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martes, 10 de junio de 2014

Cazadores de virus

Un filósofo inglés, Carveth Read, publicó en 1925 su obra Los orígenes del hombre y de sus supersticiones, en la que sostenía que nuestros más antiguos antepasados deberían ser llamados Lycophitecus. Consideraba al hombre tan semejante al lobo como al mono: un carnívoro que cazaba en grupos. Aunque el libro pasó casi desapercibido, su influencia resultó ser trascendental. Mientras que desde la época de Darwin se mantenía que los hábitos de los precursores humanos habían diferido poco de los comportamientos inofensivos de los monos selváticos, la hipótesis del cazador sostiene que el hombre evolucionó impulsado no por la placidez vital y sosegada de los herbívoros, sino por el instinto asesino de los carnívoros. No es mi propósito hacer aquí una exposición detallada de esa sólida teoría de los orígenes de la especie humana. Quien esté interesado en el tema puede encontrar una buena síntesis introductoria en un libro muy recomendable de Robert Ardrey –La evolución del hombre: la hipótesis del cazador- editado en España por la colección de bolsillo de Alianza Editorial.

Sea como fuere, en la especie humana subsiste un profundo instinto cinegético, una naturaleza intrínseca de cazador de otras especies. Millones de cazadores, provistos de armas más o menos sofisticadas, se echan cada año a los campos y a los bosques impulsados por el poderoso instinto depredador que subyace en todos nosotros. Menos numerosos, pero infinitamente más pacientes y especializados son otros cazadores profesionales, los que cada día, provistos de bata y no de bota, armados con los artilugios más precisos diseñados por la ciencia, se aprestan a otra caza, la de los microbios patógenos.

La saga de esos cazadores está formada por nombres legendarios
Antony Leeuwenhoek (Fuente)
tales como Koch, Ross, Grasi, Reed o Pasteur que, escudriñando empecinadamente en el microcosmos de la vida microbiana que bulle en una gota de lluvia, en una pizca de sangre infectada o en el interior de un mosquito, ampliaron los horizontes de la ciencia hasta límites que hoy nos siguen pareciendo infinitos. Cuando Galileo acababa de ser procesado por atreverse a afirmar que la Tierra giraba alrededor del Sol, Antony Leeuwenhoek adquirió la manía de pulimentar lentes de vidrio. Ese holandés, apenas recordado ni elogiado, fue el primero en escudriñar por primera vez un nuevo y misterioso mundo poblado por mil especies diferentes de seres minúsculos, unos feroces y mortíferos; otros inofensivos y útiles. Leeuwenhoek, el padre del microscopio, fue el primer cazador de microbios. 

La vida estos cazadores es la historia de una obsesión. Mientras que los grandes naturalistas de los últimos tres siglos protagonizaban las grandes expediciones científicas a los Mares del Sur, buscando afanosamente la mítica Terra Australis Ignota, reclamando tierras remotas en nombre de sus respectivas coronas, o clasificando en cómodos gabinetes la flora y la fauna colectada en lugares recónditos, mientras tanto, en sórdidos, oscuros, insalubres y peligrosos laboratorios, rodeados de aullantes animales atormentados por la experimentación, de probetas y de matraces repletos de caldos donde bullían microorganismos letales, los cazadores se enfrentaban con un caos liliputiense, con un mundo fantástico de organismos invisibles al ojo humano que hasta entonces habían sido totalmente ignorados. Cuando Leeuwenhoek abre las puertas de ese caótico universo en miniatura, la medicina está por primera vez capacitada para enfrentarse a unas fieras minúsculas que asolaban y aniquilaban razas enteras de hombres millones de veces mayores que ellas, a homicidas silenciosos que asesinaban criaturas en sus tibias cunas, ejércitos en batallas silenciosas, nobles en sus inexpugnables fortalezas y reyes en sus dorados palacios.

Louis Pasteur (Fuente)
Pero el límite de aquellas generaciones de científicos de los siglos XVIII y XIX estaba en el horizonte que alcanzaban las lentes de sus microscopios, cada vez más potentes pero todavía incapaces de vislumbrar más allá del tamaño de las bacterias. Los mejores microscopios ópticos construidos hasta entonces eran artefactos inútiles cuando médicos, químicos o biólogos buscaban ansiosamente avistar a los minúsculos causantes de terribles enfermedades tales como la rabia, la viruela, la peste bubónica, la poliomielitis o la fiebre amarilla. El más grande de los cazadores de microbios y el científico más popular de su época, Louis Pasteur, muere en 1895 tras una gloriosa carrera de más de cuarenta años de incesante y obsesiva investigación en la que ha logrado derrotar los efectos letales de unos organismos a los que nadie, ni él, el más grande y el primero en pronosticar su existencia, había logrado ver. Habrá que esperar cincuenta años para que la ciencia pueda saber cómo son.

Trabajar con algo tan letal como los gérmenes que causaban la rabia o la viruela era muy peligroso, así que los primeros descubrimientos sobre los virus se deben a dos botánicos, uno ruso, Ivanovski, y otro holandés, Beijerink, que en el crepúsculo decimonónico trabajaron con una enfermedad de las plantas, el mosaico del tabaco. Sus experimentos eran muy semejantes: majar hojas enfermas y pasar el fluido resultante a través de un filtro tan fino que retendría todas las bacterias. El resultado en los experimentos de ambos era el mismo: el fluido resultante era capaz de infectar plantas sanas. En una prueba palpable de que las conclusiones de un mismo experimento científico pueden ser muy diferentes, el prudente Ivanovski concluyó en 1892 que el filtro tenía algún defecto. Con más agudeza, Martinus Beijerink no dudó en sostener en 1897 que el gran Pasteur tenía una vez más razón, que existían unos agentes responsables cuyo tamaño era mucho menor que el de las bacterias. Ignoraba cuál sería su naturaleza orgánica, de modo que se limitó a llamarlos «virus filtrables», el veneno que pasaba los filtros.

