Vistas de página en total

sábado, 7 de junio de 2025

EL CINEMATOGRÁFICO ÁRBOL DE LOS SUICIDAS

El árbol venenoso de la serie The White Lotus realmente existe y, si comes sus semillas, te paraliza el corazón.


Para un productor cinematográfico contar con un protagonista que no cobra debe de ser un negocio de primera. Eso es precisamente lo que ocurre en todas las temporadas de la serie estadounidense de MAX-HBO The White Lotus, en la que el árbol pong pong (Cerbera odollam) juega un papel importante rodeado de turistas ricos que se alojan en un hotel de lujo.

En la tercera temporada, que tiene lugar en Tailandia, el árbol adquiere una dimensión más concreta cuando una de las melifluas trabajadoras del hotel advierte a un huésped que no coma el fruto del pong pong, porque es lo bastante venenoso como para matar a una persona. De hecho, en el sudeste asiático, de donde es nativo, esta planta es responsable de más de mil muertes al año, lo que le ha valido el apodo de “árbol de los suicidas”.

Pong pong o árbol de los suicidas

El pong pong es un miembro de las Apocynaceae, una familia de angiospermas (las plantas con flores y frutos) conocida por sus potentes venenos. Quizás la más conocida de todas esas plantas, al menos en occidente, es la adelfa (Nerium oleander). El árbol de los suicidas es originario del sudeste asiático, de las islas del Pacífico y del norte de Australia, aunque recientemente se ha cultivado en todo el mundo tropical como árbol ornamental.


El ingrediente activo del veneno de la planta, la cerberina, un veneno que se absorbe en el torrente sanguíneo y puede causar un ataque cardíaco, que se concentra sobre todo en las semillas, que son más o menos del tamaño de un hueso de melocotón. De características químicas similares a la digitalina de las dedaleras, una dosis muy baja puede ser mortal, aunque algunas personas han sobrevivido al envenenamiento porque, como sucede con todos los venenos, todo depende de la persona, su edad, sexo, altura e historial médico.


De todas formas, hay que tener intenciones suicidas para ingerirla, porque la cerberina, junto con otros compuestos químicos, hacen que el fruto sea extremadamente amargo, una estrategia evolutiva que siguen muchas plantas con objeto de disuadir a los herbívoros, en el caso de que mordieran un fruto, de que no volverieran a acercarse a él.

A lo largo de los siglos, los humanos han triturado las semillas de pong pong para obtenerun polvo destinado a su empleo en medicina tradicional, pero también para cometer homicidios o suicidios y en juicios de brujería. Su popularidad como arma homicida se debe tanto a que es difícil de detectar en las autopsias como a que su sabor puede quedar enmascarado por especias fuertes.

Efectos de la ingestión de las semillas

Además de tener mal sabor, la cerberina es un glucósido cardíaco, lo que significa que se dirige al corazón. Como sucede con otros venenos cardiotónicos, la cerberina se absorbe por vía sanguínea desde el estómago. Los primeros síntomas pueden aparecer a los 20 o 30 minutos, el tiempo que tarda el sistema inmunitario en intentar defenderse provocando náuseas, vómitos y diarrea para evacuar el veneno.

Después de una hora, la cerberina puede ralentizar peligrosamente el ritmo cardíaco al interrumpir la bomba desodio-potasio que regula los movimientos del corazón, lo que se traduce en palpitaciones y arritmias que culminan en un paro cardíaco porque, al faltar las fases de contracción y relajación habituales para que se contraigan y se relajen, los músculos cardíacos simplemente dejan de funcionar.

¿Son comunes las muertes producidas por el pong pong?

Los árboles pong pong son conocidos desde hace años por su capacidad letal. Un estudio publicado en 2004 mostró que los árboles estuvieron relacionados en más de la mitad de todos los casos de envenenamiento por plantas, y con más de una décima parte de todos los envenenamientos, en la región india de Kerala entre 1989 y 1999.

