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sábado, 23 de abril de 2016

Aníbal en los Alpes: una cuestión de mierda (1)

Aún conservo la «intuitiva, sintética y práctica» Enciclopedia Álvarez con la que preparé mi examen de ingreso en el Bachillerato. Su autor, el maestro vallisoletano don Antonio Álvarez, dedicó dos páginas a Aníbal (247-182 AEC), el gran general cartaginés que en el siglo III AEC se atrevió a desafiar el poder de Roma. El espacio les parecerá poco a algunos, pero es todo un universo de papel si se tiene en cuenta que aquella enciclopedia de 635 páginas tamaño cuartilla incluía más de cien lecciones dedicadas ni más ni menos que a Lengua Española, Geografía, Ciencias Naturales, Historia, Historia Sagrada, Aritmética y Geometría, y, de postre, más de cincuenta dedicadas a la Formación del Espíritu Nacional.

En la estampa que acompaña al texto, el imaginativo autor mostraba a Aníbal, espada en mano y subido a una biga de guerra, entrando a sangre y fuego en una incendiada Sagunto dos de cuyos habitantes, heridos de muerte, yacen a los pies del conquistador que acaba de destruir la ciudad ibera aliada de Roma. ¡Menudo tipo!, pensaba yo, ignorante de la mejor hazaña ejecutada por uno de los genios militares más grandes de la historia.
Estampa de la Enciclopedia Álvarez
Lo mejor vendría después, en la Historia Universal de Primero de Bachillerato, cuando supe que Aníbal había atravesado los Alpes ¡montado en un elefante! La estampa que acompañaba al texto era fascinante: el mismo tipo que había visto entrar en Sagunto aparecía ahora a lomos de un paquidermo con el telón de fondo de unas montañas nevadas.

Luego, Aníbal pasó a ocupar durante muchos años el rincón de mi mente en el que impera el olvido; hace unos veinte años volví sobre el asunto cuando leí (y releí varias veces) Aníbal, el libro de Gisbert Haefs, una de las novelas históricas más célebres de las últimas décadas, en la que el narrador, Antígono, un supuesto heleno asentado en Cartago, cuenta la historia del gran comandante africano.

Sobre Aníbal se han escrito miles de ensayos y centenares de libros (teclear su nombre en Google produce casi 12 millones de entradas; si se escribe en inglés “Hannibal” son casi 35 millones), pero nadie ha sido capaz hasta ahora de encontrar el camino que siguió el cartaginés para atravesar los Alpes y sorprender a los romanos –que lo esperaban desembarcando desde África- con un audaz ataque por su retaguardia que aniquiló a las curtidas legiones de Publio Cornelio Escipión, cónsul que dirigía las fuerzas romanas destinadas a interceptar al caudillo cartaginés. Roma era una potencia continental y Cartago una potencia marítima. Parecía obvio que la flota cartaginesa podría atacar mediante un desembarco en cualquier punto del sur de la península itálica o de Sicilia, evitando así el terrorífico cruce por los Alpes. Sin embargo, Aníbal atacó por tierra en abierto desafío y sorpresa para las tropas romanas. Su repentina aparición en el valle del Po después de la travesía de la Galia y el paso de los Alpes, le permitió romper la forzada paz de alguna de las tribus locales con Roma, antes de que ésta pudiera reaccionar contra la rebelión. Recapitulemos.

Después de que los cartagineses asediaran y destruyeran Sagunto, los romanos decidieron contraatacar en dos frentes: África del Norte e Hispania, partiendo desde Sicilia, isla que les sirvió de base de operaciones. No obstante, Aníbal trastocó los planes de los romanos con una estrategia inesperada: quería llevar la guerra al corazón de Italia, marchando rápidamente a través de Hispania y del sur de la Galia. Consciente de que su flota era muy inferior a la de los romanos, Aníbal decidió no atacar por mar, sino que eligió una ruta terrestre mucho más dura y larga pero más interesante tácticamente, pues le permitió reclutar a muchos soldados mercenarios o aliados procedentes de los pueblos celtas dispuestos a combatir a los romanos.