Surge entonces una nueva estirpe de cazadores microbianos, los virólogos, diseñadores de experimentos cada vez más elegantes que, finalmente, con el empleo del microscopio electrónico y de la difracción de rayos X, lograron visualizar a los virus en la primera mitad del siglo pasado. Los rostros de algunos de ellos figuran en la honorable pinacoteca de los premios Nobel de Química y Medicina. El primero de ellos (1946) el del bioquímico norteamericano Wendell Meredith Stanley, que utilizó los mismos procedimientos que usaban los químicos desde 1920 para transformar las proteínas en cristales visibles. En 1935 obtuvo unos cristales en forma de aguja que tenían las mismas capacidades infecciosas de los virus altamente concentrados. Por fin, alguien había logrado materializar al enemigo. Los últimos en recoger su galardón (2008) fueron tres virólogos europeos, el alemán Hausen, galardonado por sus trabajos con el virus del papiloma humano, y los franceses Montagnier y Barré-Sinoussi, por el descubrimiento del virus del sida, un safari africano en el que también participó una de las científicas más respetadas del siglo XX, la norteamericana Gertrude Elion, ganadora del premio Nobel de Medicina en 1988.

Jeffery K. Taubenberger
Desde el amago de su empleo en la Primera Guerra Mundial hasta su uso comprobado durante la Segunda, la guerra bacteriológica ha sido siempre una amenaza latente en los conflictos bélicos. No debe sorprender, pues, que un buen pellizco de los presupuestos del Pentágono se emplee en la investigación microbiológica, la mayor parte de la cual se lleva a cabo en Instituto de Patología de las Fuerzas Armadas de Washington, cuya División de Patología Molecular dirigió entre 1994 y 2006 el biólogo y médico Jeffery K. Taubenberger. Uno de los objetivos centrales de Taubenberger es un campo al que podemos denominar “arqueovirología”, puesto que se ocupa de investigar virus que provocaron enfermedades en el pasado. Durante esos años, Taubenberger y su equipo trataban de reconstruir el genoma del virus que provocó la “gripe española”, una pandemia que causó más víctimas durante la Primera Guerra Mundial que las actividades bélicas. Si tuviéramos que resumir telegráficamente los resultados finales de su trabajo, culminado hace ahora una década, en pleno apogeo de la gripe aviar, el texto sería algo así como “Científicos demuestran que la gripe de 1918 fue provocada por cerdos. Las evidencias descartan a las aves como transmisoras de la pandemia gripal”.

Antes de alcanzar esas conclusiones, el equipo de Taubenberger estaba dando palos de ciego…. hasta que se dieron de bruces con la historia de otro ciego, John Dalton, que les situó en el camino adecuado, el que les llevó a descifrar el genoma del virus letal que permanecía agazapado en el frío. Pero esa es otra historia, la de “la mirada de Dalton y el asesino que surgió del frío” de la que me ocuparé en una próxima entrada

lunes, 9 de junio de 2014

El trile de Aciep: ¿Pero hubo alguna vez 70 años de gas?


La junta directiva de Aciep reunida
con el ministro (ex) Arias Cañete (Fuente)
La Asociación Española de Compañías de Investigación, Exploración y Producción de Hidrocarburos y Almacenamiento Subterráneo (ACIEP), es una “asociación civil sin ánimo de lucro” (según sus socios, claro), que según reza su web «tiene como misión principal la representación de los intereses del sector de la exploración y producción de hidrocarburos, en relación a las administraciones públicas y otros organismos e instituciones». Es decir, Aciep es un lobby y muy efectivo, por cierto, habida cuenta la abducción que ejerce sobre nuestro Gobierno y los medios de comunicación más influyentes del país. Sobre los benéficos efectos del trabajo “sin ánimo de lucro” de los amigos de Aciep, véanse, por ejemplo, los seísmos provocados por la plataforma Castor, que van a costar a los contribuyentes españoles dos mil millones de euros.

Entre los mantras que más repite la gota malaya de Aciep se encuentra el que reza: «En el subsuelo español hay gas natural suficiente como para abastecernos durante 70 años», independizándonos energéticamente del resto del mundo y convirtiéndonos de golpe y porrazo en exportadores de hidrocarburos. Los últimos en hacerlo en las páginas de El País han sido Antonio Martín Pascual, presidente de Aciep (1) y su secretaria general Margarita Hernando, esta última remachando el clavo de una delirante cifra lanzada al aire por un reportero poco ducho en aritmética.

Basándose en el informe Gessal, presentado en marzo de 2013, que sostenía que en España hay enterrado un volumen de 1.976 miles de millones de metros cúbicos (unos dos billones) de gas natural extraíble mediante fracking, los lobistas de Aciep anunciaron que España podría ser un nuevo "Dakota del Norte", en alusión el estado norteamericano que alberga potentes yacimientos de gas natural (ya en declive, dicho sea de paso). Como ahora voy a demostrar, la comparación no resiste el más mínimo análisis.

Mapa del informe ARI en el que puede verse que si España existen reservas, estas se encuentran localizadas en la cuenca vasco cantábrica (Fuente)

Para desgracia de Gessal y de Aciep, la Agencia de Información Energética de Estados Unidos hizo público apenas tres meses después un informe sobre reservas de gas en el mundo elaborado por la consultora internacional ARI, en el que se concluía que en España hay como mucho 226.000 millones de metros cúbicos técnicamente recuperables de gas no convencional, algo más de la novena  parte del hiperbólico volumen calculado por Gessal que sirvió para cacarear los “70 años” de la muchachada de Aciep. Ni que decir tiene que, a pesar de la contundencia del informe ARI, Aciep no se ha dado por enterada. Vea el informe ARI aquí

Escena de las serie Breaking Bad, con
Walter White (Bryan Cranston) a la derecha (Fuente)
Cuando el informe de ARI salió a la luz pública, Enrique Hernández, director de la firma Gessal, salió al paso para descalificarlo. Gracias a las declaraciones del señor Hernández pudimos conocer lo de siempre: que Gessal había usado estimaciones de los recursos como método de evaluación: «De hecho, Hernández destaca un "error" en el trabajo para el Gobierno americano, consistente en hablar de reservas, cuando para que existan reservas es necesario haber realizado anteriormente prospecciones, lo que en España no se ha hecho todavía porque “no existe ningún sondeo”». En definitiva: uno y otros hablan de recursos y no de reservas probadas, un conocido trile empleado por la industria para seducir a los incautos del que me ocupé en esta entrada. Como decía Walter White, el profesor de Química protagonista de Breaking Bad, aunque en Marte haya recursos energéticos incalculables, a nadie se le ha ocurrido convertir ese planeta en una gasolinera.

