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viernes, 29 de abril de 2016

Manuales para pufistas o "Todo el mundo ha de vivir"


No es poeta quien quiere, y tampoco puede ser pufista quien no disponga de aptitudes naturales adecuadas a su alta misión.

Roboamo Pufista (1881)

Cierro con esta entrega mi trilogía dedicada a los morosos, una fauna que ha prosperado gracias la crisis, merced a la cual se ha incorporado a la mesnada pufista un nutrido grupo de obligados advenedizos que nada tienen que ver con los profesionales del pufo, esos aristócratas de la mora y archimandritas del impago que siempre estuvieron ahí, con o sin dinero. La diferencia entre unos y otros es clara, unos quieren pagar, pero carecen de dinero para cumplir, mientras que los otros tienen dinero, pero no les da la gana pagar. En el libro Análisis del moroso profesional (Profit), el profesor Brachfield, considerado uno de los mayores especialistas en la lucha contra la morosidad y recobro de impagados, disecciona la naturaleza y comportamiento de los morosos recalcitrantes.

Braschfield, que mantiene un blog dedicado a la gestión de impagos y a la caza del moroso profesional, sigue la estela de Honorato de Balzac, uno de los escritores más significativos e importantes del siglo XIX, que escribió La Comedia Humana, a quien dediqué mi primera entrada dedicada los pufistas. Para certificar su innata vocación, Balzac compuso un librito la mar de interesante, El arte de pagar sus deudas sin gastar un céntimo (en diez lecciones), en el que desarrolló con todo detalle toda una teoría de táctica y estrategia para ejercer con éxito y suficiencia esta compleja y difícil tarea que, gracias a Dios y para mejor gobierno de las repúblicas, no está al alcance de todos.

La de Balzac no fue la única producción literaria dedicada a estos menesteres, porque en el mismo siglo XIX se publicaron algunos “manuales de instrucciones” para practicar el arte de endeudarse, cuyo fin último era satirizar dicha ocupación. Famosos fueron en ese siglo dos escritos anónimos, francés e italiano, ambos con el mismo título El arte de acumular deudas y no pagarlas, donde se narran pufos famosos y muy celebrados, y se explican las condiciones, requisitos y procedimientos necesarios para «el hombre que pretende vivir gracias a la deuda, el hombre que se siente llamado a esta sublime misión de regenerar la humanidad mediante el sistema de los impuestos involuntarios: el pufista».

Utilizando el mismo título, la editorial Sequitur reunió ambos manuales de instrucciones para acumular deudas con elegancia e impagarlas sin decadencia. Ambos textos revelan un solo modus operandi en el que subyacen sendas formae mentis: una más política, otra más pícara. Una que construye políticamente el derecho a tomar prestado (y no devolver), otra que lo hace teológicamente: un derecho económico que nace del agravio social o un derecho humano inscrito en la naturaleza del hombre, hecho a imagen y semejanza del Creador. Una que da pie a todo un sistema de economía política, otra que revela unas fuentes para el sustento de la economía doméstica: un principio general de redistribución responsable de las riquezas o un recurso para vivir alegremente a costa de lo ajeno. Pero, más allá del fundamento teórico del empréstito sin retorno, ambos textos proporcionan valiosos consejos para proceder -ya sea al modo italiano o a la moda francesa- por los arcanos de esta importante faceta del mundo de las finanzas.

El panfleto anónimo francés se atribuye a Jacques-Gilbert Ymbert, Maître des requêtes del Conseil d’État, es decir, un abogado del Estado, que con este escrito procuró, siete años después de Waterloo y treinta y tres después de la Revolución, participar, no sin amargura y humor, en la Restauración, en la restauración del orden burgués, un orden basado seriamente en la ficción del dinero. Bajo la premisa «Todo el mundo ha de vivir», el autor dedicaba el libro a «todos los destituidos, a las víctimas de las revoluciones y de pasados, presentes y futuros cambios ministeriales».