Aníbal partió de Cartagena a finales de la primavera del 218 AEC. Puso en marcha al ejército y envió representantes para negociar su paso a través de los Pirineos y trabar alianzas con los pueblos que se asentaban a lo largo de su trayecto. Según Tito Livio, atravesó el Ebro con 90.000 infantes y 12.000 jinetes. Tras su paso por los Pirineos, disponía de 70.000 infantes y 10.000 jinetes. Según otras fuentes, llegó a la Galia a la cabeza de 40.000 infantes y 12.000 jinetes. Por otro lado, en varias ocasiones, o como mínimo, al principio de la guerra, Cartago envió refuerzos a Aníbal. Además, a su ejército se sumaron muchos soldados procedentes de tribus. Cerca de 40.000 galos se unieron al ejército cartaginés durante la guerra.

Aníbal cruzando los Alpes en un elefante, de Nicolas Poussin
En su ejército, Aníbal contaba con un poderoso contingente de elefantes de guerra, animales que representaban un importante papel en los ejércitos de la época y que los romanos conocían bien por haberse enfrentado a ellos cuando formaban parte de las tropas del rey de Epiro, Pirro I. En realidad, los 37 elefantes de Aníbal son una cifra insignificante comparada con los ejércitos de la época helenística. De hecho, la mayoría murieron durante el viaje a través de los Alpes o víctimas de la humedad de las marismas etruscas. El único paquidermo que sobrevivió, Syrius, fue utilizado como montura por el propio Aníbal. En efecto, Aníbal perdió su ojo derecho durante una batalla menor y utilizó este medio de transporte para no entrar en contacto con el agua cuando se vadeaban ciénagas o cursos de agua.

Aníbal penetró en la Galia evitando cuidadosamente atacar las ciudades griegas erigidas en lo que hoy es Cataluña. Se piensa que, tras franquear los Pirineos a través del Puerto de Perthus y establecer su campamento cerca de Perpiñán, siguió avanzando sin mayores incidentes hasta llegar al Ródano, donde apareció en septiembre antes de que los romanos pudieran impedirle el paso. Tras evitar las poblaciones locales, que trataron de detener su avance, los cartagineses y sus aliados remontaron el Valle del Ródano. El hecho de que los romanos vinieran de conquistar la Galia Cisalpina dio esperanzas a Aníbal de que sería capaz de encontrar aliados entre los galos del norte de Italia. Luego, para llegar hasta la llanura del Po, en el corazón de los dominios de Roma, Aníbal tenía que atravesar los Alpes.

Fuera cual fuese el paso elegido, la travesía de los Alpes ha sido la opción táctica más destacada en la Antigüedad. Aníbal logró atravesar las montañas a pesar de los obstáculos que planteaban el clima, el terreno, los ataques de las poblaciones locales, y la dificultad de dirigir a un ejército compuesto por soldados de distintas etnias y que hablaban en diversas lenguas.

Aníbal vencedor contemplando por primera vez Italia desde los Alpes
de Francisco Goya
El enigma de la hoja de ruta transalpina seguida por Aníbal se convirtió en una de esas cuestiones bizantinas que son causa de debates interminables a pesar de que el tema no tiene importancia alguna. Este mes parece que se ha resuelto de una vez por todas un rompecabezas que decenas de historiadores, diletantes, aventureros y militares habían embrollado durante siglos. Pongámonos en antecedentes de la mano de Peter Connolly, en cuyo libro Aníbal y los enemigos de Roma, el erudito historiador británico ayuda a desbrozar el camino de las elucubraciones, unas sesudas, otras fantásticas, que siguieron a los dos historiadores de la Antigüedad que pusieron sobre el tapete el puzle de aquella intrépida marcha.

Hay dos textos antiguos que dan una descripción de la ruta de Aníbal. El más antiguo está en el tercer libro de la Historia de la Humanidad del historiador griego Polibio de Megalópolis (ca. 200-118 AEC). Del texto parece deducirse una ruta septentrional, porque menciona una tribu celta, los alóbroges, que vivía en las orillas del río Isère, en el siglo II AEC. La otra fuente es el vigésimo primer libro de la Historia de Roma desde su fundación, escrito por el historiador romano Tito Livio de Padua (59 AEC-17 DEC), que sugiere una ruta más al sur.