Sea como fuera, los dos billones de recursos (putativos, por supuesto, dado que el señor Hernández reconoce que no hay sondeos) de gas subieron a los altares de los interesados, quienes se pusieron rápidamente a echar las cuentas de la lechera. Puesto que en España había casi dos billones de gas de lutitas (milagrosamente convertidos en reservas) y nuestro país consume cada año 34.000 millones, teníamos gas para 70 años. Bueno, para 70, no, ¡para más, al menos para tantos años como los Estados Unidos! (Spain Green Building Council, 2013):

En España al igual que en EE.UU. tenemos reservas de gas natural de esquistos (fracking) para los próximos más de 100 años. Energía abundante, barata y medioambientalmente beneficiosa que nos dará autoabastecimiento y la independencia energética. Incrementará la productividad de la industria y los servicios de la Nación, incrementará el empleo y hará nacer una nueva industria y muchos desarrollos de todo tipo.

¿Les parece mucho lo apuntado por el Spain Green Building Council? Pues agárrense, porque en un artículo publicado por El País la semana pasada, el reportero  decía que en España hay unas reservas de ¡¡¡2.000 billones de metros cúbicos de gas!! Una astronómica cifra que la secretaria general de Aciep, la meritada Margarita Hernando, aseguraba, ¡menos mal! que «para los expertos, son estimaciones que habría que probar». 

Como traté de explicar en esta entrada, la eficiencia de recuperación de los campos de gas no convencional es mucho más baja que la declarada por la industria. Los datos de Perfora, chico, Perfora demuestran que, en realidad, sólo un 6,5% de los recursos pueden ser recuperados, la mitad aproximadamente del 13% utilizado a menudo por las empresas y por la siempre optimista Agencia Internacional de la Energía en sus predicciones de reservas mundiales de gas de lutitas.


Tengamos en cuenta el consumo anual de nuestro país y supongamos, que es mucho suponer, que ese consumo no aumenta en los próximos años y apliquemos los porcentajes de rendimiento. Con los porcentajes de recuperación siempre optimistas de la industria (13%), los 1.976 miles de millones de gas de lutitas que supuestamente yacen debajo de nuestros confiados pies se convierten en 256, los cuales, mire usted por dónde, coinciden bastante con los que el “poco fiable” informe de ARI decía. Dividan ustedes por nuestro consumo anual y les saldrá que en el mejor de los casos tendríamos gas para siete años y medio.

Si ahora se dejan de los cantos de sirena de la industria y se aplica lo que la experiencia estadounidense ha demostrado, la recuperación queda en un 6,5%, de resultas de lo cual tendríamos gas para cuarenta meses. Y si ahora tenemos en cuenta que por cada cuatro barriles de gas de lutitas producido se consume uno, concluimos que la producción de diez meses se irá para conseguir una producción que solamente serviría para paliar el consumo español durante treinta meses en el mejor de los escenarios.

En eso se convierten los famosos 70 años pregonados por el trile de Aciep.

domingo, 8 de junio de 2014

Fumarolas submarinas, bioenergía y origen de la vida


Fumarola submarina (Fuente)
Cuando consumo cualquier alimento, en mi interior se desarrolla una cadena de procesos fisiológicos que, por complejos que sean, pueden resumirse en la combustión mediante el oxígeno de las moléculas elementales que componen el alimento. Como es una combustión mediante oxígeno, se trata químicamente de una oxidación y, para lo que aquí nos interesa, de la citada reacción se desprende energía que es la que nos permite seguir viviendo. En eso consiste la respiración, en un proceso mediante el cual respiramos oxígeno que utilizamos para producir nuestra energía interna quemando los nutrientes que ingerimos.

La vida es esencialmente eso: una cadena de reacciones de oxidación que liberan energía. Dependiendo de los diferentes organismos, esas reacciones químicas utilizan miles de sustratos y productos orgánicos o inorgánicos que siempre rinden una “moneda” energética fundamental: una molécula de adenosin-trifosfato (ATP). La ruptura de los enlaces del ATP libera energía.

La reacciones bioenergéticas se han ido realizando de diferentes maneras desde que la aparición de los procariotas (los organismos más sencillos cuyas células, a diferencia de las que poseen los más evolucionados eucariotas, carecen de núcleo y de otros orgánulos intracelulares) supuso el comienzo de la vida sobre la Tierra hace 3.500 millones de años, mucho antes de que hubiera oxígeno libre en la atmósfera terrestre, lo que hace imposible que existiera el proceso bioenergético más común hoy en día: la oxidación. Los procesos bioenergéticos que se producen en presencia de oxígeno se denominan aerobios, mientras que los que se producen en su ausencia se llaman anaerobios. Es obvio que las primeras y más sencillas formas de vida eran anaerobias. Así pues, ¿en qué condiciones ambientales se originaron los primeros procesos bioenergéticos?

Alexander Oparin (Fuente)
Por lo general, los libros de texto indican que la vida procede de una sopa orgánica o caldo prebiótico y que las primeras células se desarrollaron fermentando estas sustancias orgánicas para generar ATP. La teoría de la sopa orgánica fue propuesta el bioquímico ruso, Alexander Oparin y su colega inglés John Haldane, por separado y en diferentes años (1924 Oparin y 1928 Haldane) y básicamente sostiene que las descargas eléctricas que se producían en la enrarecida atmósfera de la Tierra primigenia proporcionaron la energía para convertir el metano, el amoníaco y el agua en los primeros compuestos orgánicos en los calientes océanos de la Tierra aún no consolidada. Esos primeros compuestos orgánicos estarían en el origen de los primeros procariotas cuyas actividades vitales anaerobias liberaron oxígeno y, con el paso del tiempo, el aumento de los niveles de oxígeno en la primitiva atmósfera terrestre permitiría la aparición de las primeras formas aerobias.