El segundo panfleto, aparecido en Milán en 1881, iba firmado con el esclarecedor seudónimo "Roboamo Pufista", al que rindo merecido homenaje transcribiendo algunos fragmentos de sus briilante opúsculo: 

«Para entenderse sin malgastar palabras, conviene de inmediato adoptar un vocablo con el que nombrar, con matemática exactitud, a ese personaje singularmente agraciado por la naturaleza, y perfeccionado por la ciencia y la práctica social, que se propone vivir alegremente la vida a costa del crédito público y privado.
Mi propio apellido podría servir a tal fin. El hombre que pretende vivir gracias a la deuda, el hombre que se siente llamado a esta sublime misión de regenerar la humanidad mediante el sistema de los impuestos involuntarios, cabe llamarle, por lo tanto, pufista. Confiriendo el nombre de pufista a esta gran y noble especialidad de la raza humana −que dentro de nada dejará de ser una especialidad para convertirse en una práctica generalizada−, sé estar postulándome a una fama imperecedera.  Acabo de enunciar, casi sin percatarme, un grandioso concepto que exige pronta explicación para que también puedan comprenderlo los intelectos menos avispados. He dicho que el pufista está llamado a regenerar la humanidad gracias al sistema de los impuestos involuntarios.
 […]
No es poeta quien quiere, y tampoco puede ser pufista quien no disponga de aptitudes naturales adecuadas a su alta misión.
 No pretendo, con estas palabras, desanimar a los menos favorecidos por la naturaleza. Cuando se habla de poeta o de pufista, estamos refiriéndonos a los tipos más ejemplares de una categoría y se sabe que, con estudio y ejercicio, muchos individuos dotados de un talento mediocre logran hacer algún verso decente o, también, alguna deuda respetable.
Pero para llegar a ser pufista de primera categoría, pufista de alta sociedad, pufista mundial se precisa de unas aptitudes poco comunes, que pasamos a señalar brevemente.
El pufista de primera clase suele nacer en una familia acomodada. Si esta familia, además de acomodada, es también honesta, tanto mejor: la buena reputación de los familiares podrá facilitarle el éxito en sus primeras empresas pufísticas.
Cierto atractivo personal puede resultar beneficioso. Ayuda, especialmente, una estatura elevada, si viene con un poco de redondez en las formas. Los hombres largos y enjutos suelen inspirar menos confianza que los corpulentos y rellenitos. El verdadero pufista debe haber logrado de la naturaleza una impronta de distinción; una impronta que no responde a un único perfil, pero que, completada con artificio, puede arropar de apariencias falaces incluso a los personajes más viciados e innobles.
Requisito indispensable es la poca transparencia de la epidermis. Hay momentos en la vida, ya sea del pufista como del hombre de Estado, en los que un inoportuno rubor de las mejillas, una mínima turbación en la frente puede poner en peligro un ambicioso plan financiero hábilmente imaginado y traicionar los más ingeniosos propósitos. Los músculos de la cara deben ser tenaces, y poder reaccionar contra las conmociones internas del alma, ya se trate del sobresalto de la alegría o del escalofrío, a veces inevitable, del miedo.
Para completar la lista de las dotes físicas, diremos que la lengua locuaz, el cuerpo elástico y las piernas ágiles son otras tantas condiciones que favorecen al individuo que pretenda iniciar una brillante carrera.
 Por lo que a las dotes del espíritu se refiere, no es necesario señalar que sin un rico ajuar de inteligencia no es lícito aspirar a ninguna meta sublime −aunque, como veremos más adelante, el pufista de segunda o tercera clase puede llegar a suplir las deficiencias del espíritu con un agudísimo instinto de pillería.
El gran pufista, el pufista de primer nivel, tiene que ser tanto gran matemático como gran poeta. El genio poético debe inspirarle proyectos sublimes; el genio matemático debe proporcionarle medios estratégicos para traducir esos proyectos en hechos y llevarlos a buen puerto.
[…]
 (Que mis acreedores, aquellos que aún viven, no se ofendan si les comparo con los limones; en definitiva, después de la piña y del cedro, ¡no crece sobre la superficie terrestre fruto más noble!)».

Curioso resulta sin embargo constatar cómo estos escritos y otros de contenido similar fundamentan sus teorías científicas y sus sabias investigaciones en principios que la opinión común parece compartir.  Uno es de Balzac: «Mientras más se debe, más crédito se obtiene». Otro aparece en uno de los dos anónimos: «A la cárcel por deudas, sólo van unos pocos imbéciles que iniciaron su carrera desconociendo los rudimentos del arte».