La reciente aparición de un devastador brote de gripe gviar altamente patógena (HPAI, por sus siglas en inglés) —y más concretamente de la cepa Influenza aviar A(H5N1) del subtipo 2.3.4.4b— que está causando estragos en poblaciones de mamíferos marinos en la remota isla de Georgia del Sur, en el Atlántico Sur, pone en relieve una cuestión doblemente inquietante: por un lado, el importante impacto en la biodiversidad y los ecosistemas marinos; por otro, la persistente —aunque por ahora limitada— amenaza para la salud humana.
He redactado una visión
divulgativa sobre qué es la gripe aviar, cómo se contagia y qué riesgos plantea
para las personas.
El eco de los elefantes
marinos
El viento en Georgia del Sur
siempre ha soplado con un tono metálico, como si viniera desde un mundo más
antiguo. Allí, entre glaciares y playas que crujen bajo el peso de miles de
cuerpos, los elefantes marinos han reinado durante siglos. Son animales que
parecen sacados de un cuento polar: enormes, ruidosos, seguros de su lugar en
el mundo. Por eso el silencio que se ha extendido en los últimos meses resulta
tan inquietante.
| Una colonia de elefantes marinos en la isla de Georgia del Sur. Foto de EL PAÍS sobre la expedición española a comienzos de 2025. |
La mitad de las hembras de la
mayor colonia de elefantes marinos del mundo ha desaparecido. No por
cazadores, ni por falta de alimento, ni por ninguna de las viejas amenazas
conocidas. Ha sido un virus: la gripe aviar.
No era un invitado esperable. La
Antártida y su periferia eran, hasta hace muy poco, la última frontera sin
registrar infección por el virus de la gripe aviar, el H5N1. Pero los patógenos
no respetan líneas imaginarias. Y las aves, que no entienden de geopolítica,
llegaron un día con el virus en las alas. Lo demás fue cuestión de densidad,
azar y biología.
Un viejo virus con habilidades nuevas
Para entender lo que está pasando
conviene retroceder un paso. La gripe aviar no es ninguna recién llegada: los
virus Influenza A llevan siglos viajando en el interior de las aves acuáticas.
Son sus hospedadores naturales, animales que pueden portar el virus sin
enfermar demasiado. Durante décadas, el H5N1 ha sido uno de los subtipos más
problemáticos, pero se mantenía, más o menos, dentro de su “nicho”.
Todo empezó a cambiar en 2020,
cuando emergió una nueva variante, el clado 2.3.4.4b: un linaje con ambiciones
geográficas. Desde entonces ha aparecido en casi todos los continentes,
saltando de país en país con una eficacia casi poética, si no fuera tan siniestra.
| Fotografía al microscopio electrónico de un tejido infectado por el virus de la gripe aviar A F5N1. Dominio púlico |
Hasta hace unos años habríamos
dicho que este virus pertenecía al reino de las aves. Pero últimamente parece
empeñado en demostrar lo contrario. Zorros, visones, osos, focas, gatos
domésticos, leones marinos… y ahora elefantes marinos. Una lista que crece como
una sombra.
Cómo se contagia algo que
viaja con el viento
El mecanismo puede sonar sencillo
cuando se explica en frío:
Las aves
acuáticas portan el virus y lo excretan por las heces.
Las aves
domésticas o silvestres lo recogen del suelo, del agua o del aire.
Si entra en una
granja, se extiende como pólvora.
Pero lo que ocurre en mamíferos
es más misterioso. En el caso de los elefantes marinos, los científicos creen
que hubo transmisión entre los propios animales, algo que antes hubiese
parecido improbable. Miles de cuerpos juntos, respirando, tosiendo, intercambiando
gotículas a corta distancia. Bastó con que un puñado de ellos se infectara para
que la colonia entera estallara como una pradera en temporada seca.
El resultado ha sido devastador. Y
mientras tanto, los humanos observamos desde la distancia, preguntándonos —con
razón— si este virus, que avanza como un explorador testarudo, podría fijarse
también en nosotros.
¿Y para las personas? ¿Cuánto
hay que preocuparse?
Aquí la historia cambia de tono.
Porque, si bien el virus ha saltado a varias especies, no está adaptado a los
humanos. Los casos registrados hasta hoy han sido escasos y casi siempre
vinculados a personas con una exposición directa e intensa: granjeros,
veterinarios, trabajadores de fauna silvestre.
Para el resto del mundo, el
riesgo sigue siendo bajo. No porque el virus sea amable, sino porque aún no ha
encontrado la combinación genética que necesita para transmitirse de persona a
persona. Aun así, conviene no caer en la complacencia. Los virus mutan con la
insistencia de la lluvia: gota a gota, cambio a cambio. Cada salto entre
especies es una oportunidad nueva para experimentar. Y esta variante, la
2.3.4.4b, ha demostrado ser un explorador intrépido.
El verdadero peligro no está
en el presente, sino en el futuro
El mayor riesgo no es lo que
estamos viendo hoy, sino lo que podría venir mañana si el virus encuentra un
atajo evolutivo hacia la transmisión humana.
Para imaginarlo no hace falta
dramatizar: basta recordar la pandemia de 1918 o la de 2009. Los virus de la
gripe, cuando encuentran una puerta abierta, no necesitan una invitación.
Por ahora, repetimos, esa puerta
sigue cerrada. Pero hay señales que obligan a vigilarla:
El virus ya se
mueve con comodidad entre mamíferos.
Se ha extendido
a regiones remotas, lo que multiplica los reservorios.
Ha infectado
ganado bovino, algo nunca visto hasta 2024.
Ha demostrado
que puede mantenerse meses enteros circulando sin descanso.
Son piezas de un rompecabezas que
aún no forma una imagen clara, pero que merece atención.
El eco en los ecosistemas
Al margen de las preguntas de
salud humana, lo que está ocurriendo en Georgia del Sur es una tragedia
ecológica. La muerte de decenas de miles de elefantes marinos, en tan poco
tiempo, altera toda la estructura del ecosistema: cambia la dinámica depredador-presa,
altera la competencia por el espacio, afecta a las aves que se alimentan de
carroña y a los depredadores superiores.
La naturaleza es un tejido: si
tiras de un hilo, el resto se tensa. Y aquí el hilo ha sido un virus diminuto
que apenas puede verse bajo el microscopio.
Qué podemos hacer nosotros
La respuesta, de momento, es más
pragmática que épica.
Evitar el
contacto con aves o mamíferos muertos.
Seguir las
recomendaciones de las autoridades sanitarias.
Cocinar bien la
carne de ave.
Dejar que los
expertos vigilen el comportamiento del virus como quien observa una caldera en
ebullición.
Para la mayoría de la población,
la gripe aviar sigue siendo una amenaza lejana. Pero como ha demostrado Georgia
del Sur, el mundo natural y el humano nunca han estado tan interconectados.
La historia sigue
escribiéndose
Quizá dentro de unos años
recordemos este brote como un episodio aislado. O quizá descubramos que fue el
primer aviso serio de un virus que decidió probar nuevas rutas evolutivas.
De momento, lo único seguro es
que las playas de Georgia del Sur han quedado marcadas. Y que cada elefante
marino perdido es un recordatorio de que el planeta está lleno de fronteras
invisibles: unas que se respetan, otras que se cruzan sin pedir permiso.
La gripe aviar, por desgracia,
pertenece al segundo grupo.