La hipótesis Oparin-Haldane tuvo el mérito de ser la primera en formular el origen de la vida; después la han seguido otras que apoyan los primeros organismos obtuvieron la energía de la síntesis de piritas volcánicas, de la fotosíntesis basada en el sulfuro de zinc o de las radiaciones ultravioletas, por citar una cuantas, pero todas ellas plantean un problema: ningún microorganismo conocido utiliza esas vías para obtener energía. Recientemente, se ha abierto paso con vigor la hipótesis de que la vida pudo surgir de fumarolas submarinas. 

Gusanos tubícolas en los alrededores de una fumarola submarina (Fuente)
Una fuente hidrotermal o fumarola hidrotermal, es una grieta en la superficie terrestre (o de cualquier otro cuerpo celeste) de la cual fluye agua caliente. Por lo general se encuentran en lugares que son volcánicamente activos donde el magma está relativamente cerca de la superficie. Son abundantes en la Tierra porque nuestro planeta es todavía joven (por tanto, geológicamente activo) y tiene cantidades grandes de agua en su superficie. Los tipos terrestres comunes son las aguas termales, las fumarolas y los géiseres. En los mares profundos, las zonas que rodean a las fuentes hidrotermales son biológicamente muy productivas porque sostienen cadenas interdependientes y complejas de organismos cuyo alimentación descansa, en su primer escalón, en la producción de la arqueas quimiosintéticas.

Tradicionalmente, la vida ha sido vista siempre dependiente de la energía solar, pero los organismos de aguas profundas no tienen acceso a la luz del Sol, por lo que dependen de los nutrientes que se encuentran en los depósitos de polvo y en los productos químicos de los fluidos hidrotermales en el que viven. Antiguamente, los biólogos marinos suponían que los organismos de las fuentes hidrotermales existían consumiendo la “lluvia” de detritus de los niveles superiores del océano. Esta teoría limitaba la vida submarina a la vida vegetal existente en la superficie, y por tanto, haciéndola también dependiente de la luz solar. Si éste fuese el único mecanismo por el cual se obtienen los nutrientes y la energía necesaria para la existencia de vida en el fondo del mar, la biodiversidad submarina sería muy escasa. Sin embargo, se ha demostrado que en el fondo del mar que rodea a las fumarolas hidrotermales la densidad de microorganismos es diez mil a cien mil veces mayor que en las aguas alejadas de ellas. Vea algunos videos sobre la vida alrededor de las fumarolas en este enlace

El submarino Alvin toma imágenes de fumarolas submarinas (Fuente)
Las comunidades hidrotermales son capaces de sostener esa enorme cantidad de organismos porque existen procariotas quimiosintéticos que aprovechan los compuestos minerales que existen alrededor para, en ausencia de luz, producir la energía que sostiene su existencia. El agua que sale de los respiraderos hidrotermales es rica en minerales disueltos de los que se nutren una gran población de procariotas autótrofos o arqueas que fueron descubiertos en 1977 por un equipo de tres científicos del Instituto Woods Hole de Investigaciones Oceanográficas, que descendió en el minisubmarino Alvin  a una profundidad de 2.400 m en el océano Pacífico.

Las arqueas o arqueobacterias son bacterias muy elementales, que, como las restantes bacterias, carecen de núcleo celular o cualquier otro orgánulo dentro de las células (son procariotas), tienen una historia evolutiva independiente y presentan muchas diferencias en su bioquímica y genética respecto al resto de formas de vida. A pesar de su semejanza estructural y morfológica con las bacterias, las arqueobacterias poseen genes y varias rutas metabólicas que son más cercanas a las de los más evolucionados eucariotas, entre los cuales nos contamos. 

Vista al microscopio electrónico
de la arquea metanogénica
Methanocaldococcus jannaschii (Fuente)
Las arqueas explotan una variedad de nutrientes mucho mayores que los eucariotas, desde compuestos orgánicos comunes como los azúcares (eso es lo que hacen las arqueas metanógenas que viven en el intestino de los humanos y los rumiantes, gracias a las cuales podemos digerir la comida), hasta el uso de sales, dióxido de carbono, amoníaco, iones metálicos o incluso hidrógeno. Como en el fondo oceánico la luz es inexistente y por lo tanto no puede realizarse la fotosíntesis, las arqueas de las fumarolas convierten el calor, el metano y los compuestos de azufre en energía a través de un proceso llamado quimiosíntesis. La formas de vida más complejas, como gusanos tubícolas, moluscos y crustáceos se alimentan de las arqueas.

En el último número de la revista Science, aparecido el pasado 6 de junio, un equipo anglo-alemán de biólogos ha aportado nuevas pruebas de que los procesos bioenergéticos de las arqueobacterias que constituyen la base de la vida en las fuentes hidrotermales reúnen todas las condiciones para haber sido los causantes del origen de la vida en nuestro planeta. 

sábado, 7 de junio de 2014

Ricardo III: La falsa joroba del rey

Me ocupé del inicio de esta historia en otra entrada del pasado año cuyo desenlace se resolvió el pasado 31 de mayo.

El esqueleto encontrado en Leicester  (Fuente

Veintiocho de agosto de 2012. Un equipo de arqueólogos descubre un esqueleto debajo del aparcamiento de la catedral de Leicester. Unos días después, el laboratorio forense certifica que el cráneo encontrado fue atravesado por un objeto punzante y que la curvatura de la columna parecía confirmar la joroba de Ricardo III (1452-1485), rey de Inglaterra durante el último año y medio de su tormentosa vida. 

De confirmarse la sospecha, se trataba de un hallazgo sensacional porque pocos monarcas ingleses habían despertado tanto interés ni ninguno tuvo jamás más fama de malvado. El principal propagador de esa leyenda negra fue Shakespeare que hizo de Ricardo III un arquetipo de la peor condición humana: si Shylock es el codicioso avaro, Falstaff el festivo, cobardón, vanidoso y pendenciero, Otelo el celoso y Macbeth el insomne acosado por su propia conciencia, Ricardo III aparece como un asesino vil, deforme, ambicioso y corrupto. 
Fuente

Febrero de 2013. Gracias al estudio de las huellas del ADN se confirma que el esqueleto encontrado en Leicester era el Ricardo III. El linaje del último monarca inglés muerto en un campo de batalla, despreciado por Shakespeare y por la historia, tenía su último descendiente en Michael Ibsen, un ebanista canadiense, el único descendiente directo vivo de la dinastía Plantagenet. Quinientos años después el shakesperiano "hijo del infierno" había salido de las tinieblas del olvido. 

