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domingo, 4 de mayo de 2025

EL GRANATE DEL METRO O DE CÓMO LA GEOLOGÍA MOLDEÓ NUEVA YORK

El "skyline", el perfil de los rascacielos de la ciudad de Nueva York, responde a los acontecimientos geológicos de los útimos 400 millones de años.

 

El "Granito del metro". Foto del Museo Americano de Historia Natural

En los Salones Mignone de Gemas y Minerales del Museo Americano de Historia Natural de Nueva York se muestra al público uno de los ocho granates más impresionantes del mundo, el “Subway Garnet” (“Granate del metro”), una enorme gema (tiene el tamaño de un balón de balonmano y pesa casi cinco kilos) que en realidad fue desenterrada durante unas operaciones de desatranco del alcantarillado de la ciudad, lo que privaba al hallazgo del oscuro encanto que le otorga el ferrocarril subterráneo.

Descubierto en 1885 a unos dos metros y medio por debajo de la calle 35 entre la 7ª Avenida y Broadway, este enorme granate almandino no es exactamente una hermosa gema, pero es el testimonio de un pasado geológicamente legendario del lecho rocoso, el esquisto de Manhattan, que  moldeó el “skyline”, el perfil urbano de una de las mayores ciudades del mundo.

El 27 de mayo de 1930 se inauguró al público el edificio Chrysler, de más de 312metros de altura y la estructura más alta construida por el hombre por aquel entonces. Todavía hoy, Manhattan alberga algunos de los rascacielos más altos del mundo occidental, como la Torre Uno de 547 metros de altura del reconstruido World Trade Center, terminada en 2013, que hoy ocupa parte del enorme solar que dejaron la Torres Gemelas después de los atentados del 11-S de 2001.

Los edificios altos parecen estar por todas partes en Nueva York, pero cuando el avión sobrevuela al despegar de cualquiera de uno de los dos aeropuertos la ciudad, ambos situados en Queens, una mirada más atenta revela que en realidad están agrupados en dos áreas distintas: Downtown, el centro financiero, y Midtown, el barrio en el que se levantan hitos monumentales como el Chrysler y el Empire State Building, construidos entre 1930 y 1931.

Historia geológica de Nueva York

La razón de esos dos núcleos bien diferenciados reside en la historia geológica de Nueva York. La isla de Manhattan consta de tres formaciones rocosas: el esquisto de Manhattan, el mármol de Inwood y el gneis de Fordham.

Estas rocas son los restos de la colisión de dos enormes masas continentales. Hace unos 450 millones de años, la colisión de las zonas bálticas de la Europa moderna con las porciones septentrionales de América formó el continente primigenio de Laurasia. Laurasia acabó por fusionarse con Siberia antes de dirigirse hacia el sur hasta colisionar hace 300 millones de años con Gondwana, una masa continental formada por la unión tectónica de Sudamérica, África, Australia y la Antártida.

La colisión de Laurasia y Gondwana cubrió un océano entero hasta formar una gigantesca masa continental: Pangea. En esa época, la actual Nueva York se encontraba muy cerca del centro de este supercontinente, justo donde los movimientos tectónicos de la orogenia Tacónica estaban levantando montañas ciclópeas.

Izquierda: Reconstrucción artística de cómo era la Tierra hace 460 millones de años. Las masas continentales que eventualmente se convierten en América del Norte (Laurentia), Europa (Baltic), Russia (Siberia) y Africa (Gondwana) se muestran con contornos de esos continentes modernos como referencia. Derecha: Idem hace unos 420 millones de años, justo después de la primera gran colisión, la orogenia Tacónica. Figuras modificadas de los mapas del proyecto PALEOMAP.

Esas antiguas montañas que se alzaban donde hoy se extiende la planicie de Nueva York probablemente alcanzaron alturas similares a las que vemos hoy en el Himalaya. Enterrados bajo trece kilómetros de montañas en crecimiento, los antiguos sedimentos marinos (calizas y arcillas), recalentados a temperaturas cercanas a los 600 ºC y sometidos a presiones inimaginables (se calculan unas 5.000 atmósferas), se transformaron con el tiempo en rocas metamórficas: mármol, esquisto y gneis. El proceso metamórfico también formó minerales como la cianita azul o el granate rojo, que siguen apareciendo hoy durante las excavaciones subterráneas de Nueva York.

La erosión arrasó las otrora imponentes montañas, dejando solo sus muñones. Cien millones de años después, Pangea finalmente se desgarró y los fragmentos de corteza continental comenzaron sus largos viajes para convertirse en los continentes que vemos hoy en día.

Hace tan solo 2,6 millones de años, cuando comenzó un gran período gélido de glaciares, una capa de hielo de miles de metros de espesor cubría la mayor parte de Norteamérica. En su extremo sur, donde hoy se encuentra Nueva York, el hielo derretido depositó toneladas de morrenas compuestas de arenas, guijarros y rocas.

El lecho viejo rocoso y duro de Nueva York se encuentra actualmente a distintas profundidades, desde 5,5 metros bajo la superficie en Times Square hasta 79 metros bajo la superficie en Greenwich Village.

Al estar enterradas y comprimidas bajo la antigua cordillera neoyorquina, las rocas situadas debajo de la ciudad moderna son excepcionalmente duras, capaces de soportar el peso incluso de los edificios más altos. Donde el lecho rocoso capaz de proporcionarles el soporte necesario se encuentra muy por debajo de la superficie, los rascacielos no son prácticos, ya que es demasiado difícil alcanzarlo. Sin embargo, donde el lecho rocoso se encuentra cerca de la superficie se pueden construir edificios altos, por lo que el Downtown y Midtown albergan los rascacielos más altos de Manhattan.

Un recorrido geológico por Nueva York

Afloramiento de esquistos de Manhattan en el corazón de Central Park.

El Museo Americano de Historia Natural tiene elaborada una guía didáctica de Central Park, disponible online con profusión de fotografías y localización de afloramientos de esquistos, mármoles y granitos. Personalmente, prefiero un recorrido por Morgninside Park, donde pueden combinarse geología y literatura; allí, en las faldas de la colina de la Universidad de Columbia, es donde Colson Whitehead sitúa uno de los centros de acción de su Manifiesto criminal, una excelente novela imprescindible para entender el desarrollo de Nueva York desde la década de los 80 del siglo pasado.