Vía Láctea son particularmente vistosas y tienen un excelente
potencial como pistas de navegación confiables. Sus posiciones celestes
predecibles a lo largo de cada noche hacen que las pistas estelares sean útiles
para determinar una dirección en una orientación de corto alcance (utilizada, por
ejemplo, por los escarabajos
peloteros a la búsqueda de montones de estiércol) y las ranas grillo)
y como brújula para la navegación de largo alcance para las aves, los humanos y
posiblemente las focas.
Hasta ahora no se sabía de ningún
invertebrado que utilizara las estrellas para discernir direcciones geográficas
específicas (es decir, una dirección relativa al norte) durante una navegación
de largo alcance dirigida hacia un objetivo distante.
En un artículo que acababa
de publicarse, se ha demostrado que las polillas Bogong poseen esa
capacidad: utilizan las estrellas como brújula durante su migración de larga
distancia para determinar y seguir un rumbo migratorio heredado, invirtiéndolo
al cambiar de estación. Además, los investigadores han demostrado que las
interneuronas visuales del cerebro de la polilla están sintonizadas con
orientaciones específicas del cielo nocturno, lo que sugiere su participación
en una red de brújulas estelares.
Un planetario para polillas
Para confirmar su hipótesis, los
investigadores diseñaron un experimento ingenioso. Capturaron polillas durante
su migración y las introdujeron en un simulador de vuelo, un dispositivo,
parecido a un pequeño planetario, que sujetaba la polilla permitiéndole batir
las alas y girar libremente, mientras un sensor registraba su dirección de
vuelo. Luego hicieron varias pruebas:
Anularon el campo magnético: Utilizando un sistema de
bobinas, crearon un entorno sin pistas magnéticas. Así se aseguraban de que
cualquier orientación correcta se debiera a las señales visuales.
Proyectaron un cielo estrellado
natural: Bajo un cielo nocturno artificial, idéntico al que verían en la época
de la migración, las polillas se orientaron siempre en la dirección migratoria
correcta: hacia el sur en primavera y hacia el norte en otoño.
Giraron el cielo 180 grados: En
la prueba definitiva, los investigadores rotaron la proyección del cielo
estrellado 180 grados. La respuesta de las polillas fue inmediata y asombrosa:
invirtieron su dirección de vuelo casi exactamente 180 grados.
Proyectaron estrellas al azar:
Para asegurarse de que no respondían simplemente a la luz, proyectaron una
imagen con la misma cantidad de estrellas y brillo, pero distribuidas aleatoriamente,
sin patrones reconocibles. Bajo es bóveda celestial, las polillas volaron
desorientadas, sin una dirección clara.
Inesperado. Estos resultados
demostraron sin lugar a duda que las polillas ven las estrellas y las utilizan
como brújula para mantener un rumbo geográfico específico navegar hacia un objetivo
distante durante miles de kilómetros.
Un cerebro conectado a las estrellas
Los investigadores analizaron el
cerebro de las polillas y descubrieron neuronas visuales que respondían
específicamente a la rotación del cielo estrellado. Curiosamente, estas
neuronas mostraban su máxima actividad cuando la polilla se dirigía hacia el
sur, independientemente de si era primavera u otoño, lo que sugiere que tienen
un sistema neuronal cableado para detectar una orientación celeste fundamental.
Esto no invalida su brújula
magnética. En otro experimento, los científicos observaron que en noches
completamente nubladas, cuando las estrellas eran invisibles, las polillas
seguían orientándose correctamente. La conclusión es que la polilla Bogong posee
un sistema de navegación increíblemente robusto y redundante. Utiliza tanto el
campo magnético de la Tierra como una brújula estelar, probablemente usando un
sistema para calibrar al otro o para tomar el relevo cuando uno de ambos falla.
Aún quedan misterios por
resolver, como qué estrellas o constelaciones exactas utilizan o cómo compensan
la rotación de la Tierra a lo largo de la noche. Pero lo que está claro es que
no solo los antiguos marinos seguían su ruta guiándose por las estrellas.
Un diminuto insecto, en su único viaje, lo hacía mucho antes.