En una de sus obras de teatro más célebres, Ricardo III, Shakespeare transmitió la imagen del monarca como un personaje malvado, traicionero y falso, capaz no sólo de rebelarse contra un rey legítimo, sino de ordenar a sangre fría la muerte de todos sus rivales, incluidos sus dos sobrinos cuando todavía eran unos niños. No hay duda de que en esa imagen hay una parte de exageración teatral. El carácter violento e implacable de Ricardo no era una excepción en la Inglaterra del siglo XV. De hecho, esos rasgos eran imprescindibles para sobrevivir en un ambiente de conspiraciones y guerras entre las diferentes facciones de la nobleza inglesa. 

Siendo muy joven, Ricardo hubo de aprender que la vida era brutal y cruel, y no tenía otro objeto que hacerse con el poder. No en vano era hijo de Ricardo de York, el poderoso noble que en 1455 se rebeló contra el rey Enrique VI e inició la Guerra de las Dos Rosas: un largo conflicto entre los linajes de York y de Lancaster, cuyos emblemas eran una rosa blanca y una rosa roja, respectivamente. Si leen la historia en La guerra de las Rosas, de Sharon Kay Penman (Alamut, Madrid, 2009-2011), por ejemplo, los seguidores de Juego de Tronos, sabrán cuál ha sido la fuente de inspiración de sus guionistas.

Todas estas peripecias son las que fraguaron una auténtica «leyenda negra» en torno a Ricardo III, a la que su mayor contribuyente fue Shakespeare. Inspirada en la biografía inconclusa del último rey de la casa Lancaster que escribió Tomás Moro (History of King Richard III, c. 1513-1518), Ricardo III, la tragedia histórica que Shakespeare publicó en 1593, presenta al personaje en función de quien estaba en el poder en aquel momento, la reina Isabel I, nieta de Enrique VII, vencedor de la batalla de Bosworth e implacable enemigo de Ricardo. Shakespeare lo retrató como el “hijo del infierno”, un jorobado tiránico con un brazo atrofiado, un “ponzoñoso reptil jorobado”, como le llama la reina Margarita, capaz de ordenar asesinar al rey Enrique VI, a su propio hermano Jorge y a sus dos sobrinos cautivos en la Torre de Londres para poder acceder al trono. 

Frente a eso, algunos historiadores han destacado los aspectos positivos de la actuación del rey. A él se debió, por ejemplo, un sistema de justicia gratuita para los pobres, junto con el procedimiento de libertad bajo fianza para los acusados de delitos comunes. Además, Ricardo liberalizó la venta de libros y estableció el inglés como idioma oficial de los tribunales, en vez del francés que había primado desde la conquista de Inglaterra en 1066 por los normandos. La violencia y la falta de escrúpulos de Ricardo III son rasgos de la época misma en que vivió. 

Pero fuera cual fuese la personalidad del rey, había serias dudas de que fuera realmente jorobado, entre otras cosas porque un historiador que lo conoció, John Rous escribió en su Historia Regum Angliae (Historia de los reyes de Inglaterra; c. 1490), que Richard «era pequeño de estatura, [...] y con hombros desiguales, el derecho más alto y el izquierdo más bajo». Esa descripción es típica de la presencia de una escoliosis en el lado derecho y no de una joroba provocada por una cifosis dorsal anormalmente desarrollada.

La cifosis es la curvatura de la columna vertebral en la región dorsal. Si usted contempla el perfil lateral de su cuerpo en un espejo, observará que la columna presenta cuatro curvaturas normales: dos curvaturas dirigidas hacia afuera del cuerpo denominadas cifosis, situadas en la región dorsal (en la espalda) y sacra (más o menos allí donde la espalda pierde su nombre), y otras dos curvaturas (llamadas lordosis) dirigidas hacia dentro del cuerpo y situadas en la región lumbar (la cintura) y cervical (en el cuello). Cuando la cifosis dorsal se curva en exceso (hipercifocis), se torna patológica y las personas que la sufren presentan una joroba más o menos acusada.

Mientras que tales curvaturas son normales en nuestro plano lateral (medial), en el plano frontal la columna de un ser humano debe ser prácticamente vertical, sin desviaciones laterales, es decir, debe formar un ángulo de unos 90º con respecto a la horizontal. Por tanto, las curvaturas hacia los lados, de las que resultan columnas curvadas en forma de "S" o de "C", son siempre anormales y constituyen la patología denominada escoliosis. La escoliosis, salvo que sea muy aguda, pasa desapercibida a nuestra vista, porque no produce alteraciones corporales externas ni mucho menos jorobas. 
Radiografía de una mujer con escoliosis (Fuente)

Para lo que aquí nos interesa, la escoliosis puede ser congénita (causada por anomalías vertebrales del neonato), idiopática (de causa desconocida, clasificada a su vez como infantil, juvenil, adolescente o adulta según cuando aparece en quien la sufre) o neuromuscular (que se desarrolla como síntoma secundario de enfermedades tales como espina bífida, parálisis cerebral, atrofia muscular espinal o un trauma físico).

Más de cinco siglos después su muerte en el fragor de la batalla, las nuevas tecnologías han permitido reconstruir en tres dimensiones la osamenta del rey inglés y han encontrado que Ricardo III no cojeaba y, lejos de ese físico deformado por la joroba que han venido replicando en escena los más ilustres actores shakesperianos, en realidad era un hombre de buen parecer. En otras palabras, la descripción física del monarca que Shakespeare brindó a la literatura universal fue pura invención. 

