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viernes, 14 de noviembre de 2025

LA GRIPE AVIAR Y EL ECO DE LOS ELEFANTES MARINOS

La reciente aparición de un devastador brote de gripe gviar altamente patógena (HPAI, por sus siglas en inglés) —y más concretamente de la cepa Influenza aviar A(H5N1) del subtipo 2.3.4.4b— que está causando estragos en poblaciones de mamíferos marinos en la remota isla de Georgia del Sur, en el Atlántico Sur, pone en relieve una cuestión doblemente inquietante: por un lado, el importante impacto en la biodiversidad y los ecosistemas marinos; por otro, la persistente —aunque por ahora limitada— amenaza para la salud humana.

He redactado una visión divulgativa sobre qué es la gripe aviar, cómo se contagia y qué riesgos plantea para las personas.

El eco de los elefantes marinos

El viento en Georgia del Sur siempre ha soplado con un tono metálico, como si viniera desde un mundo más antiguo. Allí, entre glaciares y playas que crujen bajo el peso de miles de cuerpos, los elefantes marinos han reinado durante siglos. Son animales que parecen sacados de un cuento polar: enormes, ruidosos, seguros de su lugar en el mundo. Por eso el silencio que se ha extendido en los últimos meses resulta tan inquietante.

Una colonia de elefantes marinos en la isla de Georgia del Sur. Foto de EL PAÍS sobre la expedición española a comienzos de 2025.

La mitad de las hembras de la mayor colonia de elefantes marinos del mundo ha desaparecido. No por cazadores, ni por falta de alimento, ni por ninguna de las viejas amenazas conocidas. Ha sido un virus: la gripe aviar.

No era un invitado esperable. La Antártida y su periferia eran, hasta hace muy poco, la última frontera sin registrar infección por el virus de la gripe aviar, el H5N1. Pero los patógenos no respetan líneas imaginarias. Y las aves, que no entienden de geopolítica, llegaron un día con el virus en las alas. Lo demás fue cuestión de densidad, azar y biología.

Un viejo virus con habilidades nuevas

Para entender lo que está pasando conviene retroceder un paso. La gripe aviar no es ninguna recién llegada: los virus Influenza A llevan siglos viajando en el interior de las aves acuáticas. Son sus hospedadores naturales, animales que pueden portar el virus sin enfermar demasiado. Durante décadas, el H5N1 ha sido uno de los subtipos más problemáticos, pero se mantenía, más o menos, dentro de su “nicho”.

Todo empezó a cambiar en 2020, cuando emergió una nueva variante, el clado 2.3.4.4b: un linaje con ambiciones geográficas. Desde entonces ha aparecido en casi todos los continentes, saltando de país en país con una eficacia casi poética, si no fuera tan siniestra.

Fotografía al microscopio electrónico de un tejido infectado por el virus de la gripe aviar A F5N1. Dominio púlico 

Hasta hace unos años habríamos dicho que este virus pertenecía al reino de las aves. Pero últimamente parece empeñado en demostrar lo contrario. Zorros, visones, osos, focas, gatos domésticos, leones marinos… y ahora elefantes marinos. Una lista que crece como una sombra.

Cómo se contagia algo que viaja con el viento

El mecanismo puede sonar sencillo cuando se explica en frío:

Las aves acuáticas portan el virus y lo excretan por las heces.

Las aves domésticas o silvestres lo recogen del suelo, del agua o del aire.

Si entra en una granja, se extiende como pólvora.

Pero lo que ocurre en mamíferos es más misterioso. En el caso de los elefantes marinos, los científicos creen que hubo transmisión entre los propios animales, algo que antes hubiese parecido improbable. Miles de cuerpos juntos, respirando, tosiendo, intercambiando gotículas a corta distancia. Bastó con que un puñado de ellos se infectara para que la colonia entera estallara como una pradera en temporada seca.

El resultado ha sido devastador. Y mientras tanto, los humanos observamos desde la distancia, preguntándonos —con razón— si este virus, que avanza como un explorador testarudo, podría fijarse también en nosotros.

¿Y para las personas? ¿Cuánto hay que preocuparse?

Aquí la historia cambia de tono. Porque, si bien el virus ha saltado a varias especies, no está adaptado a los humanos. Los casos registrados hasta hoy han sido escasos y casi siempre vinculados a personas con una exposición directa e intensa: granjeros, veterinarios, trabajadores de fauna silvestre.

Para el resto del mundo, el riesgo sigue siendo bajo. No porque el virus sea amable, sino porque aún no ha encontrado la combinación genética que necesita para transmitirse de persona a persona. Aun así, conviene no caer en la complacencia. Los virus mutan con la insistencia de la lluvia: gota a gota, cambio a cambio. Cada salto entre especies es una oportunidad nueva para experimentar. Y esta variante, la 2.3.4.4b, ha demostrado ser un explorador intrépido.

El verdadero peligro no está en el presente, sino en el futuro

El mayor riesgo no es lo que estamos viendo hoy, sino lo que podría venir mañana si el virus encuentra un atajo evolutivo hacia la transmisión humana.

Para imaginarlo no hace falta dramatizar: basta recordar la pandemia de 1918 o la de 2009. Los virus de la gripe, cuando encuentran una puerta abierta, no necesitan una invitación.

Por ahora, repetimos, esa puerta sigue cerrada. Pero hay señales que obligan a vigilarla:

El virus ya se mueve con comodidad entre mamíferos.

Se ha extendido a regiones remotas, lo que multiplica los reservorios.

Ha infectado ganado bovino, algo nunca visto hasta 2024.

Ha demostrado que puede mantenerse meses enteros circulando sin descanso.

Son piezas de un rompecabezas que aún no forma una imagen clara, pero que merece atención.

El eco en los ecosistemas

Al margen de las preguntas de salud humana, lo que está ocurriendo en Georgia del Sur es una tragedia ecológica. La muerte de decenas de miles de elefantes marinos, en tan poco tiempo, altera toda la estructura del ecosistema: cambia la dinámica depredador-presa, altera la competencia por el espacio, afecta a las aves que se alimentan de carroña y a los depredadores superiores.

La naturaleza es un tejido: si tiras de un hilo, el resto se tensa. Y aquí el hilo ha sido un virus diminuto que apenas puede verse bajo el microscopio.

Qué podemos hacer nosotros

La respuesta, de momento, es más pragmática que épica.

Evitar el contacto con aves o mamíferos muertos.

Seguir las recomendaciones de las autoridades sanitarias.

Cocinar bien la carne de ave.

Dejar que los expertos vigilen el comportamiento del virus como quien observa una caldera en ebullición.

Para la mayoría de la población, la gripe aviar sigue siendo una amenaza lejana. Pero como ha demostrado Georgia del Sur, el mundo natural y el humano nunca han estado tan interconectados.

La historia sigue escribiéndose

Quizá dentro de unos años recordemos este brote como un episodio aislado. O quizá descubramos que fue el primer aviso serio de un virus que decidió probar nuevas rutas evolutivas.

De momento, lo único seguro es que las playas de Georgia del Sur han quedado marcadas. Y que cada elefante marino perdido es un recordatorio de que el planeta está lleno de fronteras invisibles: unas que se respetan, otras que se cruzan sin pedir permiso.

La gripe aviar, por desgracia, pertenece al segundo grupo.