Livio y Polibio utilizan indirectamente la misma versión escrita por un testigo de la hazaña, que supone que fue uno de los compañeros de Aníbal, Sosylus de Lacedemonia, que es conocido por haber escrito una historia de la Segunda Guerra Púnica en siete libros. Polibio, contemporáneo de Sosylus, utilizó el texto original; Livio lo conocía indirectamente. Su verdadera fuente no puede ser identificada, pero podemos estar seguros de que ese intermediario fue un autor meticuloso que copió todas las indicaciones cronológicas que encontró en el informe de testigos. También añadió explicaciones; que no puede saberse si son correctas, pero la cronología de Tito Livio es muy precisa cuando relata los acontecimientos que surgieron en los 16 días de marcha que tardaron los cartagineses en atravesar los Alpes.

A pesar de que la cronología de Livio es muy detallada, siguen existiendo ciertos aspectos oscuros en su narrativa. Polibio entiende la estrategia militar mejor que Tito Livio. Por ejemplo, explica al principio de su historia por qué las tribus celtas no habían atacado a Aníbal antes de iniciar su travesía de los Alpes:

«Mientras que los cartagineses habían permanecido en las llanuras, los diversos jefes de los Allobroges les habían dejado solo debido a su miedo, tanto a la caballería cartaginesa, como a las tropas bárbaras que los escoltaban».
Explicaciones como éstas están ausentes de la historia de Tito Livio. Además, escribe Polibio que:

«He preguntado a hombres que estaban presentes en esas ocasiones acerca de las circunstancias, he explorado personalmente el país, y he cruzado los Alpes para conseguir evidencias e información de primera mano».
Por lo tanto, es tentador considerar a Polibio como más fiable que a Tito Livio. Tiene conocimientos de primera mano de los Alpes, ha leído el relato de un testigo presencial, y entiende las maniobras del ejército. Por otra parte, Tito Livio tampoco se queda atrás, porque copió cuidadosamente lo que había sido meticulosamente anotado por otro. Como consecuencia de ello, nadie fue capaz de decidir cuál de esos dos textos históricos es el más fiable.

El paso de la Traversette. Imagen de Google Maps.
Otro enfoque del problema es mirar a los pasos en los Alpes para saber cuál se adapta mejor los textos. De norte a sur, estos pasos son los siguientes: Petit Saint Bernard:  2.188 m; Mont Cenis:  2.084; Clapier:  2.482; Montgenèvre:  1.860; de la Croix:  2,309; y de la Traversette:  2.950. Cualquiera de esos puertos tiene que ajustarse a los siguientes condicionantes en los que Polibio y Tito Livio están de acuerdo:

1.- El paso tiene que ofrecer espacio suficiente para construir una acampada de por lo menos 20.000 soldados, 6.000 jinetes y 27 elefantes.
2.- El desfiladero debe comenzar a una distancia máxima de entre 15 a 30 kilómetros de la cumbre, porque los soldados de Aníbal empezaron a bajar en el día que dejaron el campamento en la cima.
3.- El camino a Italia debía ser en dirección norte, porque los soldados encontraron nieves del año anterior, cuando estaban descendiendo. Hay que tener en cuenta que la línea de nieve en el aquel tiempo estaba a unos 2.000 metros.
4.- La primera parte del descenso tiene que ser estrecha y empinada.
5.- Después de esa primera parte, el descenso tiene que ser menos pronunciada durante unos 50 kilómetros, ya que los hombres de Aníbal tardaron tres días en llegar a la llanura.
6.- Italia debería ser visible desde la cumbre (según Polibio) o desde un punto en el comienzo mismo del descenso (de acuerdo con Livio), porque Aníbal fue capaz de mostrar sus hombres la llanura durante una arenga que supuestamente pronunció antes de caer sobre territorio romano.