En el último número del pasado mes de mayo, una de las revistas médicas más prestigiosas del mundo, la británica The Lancet, ha publicado un artículo (pueden descargarlo en este enlace y podrán ver también un excelente video)  realizado un equipo de antropólogos forenses, dirigido por el doctor Jo Appleby, de la Universidad de Cambridge, que ha analizado los restos encontrados en Leicester para afirmar rotundamente que el descendiente de Ricardo Corazón de León presentaba una escoliosis idiopática iniciada en su adolescencia, probablemente después de cumplir los diez años, un defecto que no le producía ninguna deformidad externa y mucho menos una joroba o una cojera (los huesos de las piernas son simétricos y bien formados), salvo por el hecho de que su hombro derecho estaba un poco más alto que el izquierdo. Los antropólogos están convencidos de que fue un “individuo activo” cuyo giro “espiral” en la columna no impidió que destacara como guerrero en el campo de batalla. Un buen sastre y unas armaduras a medida podrían haber minimizado el impacto visual de esa ligera anomalía corporal. 

John Rous tenía razón, pero ni su descripción ni los argumentos antropológicos vencerán el veredicto condenatorio del bardo inglés.

martes, 3 de junio de 2014

Obama contra el carbono: estas son algunas claves

Estados Unidos pasó a la ofensiva para combatir el cambio climático: el Gobierno federal propuso ayer lunes, dos de junio, recortes de hasta el 30% en las emisiones de carbono producidas en las centrales eléctricas, la acción más ambiciosa planteada por el presidente Barack Obama en la materia. La Agencia de Protección Ambiental (EPA) diseñó la propuesta que permitirá a los estados elegir cómo reducir antes de 2030 el 30% de las emisiones de dióxido de carbono respecto a los niveles de 2005 [1, 2, 3].

La totalidad del Plan de Acción del Clima de Obama pueden descargarse aquí. Las claves para interpretar el Plan según Brad Plumer, periodista del Washington Post, pueden descargarse aquí.

Estas son las seis más destacadas:

1) Las emisiones estadounidenses de dióxido de carbono están comenzando a crecer de nuevo (Figura 1)


El sector energético es el mayor emisor de gases de efecto invernadero (35%), seguido por la agricultura y la silvicultura (24%), la industria (21%), los transportes (14%) y la construcción (6%). En Estados Unidos, los centenares de centrales a carbón repartidas por su territorio proveen cerca del 37% de la electricidad del país, por encima del gas natural (30%) y la energía nuclear (19%). Por situarlo en un contexto comparativo, en España el carbón supone el 14% de la generación eléctrica.

Desde 2005, las emisiones de dióxido de carbono de Estados Unidos producidas por las fuentes de energía han caído un 10%. Esa disminución se debe a múltiples factores, pero sobre todo a tres de ellos: la recesión masiva; al hecho de que los estadounidenses están conduciendo menos; y a que la desmesurada producción de gas natural mediante fracking ha abaratado los precios y provocado que el gas reemplace al carbón en el sector eléctrico. 

Pero, para la Casa Blanca, eso parece que no es suficiente. Como parte de las negociaciones internacionales sobre el cambio climático, la administración Obama se comprometió en la Conferencia Internacional sobre el Cambio Climático de Copenhague (diciembre de 2009) a reducir las emisiones de Estados Unidos un 17% por debajo de los niveles de 2005 para el año 2020. En 2012 se estaba aún lejos de conseguir la meta y los pronósticos anunciaban el incumplimiento (Figura 1). 

Como puede verse en la figura, las emisiones de dióxido de carbono de Estados Unidos comenzaron a incrementarse de nuevo en 2013 y 2014, lo que en buena medida se debe a que el repunte en los precios del gas (la burbuja del fracking comienza a desinflarse) ha provocado que el carbón vuelva a la escena con consumos renovados. Por lo tanto, el gobierno de Obama no puede cumplir con sus objetivos climáticos a menos que adopte medidas adicionales.

2) La electricidad es responsable de cerca del 40 por ciento de las emisiones de dióxido de carbono de Estados Unidos  (Figura 2)


En la Figura 2, cuyos datos son de 2012, puede verse que las centrales eléctricas térmicas constituyen cerca de 38 por ciento de las emisiones estadounidenses de dióxido de carbono.

Esto también ayuda a situar las nuevas normas de Obama en perspectiva. Los informes previos indicaban que las normas podían obligar a las plantas de producción eléctrica a reducir sus emisiones en un 15% por debajo de los niveles de 2012, es decir, a recuperar los objetivos acordados en Copenhague.

Si eso se quedaba ahí, eso representaría aproximadamente el 6% por ciento de todas las emisiones de Estados Unidos (y el 1% de las emisiones globales). Así que las normas eran claramente insuficientes para resolver el cambio climático por sí solas, aunque representarían un cambio significativo para el sector eléctrico.

3) La mayoría de la electricidad de Estados Unidos todavía procede de la quema de carbón y gas natural (Figura 3)




Los datos concretos de 2012 son los siguientes: Carbón 37%. Gas Natural 30%. Nuclear 19%. Hidroeléctrica 7%. Biomasa 1,42%. Geotérmica 0,41%. Solar 0,11%. Eólica 3,46%. Petróleo 1%.

El carbón y el gas natural son las principales fuentes de emisiones (el carbón es con diferencia  la mayor fuente de dióxido de carbono, porque libera más o menos el doble de dióxido de carbono por unidad de electricidad que el gas natural). Así que cualquier norma reguladora de las emisiones de dióxido de carbono procedentes de esas dos fuentes de energía afecta muy directamente a la producción eléctrica del país. Pero téngase en cuenta que aunque las emisiones de dióxido de carbono procedentes del carbón dupliquen a las del gas natural, este, cuando se produce por fracking (el 40% del gas natural estadounidense procede de la fractura hidráulica), permite la fuga de cantidades muy significativas de metano, otro gas de efecto invernadero cuyas consecuencias sobre el clima pueden igualar o superar a las del carbón (Me ocuparé de esto en otro post). 