El mismo estudio estimó que durante siglos casi tres mil personas murieron cada año a causa del pong pong y de su pariente cercano, el mango de mar (Cerbera manghas), también conocido como tanguin, utilizado en Madagascar en juicios por brujería. Los sospechosos de brujería debían beber una mezcla de tanguin triturado disuelto en agua y luego comer piel de gallina. Vomitar la piel de gallina demostraba que eran inocentes. Algunos desdichados juzgados de esta manera perecían por los efectos del veneno, mientras que otros nunca vomitaban, en cuyo caso eran declarados culpables y ejecutados.

Mango de mar. Rama florida de Cerbera lactaria:  1. Flor en sección longitudinal; 2. Estambre y corona; 3. Pistilo con estilo y estigma; 4. Sección transversal del fruto sin el pericarpio externo; 5. Brote de Cerbera odollam; 6. Flor de la misma especie en sección longitudinal; 7. Estambre y corona; 8. Fruto parcialmente separado del pericarpio externo; 9. La misma especie en sección transversal. A, 1, 4, 5, 6, 8, 9 ligeramente reducidas; 2, 3, 7 ampliadas. Lámina original del libro Plantas Medicinales de Franz Eugen Köhler. Dominio público.

La planta ha dejado muchas víctimas a su paso, en parte porque se consume en zonas rurales sin acceso a tratamiento de emergencia. Sin embargo, la distribución del polvo venenoso es internacional, y muchos vendedores en línea exportan los árboles y sus semillas a todo el mundo. Por ejemplo, un estudio de 2018 relató seis casos de envenenamiento por pong pong en los Estados Unidos, tres de ellos mortales. Una de las víctimas fue una mujer de 33 años que había comprado el veneno en Internet, donde se vendía como un remedio para bajar de peso.

Cómo tratar las intoxicaciones con pong pong

No existe un antídoto milagroso para el veneno de la fruta, incluso para los pacientes que reciben ayuda médica inmediata. Los médicos pueden administrar venenos con efectos opuestos al pong pong, como la atropina, o realizar masajes cardíacos. Sin embargo, el pronóstico depende de multitud de factores. Si una persona sensible al veneno no recibe ningún tratamiento, puede morir en una hora. Cuando quienes han comido las frutas son examinados en los hospitales, sus corazones siguen latiendo cada vez menos rápido, hasta que se detienen por completo.

A medida que la macabra reputación de la planta se extiende y su uso como objeto decorativo exótico en todo el mundo se generaliza, el árbol de los suicidas bien podría cobrarse otras víctimas.

Como en el Paraíso, la fruta prohibida puede ser tentadora, pero hay algunas cosas que es mejor no tocar.

domingo, 1 de junio de 2025

EL CIENTÍFICO QUE SE COMIÓ EL CORAZÓN DE UN REY… ENTRE OTROS MUCHOS "MANJARES"

La historia de un científico que, según decía, quería comerse todo el reino animal e incluso cató el corazón de un rey.

Retrato de W. Buckland sosteniendo la calavera de una hiena

Los avances de la ciencia suelen relacionarse con el aburrimiento rutinario propio de oscuros gabinetes y tediosos laboratorios. Pero no siempre es así. En el libro Cazadores de dragones (Ariel Historia, 2007) José Luis Sanz cuenta relatos acerca de los paleontólogos que descubrieron y estudiaron los dinosaurios, unas historias apasionantes de la búsqueda del pasado remoto a través de los fósiles de dinosaurios y acerca de los hombres que los descubrieron y divulgaron.

Desde los pioneros que dieron los primeros pasos hasta los más recientes hallazgos de la paleontología, por las páginas de ese libro riguroso y divertido desfilan entre otros los británicos Gideon Algernon Mantell y Richard Owen, que dieron la buena nueva de la existencia de fósiles de dinosaurios; los norteamericanos Othniel Charles Marsh y Edward Drinker Cope, que se embarcaron en una guerra por dilucidar quién descubría más dinosaurios, con Bufalo Bill, los sioux y la fiebre del oro como teloneros estrella; el aventurero Roy Chapman Andrews y sus expediciones motorizadas por el Gobi; las andanzas de los paleontólogos soviéticos por Mongolia y el hallazgo de miles de huevos de dinosaurio en la Patagonia argentina.