Como aval de este último punto, cito un pasaje de Polibio:

«Los soldados, consternados por el recuerdo del dolor que habían sufrido, y sin saber a qué deberían enfrentarse cuando siguieran avanzando, parecieron perder el coraje. Aníbal los reunió, y, como desde la cima de los Alpes, que parecían ser la entrada a la ciudadela de Italia, se divisaban las vastas llanuras que regaba el Po con sus aguas, Aníbal se sirvió de este bello espectáculo, único recurso que le quedaba, para quitar el miedo a los soldados. Al mismo tiempo, les señaló con el dedo el punto donde estaba situada Roma, y les recordó que gozaban de la buena voluntad de los pueblos que habitaban el país que tenían ante sus ojos».
El sexto condicionante es el menos importante, porque la arenga de Aníbal fue probablemente inventada. Esta era una práctica muy común en la historiografía antigua: el lector espera breves discursos en los que los actores explican lo que estaban haciendo y por qué. Estos discursos explicativos se incluyen normalmente antes de una acción particularmente importante.

El único paso que se adapta a las cinco condiciones principales es también el más bajo, el Col du Montgenèvre entre Briançon, Francia, y Susa, Italia. Hay un argumento adicional para apoyar que este fue el paso tomado por Aníbal: son las distancias que mejor se adaptan a las mencionadas por Polibio (252 km desde el Ródano hasta el comienzo de la subida, y 216 desde allí a la llanura del Po. Ni que decir tiene que el Montgenèvre se puso al frente de las quinielas, por más que el mismísimo Napoleón Bonaparte –maestro en el movimiento de tropas- abogase por el Mont Cenis y que algunos profesionales de la cosa, como Patrick Hunt, profesor de Arqueología de la Universidad de Stanford, que había pasado toda su vida como un friki consagrado a la búsqueda del puerto, lo pusiesen en duda en beneficio del Petit Saint Bernard, cuyos partidarios sostienen que las constantes nieblas que se elevan a menudo en la llanura del Po impiden verla desde el Montgenèvre. Los fans de este último contraatacaban con numerosas fotografías con el cielo despejado.

A los partidarios del puerto de Clapier, el siguiente pasaje de Polibio les daba alas: «Aníbal llegó a Italia con el ejército citado antes, acampó a los pies de los Alpes, para que descansaran sus tropas [...] procuró, en primer lugar, contratar a los pueblos del territorio de Turín, pueblos situados al pie de los Alpes». En los Alpes Septentrionales, sólo el Clapier satisfaría estas dos condiciones: vista panorámica sobre la planicie del Po y del territorio de los turineses. Desde que el coronel Perrin lo afirmó en 1883, un tropel de fieles elucubradores se sumó a esta doctrina.

Claro que siempre hay heterodoxos. La única excepción notable a la hipótesis de Perrin fue la de Sir Gavin de Beer quien, a la vista de su currículo, parece que aquí pintaba poco. Sir Gavin Rylands de Beer (1899-1972) fue un embriólogo evolutivo británico, director del Museo británico de Historia Natural y presidente de la Sociedad linneana de Londres, cuya carrera científica estuvo centrada en la embriología experimental, la embriología comparada, paleornitología y la embriología evolutiva. No cabe duda de sus impresionantes resultados científicos: de Beer escribió 382 artículos, 16 libros de zoología, evolución, embriología y crecimiento. Sin embargo, le sobraba tiempo para sus aficiones literarias e históricas: cinco libros sobre historia de la ciencia, nueve biográficos (especialmente de Charles Darwin), nueve sobre Suiza y los Alpes y otros seis sobre la industria militar y otros asuntos avalan su trayectoria divulgativa en esos campos, lo que mereció el Premio Kalinga de la Unesco. En 1955, Alps and elephants. Hannibal's march, en el que desmontaba la hipótesis Perrin y proponía el puerto de la Traversette en los Alpes meridionales, cerca del Monte Viso (Alpes Cocios). La ruta no atravesaba el territorio de los alóbroges, lo que sirvió a sus numerosos detractores para atacarla con vehemencia, porque, al fin y al cabo, ¿qué hacía un biólogo diletante metido en los sesudos debates de arqueólogos, historiadores y estrategas militares?

Y en esas estábamos cuando la ciencia, tan amada por de Beer, acaba de salir en su ayuda. De ello me ocuparé en una próxima entrada.