4) La mezcla de electricidad puede variar mucho de una región a otra de Estados Unidos (Figura 4)





Este hecho hace que regular las emisiones de dióxido de carbono de las centrales eléctricas sea aún más complicado. El noroeste del Pacífico (Oregón, Washington y el norte de California), por ejemplo, depende en gran medida de la energía hidroeléctrica. Mientras tanto, estados como Ohío, Indiana y Virginia Occidental, donde se encuentran las grandes cuencas mineras del país, se basan mucho más en el carbón. Así que una regla que tenga sentido para Ohío puede que no tenga hacer tanto significado en Oregón. La EPA  probablemente tendrá que tener esto en cuenta cuando trate de aplicar las nuevas normas. 

5) Se están cerrando muchas centrales eléctricas a carbón en Estados (Figura 5)




En 2011 había 1.191 centrales térmicas operadas con carbón en Estados Unidos. Desde entonces, por haberse quedado obsoletas, se han cerrado o se van a cerrar aproximadamente una cuarta parte de ellas. Y está previsto que se cierren cientos de ellas en los próximos años.

Hay dos grandes razones para tales jubilaciones. El auge del  fracking ha producido un exceso de oferta de gas natural barato. Como resultado, muchos operadores de centrales eléctricas comprobaron que es antieconómico continuar quemando carbón y están cambiando a gas natural. Esta ha sido una causa importante de la disminución del uso del carbón. Al mismo tiempo, las nuevas normas de la EPA sobre contaminantes como el mercurio, el dióxido de azufre y las partículas también están ejerciendo presión sobre operadores energéticos para usos públicos. Muchos operadores deciden clausurar sus viejas plantas antes de instalar las tecnologías de control que son caras de implantar. Eso ya estaba ocurriendo antes de que se dictasen las normas de control del dióxido de carbono.

Y, ¿qué pasa con los precios de la electricidad? Hasta ahora, los cierres de las plantas de carbón no han tenido un gran efecto en los precios globales de la electricidad -los precios medios al por menor han permanecido estables durante los últimos seis años- en parte debido a que el gas natural barato ha ayudado a llenar el vacío provocado por los cierres. Sin embargo, algunos expertos han advertido que los precios de la electricidad podrían aumentar si, como se prevé, la burbuja del fracking se desinfla  y los precios de gas natural vuelvan a su estado de 2000, cuando casi cuadriplicaban los precios actuales. Si las nuevas normas reguladoras se cumplen, el carbón no podrá equilibrar los precios.

6) Mientras tanto, las emisiones globales de carbono están aumentando rápidamente (Figura 6)




Aunque las emisiones de carbono se han reducido en Estados Unidos, están aumentando rápidamente en el resto del mundo. Y eso significa que la temperatura media global aumentara más de 2 ºC sobre los niveles preindustriales, un umbral que es considerado  inaceptable salvo para los negacionistas del cambio climáticos, entre los que alinean los republicanos.

Los Estados Unidos apenas puede hacer frente a este problema por sí solo: el país es responsable del 17% de las emisiones globales de carbono. Así que incluso si esta nueva norma de la EPA reduce las emisiones de las centrales eléctricas en un 30% por ciento, eso sólo representará un 2% de disminución de las emisiones globales.

La administración de Obama contempla estas nuevas reglas como un paso más en las actuales negociaciones internacionales sobre el clima con países como China y la India. La idea es que si Estados Unidos puede alcanzar su objetivo del 30% para el 2030, eso les ayudará a liderar las conversaciones mundiales. Los representantes  norteamericanos en las negociaciones se muestran optimistas sobre las expectativas de avanzar en nuevos acuerdos, citando para ello el reciente compromiso con China para reducir los hidrofluorocarbonos (HFC), otros potentes gases de efecto invernadero.

Las nuevas normas son una más de las medidas del gobierno Obama destinadas a controlar las emisiones de gases de efecto invernadero. Las medidas se llevan a cabo a través de la EPA, que fue autorizada en 2007 por el Tribunal Supremo para que, en cumplimiento de Ley de Aire Limpio, dictara las normas reguladoras de las emisiones de dióxido de carbono a nivel federal. 

Las normas más sobresalientes preparadas o promulgadas por la Agencia durante el mandato de Obama pueden descargarse aquí. Estas son algunas de las más significativas: 

Transporte: Como primer paso, la EPA comenzó a regular las emisiones de los vehículos. En virtud de una serie de reglas, todos los vehículos nuevos y los camiones ligeros vendidos en los Estados Unidos tienen que conseguir un consumo de máximo de 6,5 litros cada 100 kilómetros.

Permisos para grandes instalaciones industriales: cualquier instalación nueva o modernizada que sea susceptible de emitir más de 100 toneladas de dióxido de carbono al año tiene que obtener primero un permiso de la EPA y adoptar la mejor tecnología disponible para la reducción de las emisiones de carbono.

Reglamentos de carbono en todas las nuevas centrales de energía: Quien quiera construir una nueva central térmica de carbón o de gas tienen que cumplir con las normas de emisiones. Las modernas plantas de gas natural de ciclo combinado ya cumplen con las normas. Pero las reglas son tan  estrictas que es prácticamente imposible construir una nueva planta de carbón a menos que pueda capturar sus propias emisiones y enterrarlas bajo tierra (una tecnología aún no probada).

Reglamentos sobre el metano: La administración Obama está actualmente analizando las políticas para restringir las fugas de metano de los vertederos y las infraestructuras de producción, almacenaje y transporte del gas natural.

Varias: El Departamento de Energía está estableciendo nuevos estándares de eficiencia energética para los electrodomésticos y edificios. El Departamento del Interior está tratando de acelerar la implantación de aerogeneradores y plantas solares en terrenos de propiedad pública. Las agencias de cooperación exterior han dejado de financiar las subvenciones para levantar centrales eléctricas de carbón en el extranjero (excepto cuando no hay alternativas posibles).


lunes, 2 de junio de 2014

Fracking en Inglaterra: el cuento de siempre

El último domingo de mayo, la prensa se hizo eco de una noticia que entusiasmó a los partidarios de la fractura hidráulica: “Londres abrirá el sur de Inglaterra al ‘fracking’”, decía el titular de El País. La noticia se basaba en un informe del Servicio Geológico Británico (SGB) que sostenía que hay unas “reservas” de entre 2.200 millones y 8.600 millones de barriles de petróleo (Mbl) en una amplia zona del sur de Inglaterra. Aunque la horquilla productiva es muy amplia, la cifra aturde porque 8.600 Mbl, a 159 litros el barril, son 1,3 billones de litros. Ahora bien, despejemos el aturdimiento y analicemos fríamente las cifras.