De la mano de estos personajes asistimos a una sugestiva iniciación a la paleontología, un repaso a nuestra fascinación por los dinosaurios y un homenaje a los científicos y exploradores que, estudiando restos fósiles, descubrieron que en el pasado remoto la Tierra estuvo poblada por una fauna difícil de imaginar. Un viaje fascinante y repleto de anécdotas por el mundo de los dinosaurios y las extraordinarias vidas de sus descubridores. 

En ese retablo de las maravillas no falta, ni podía faltar, el reverendo William Buckland (1784-1856), que fue el primer profesor de Geología y Mineralogía en la Universidad de Oxford y, más tarde, decano de Westminster. Buckland es uno de los científicos más pintorescos de los que tengo noticia. Al fin y al cabo, ¿cuántas veces se habla de alguien que se dice que se comió el corazón de un rey?

Mi relación fortuita con William Buckland comenzó debido a mi directo interés por una mujer extraordinaria, Mary Anning (1799-1847), gracias al cual tropecé por casualidad con una antigua mesa que se exhibe en el museo de Lyme Regis, un pueblo aparentemente tranquilo de la costa sur de Inglaterra que guarda en sus acantilados una historia geológica fascinante entrelazada con la vida de Anning, la primera paleontóloga reconocida como tal por sus importantes hallazgos de los lechos marinos del período Jurásico en Lyme Regis, la localidad inglesa donde nació y murió.

Como su contemporánea Anning, William Buckland se enamoró desde muy joven de los fósiles. Tenía treinta y tantos años cuando investigó huesos fósiles encontrados en una cueva de Yorkshire y concluyó que eran restos de hienas prehistóricas. Creía que, a partir de sus heces fosilizadas, para las que acuñó el término "coprolitos", se podía determinar qué tipo de animales habían comido.

 Buckland intentó demostrarlo alimentando a una hiena con cobayas y examinando sus heces; como no podía ser menos, encontró que contenían fragmentos de huesos, al igual que los coprolitos que había descubierto y de los cuales estaba tan fascinado que encargó la construcción de una mesa con una serie de ellos incrustados en su superficie después de haber sido cuidadosamente cortados y pulidos por un marmolista. La "mesa de caca" de Buckland, como se la conoció posteriormente, se puede admirar en el museo de Lyme Regis.

La mesa incrustada de coprolitos de William Buckland. Lyme Regis Museum.

El descubrimiento de los coprolitos de hiena, que demostraban que Inglaterra había tenido un clima muy diferente al de la época previctoriana, fue considerado lo suficientemente importante como para que Buckland recibiera la Medalla Copley, el galardón más prestigioso de la Royal Society of Britain, otorgado «por logros sostenidos y sobresalientes en cualquier campo científico». Aún habría más logros.

Buckland escribió la primera descripción completa de un dinosaurio, incluso antes de que existiera la palabra "dinosaurio". En 1824, publicó Notice on the Megalosaurus or Great Fossil Lizard of Stonesfield, basado en una mandíbula dentada parcialmente fosilizada. El término "dinosaurio", del griego "lagarto terrible", no sería introducido hasta 1842 por el paleontólogo británico Richard Owen. Con mucha propiedad, el "gran lagarto" de Buckland se llamó Megalosaurus bucklandi, que incluso apareció representado en 2024 en un sello postal del Reino Unido.

El interés de Buckland por todo lo relacionado con el estómago, un tema que llegó a obsesionarle, probablemente surgió de sus estudios sobre coprolitos, de los cuales concluyó que estos fósiles, despreciados por muchos de sus aristocráticos colegas, podían aportar información tanto sobre el devorador y el devorado. Buckland se convirtió en un entusiasta de la zoofagia, la práctica de comer animales, generalmente exóticos, un movimiento que tuvo su auge en el siglo XIX.

Su afición le llevó a elaborar algunos experimentos culinarios extravagantes que hicieron que fuera recordado no solo como un paleontólogo de renombre, sino también como un personaje excéntrico: declaró que se comería todo el reino animal. Erizos, ranas, caimanes, ratones, trompas de elefante, moscas azules y tijeretas, entre otros muchos bichos que sería prolijo citar, pasaron por su mesa.

Se ha especulado que las extrañas decisiones alimentarias de Buckland no eran resultado de su excentricidad, sino que estaban motivadas por la difícil situación de los pobres, quienes a menudo carecían de lo suficiente para comer. Pensaba que, si se demostraba que sus raras elecciones culinarias llegaran a formar una parte aceptable de la dieta, los pobres tendrían una opción económica para saciar el apetito. Sin embargo, cabe pensar que la trompa de elefante difícilmente entraría en la categoría de alimentos económicos.

Aunque el relato sobre la cardiofagia del Rey Sol bien podría ser apócrifo, es demasiado bueno para dejarlo de lado. Empecemos con la parte de la historia que es históricamente cierta. En Francia, desde el siglo XIII, el corazón de un rey fallecido se extraía y se guardaba como reliquia para ser venerado, una veneración que, obviamente, fue anadonada tras la Revolución Francesa. El cofre de plata que albergaba el corazón del rey Luis XIV fue fundido y el órgano momificado supuestamente fue vendido a Alexander Pau, un pintor que le dio un extraño uso.

En aquella época, el "marrónmomia", también conocido como “marrón egipcio” o "caput mortuum", era un pigmento elaborado a partir de carne molida de momias mezclada con brea blanca y mirra, especialmente codiciado por su precisión en los tonos de piel. Según cuenta la historia, Pau usó solo un pequeño trozo del corazón momificado, y el resto, del tamaño aproximado de una nuez, fue adquirido por Lord Harcourt, arzobispo de York, a quien le gustaba mostrarlo a sus visitas. 

Eso fue precisamente lo que hizo en una suntuosa cena a la que Buckland acudió como invitado. Cuando le mostraron el corazón, se dice que Buckland, quien ya se había ganado la reputación de ingerir cosas atípicas, dijo: «He comido muchas cosas raras, pero nunca he comido el corazón de un rey». Pensando que este peculiar manjar sería una gran aportación a su repertorio y que zamparlo entretendría a los invitados, se cuenta que procedió a catarlo. Como he dicho, una historia demasiado buena para no contarla.

Aunque el relato es sospechoso, Buckland era conocido por ser un conferenciante entretenido. En Oxford, cuando enseñaba a los estudiantes sobre su megalosaurio, se pavoneaba imitando cómo creía que caminaba el lagarto gigante. Henry Acland —quien a los años se convertiría en un prestigioso médico— asistió a una de sus clases y contó que Buckland «caminaba de un lado al otro detrás de una larga vitrina, sosteniendo en su mano la calavera de una hiena mientras peroraba».

«De repente, bajó de prisa las escaleras, le apuntó con la calavera al primer estudiante sentado en la banca de enfrente y gritó: "¿Qué es lo que gobierna el mundo?" El joven, aterrado, no musitó ni una palabra. [Buckland] corrió hacia donde yo [Acland] estaba y, apuntando la hiena frente a mi cara, preguntó: ”¿Qué es lo que gobierna el mundo?”. ¡No tengo ni idea”, le respondí. “El estómago, señor, el estómago gobierna el mundo. Los grandes se comen a los pequeños y estos a otros aún más pequeños”, aclaró él».

Aunque Buckland podría describirse como, digamos, poco convencional, no cabe duda de que realizó importantes contribuciones a la ciencia. La dedicatoria de su busto, expuesto en la Abadía de Westminster, dice: «Dotado de un intelecto superior, aplicó los poderes de su mente al avance de la ciencia y al bienestar de la humanidad».

Nada se dice de sus aficiones gastronómicas que hubieran asombrado al mismísimo Apicius.