Empecemos por una coletilla (“aunque solo una parte de esas reservas son extraíbles en la práctica”) que, como el que no quiere la cosa, aparecía a remolque de las tremendas cifras. La primera clave está ahí. Como ocurre con la totalidad de sus espectaculares anuncios, la industria del petróleo y el gas confunde deliberadamente “recursos” y “reservas”. Les pondré un ejemplo. Suponga que un observador evalúa los litros de gasolina que portan los automóviles que en un momento determinado circulan por una autopista. Para hacer sencillos nuestros cálculos, supongamos que son mil vehículos y que los depósitos de los coches pueden contener un máximo de sesenta litros. Si nuestro observador es optimista, calculará al alza y dirá que en se momento circulan por la autopista 60.000 litros de gasolina. Esos son los recursos. Muchos analistas prefieren hablar de "reservas no probadas". Los gabinetes de publicidad de las empresas energéticas suprimen el  calificativo y escriben simplemente "reservas".

Supongamos ahora que se detienen los vehículos y se miden los litros que en realidad contienen los depósitos. Entre coches con los depósitos repletos, medio llenos o en las últimas, el optimista observador comprueba que en realidad son 20.000 litros. Esas son las “reservas probadas”. Ahora bien, una cosa es que sean reservas probadas y otra bien distinta que sean “reservas accesibles” a nuestro observador, porque es más que probable que la inmensa mayoría de los propietarios de los vehículos se nieguen a entregarle por las buenas el combustible. Este tendrá que hacer algún que otro esfuerzo persuasivo (o coercitivo) para lograr obtener unos cuantos litros. En el caso de los operadores petrolíferos y gasísticos los "esfuerzos coercitivos" sobre las rocas se llaman perforaciones. 

Aunque en realidad la totalidad de las reservas no se podrá saber hasta que, finalizada su vida productiva, el yacimiento haya rendido al máximo, puesto que el informe del SGB se basa en estimaciones sobre el papel, no en investigaciones perforadoras sobre el terreno, la noticia que habla de “reservas” en realidad habla de “recursos” potenciales y no de “reservas probadas”. Intencionadamente o no, al confundir recursos con reservas, la noticia arrancaba con una primera falacia.

Pero seamos generosos y traguémonos la píldora: asumamos que son reservas probadas. Además, aunque la horquilla entre la reserva mínima y la máxima no es moco de pavo, asumamos que hay 8.600 Mbl. ¿Cuántos barriles son realmente accesibles? 

Según la propia industria estadounidense, de los yacimientos explotados mediante fracking se extrae un máximo del 13% de las reservas. Según expertos independientes, cuyos análisis se basan en la estadísticas productivas de la propia industria, se puede extraer un máximo del 6,5% de los recursos totales. Ni para unos ni para otros: concedamos un 10% para que nos sean más sencillas las cuentas.

Concediendo que se puedan conseguir diez litros de crudo por cada cien del subsuelo, de los yacimientos de fracking del sur de Inglaterra se podrán extraer como máximo 860 Mbl. Teniendo en cuenta que por cada cuatro barriles de petróleo se gasta un barril en los procesos de extracción, al final obtendrán 645 Mbls. Como en el mundo se consumen al año 32.000 Mbl (2.666 Mbl al mes), el petróleo inglés no da ni para cuatro semanas.

Pero no generalicemos y veamos lo que eso significa para los británicos. En el Reino Unido se consumen unos 2 Mbl diarios, lo que significa que los súbditos de su Graciosa Majestad consumen 730 Mbls al año. De manera, que siendo muy optimistas y como mucho, con lo que saquen después de haber estrujado a tope las rocas del sur de Inglaterra, tendrán para 10 meses de consumo.

El primer ministro conservador, David Cameron, es un acérrimo defensor del fracking y asegura que la extracción de petróleo abaratará la factura energética de las familias británicas. Nos toma por tontos. El argumento no se sostiene porque el combustible extraído del subsuelo británico se pondrá a la venta en los mercados internacionales al mejor postor y los británicos no se verán directamente beneficiados. El contribuyente va a seguir pagando
el barril Brent al precio de mercado, lo saque British Petroleum o lo saque la holandesa Shell.


sábado, 17 de mayo de 2014

A vueltas con el fracking





Han pasado diez meses desde que escribí la última entrada. Tengo mis motivos. Durante esos meses he estado concentrado en la preparación de unos libros sobre el pico del petróleo y el fracking. Esta semana acaba de aparecer en las librerías "El fracking ¡vaya timo!" que ha publicado la editorial Laetoli. Podéis obtener información en este enlace: http://www.laetoli.es/vaya-timo/124-el-fracking-vaya-timo-de-manuel-peinado.html.


En diciembre pasado, el Post Carbon Institute de California publicó mi traducción al español del clásico "Drill, Baby Drill" del petrogeólogo David Hughes. La traducción se titula "Perfora, chico perfora" y va acompañada de otro libro "Notas finales", que escribí para lectores hispanoamericanos, poco acostumbrados a la jerga de los petroleros. El libro y las notas finales las podéis descargar gratuitamente en este enlace: http://www.postcarbon.org/report/1983362-perfora-chico-perfora.



La semana que viene la editorial Icaria pondrá a la venta mi traducción al español de otro clásico de la divulgación del pico del petróleo "Snake Oil", de Richard Heinberg. El libro, publicado con el nombre "Fracking, el bálsamo milagroso" será presentado en la Feria del Libro de Madrid que comienza el 2 de junio.




Por último, después del verano saldrá a la venta el primer tratado en español sobre el fracking: "Fracking, el espectro que sobrevuela Europa", que ha consumido la mayor parte de mi esfuerzo, pero creo que ha merecido la pena.

En cuanto termine el curso académico, volveré con mis entradas habituales.....espero.

Saludos.