El "skyline", el perfil de los rascacielos de la ciudad de Nueva York, responde a los acontecimientos geológicos de los útimos 400 millones de años.
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El "Granito del metro". Foto del Museo Americano de Historia Natural |
En los Salones Mignone de Gemas y
Minerales del Museo Americano de Historia Natural de Nueva York se muestra al
público uno
de los ocho granates más impresionantes del mundo, el “Subway Garnet” (“Granate
del metro”), una enorme gema (tiene el tamaño de un balón de balonmano y pesa
casi cinco kilos) que en realidad fue desenterrada durante unas operaciones de desatranco
del alcantarillado de la ciudad, lo que privaba al hallazgo del oscuro encanto
que le otorga el ferrocarril subterráneo.
Descubierto en 1885 a unos dos
metros y medio por debajo de la calle 35 entre la 7ª Avenida y Broadway, este enorme
granate almandino no es
exactamente una hermosa gema, pero es el testimonio de un pasado geológicamente
legendario del lecho rocoso, el esquisto de Manhattan, que moldeó el “skyline”, el perfil urbano de una
de las mayores ciudades del mundo.
El 27 de mayo de 1930 se inauguró
al público el edificio Chrysler, de más de 312metros de altura y la estructura
más alta construida por el hombre por aquel entonces. Todavía hoy, Manhattan
alberga algunos de los rascacielos más altos del mundo occidental, como la
Torre Uno de 547 metros de altura del reconstruido World Trade Center, terminada
en 2013, que hoy ocupa parte del enorme solar que dejaron la Torres Gemelas después
de los atentados del 11-S de 2001.
Los edificios altos parecen estar
por todas partes en Nueva York, pero cuando el avión sobrevuela al despegar de
cualquiera de uno de los dos aeropuertos la ciudad, ambos situados en Queens,
una mirada más atenta revela que en realidad están agrupados en dos áreas
distintas: Downtown, el
centro financiero, y Midtown,
el barrio en el que se levantan hitos monumentales como el Chrysler y el Empire
State Building, construidos entre 1930 y 1931.
Historia geológica de Nueva
York
La razón de esos dos núcleos bien
diferenciados reside en la historia geológica de Nueva York. La isla de
Manhattan consta de tres formaciones rocosas: el esquisto de Manhattan, el
mármol de Inwood y el gneis de Fordham.
Estas rocas son los restos de la
colisión de dos enormes masas continentales. Hace unos 450 millones de años, la
colisión de las zonas bálticas de la Europa moderna con las porciones
septentrionales de América formó el continente primigenio de Laurasia. Laurasia
acabó por fusionarse con Siberia antes de dirigirse hacia el sur hasta colisionar
hace 300 millones de años con Gondwana, una masa continental formada por la
unión tectónica de Sudamérica, África, Australia y la Antártida.
La colisión de Laurasia y
Gondwana cubrió un océano entero hasta formar una gigantesca masa continental:
Pangea. En esa época, la actual Nueva York se encontraba muy cerca del centro
de este supercontinente, justo donde los movimientos tectónicos de la orogenia
Tacónica estaban levantando montañas ciclópeas.
Esas antiguas montañas que se
alzaban donde hoy se extiende la planicie de Nueva York probablemente
alcanzaron alturas similares a las que vemos hoy en el Himalaya. Enterrados
bajo trece kilómetros de montañas en crecimiento, los antiguos sedimentos
marinos (calizas y arcillas), recalentados a temperaturas cercanas a los 600 ºC
y sometidos a presiones inimaginables (se calculan unas 5.000 atmósferas), se
transformaron con el tiempo en rocas metamórficas: mármol, esquisto y gneis. El
proceso metamórfico también formó minerales como la cianita azul o el granate
rojo, que siguen apareciendo hoy durante las excavaciones subterráneas de Nueva
York.
La erosión arrasó las otrora
imponentes montañas, dejando solo sus muñones. Cien millones de años después,
Pangea finalmente se desgarró y los fragmentos de corteza continental
comenzaron sus largos viajes para convertirse en los continentes que vemos hoy
en día.
Hace tan solo 2,6 millones de
años, cuando comenzó un gran período gélido de glaciares, una capa de hielo de
miles de metros de espesor cubría la mayor parte de Norteamérica. En su extremo
sur, donde hoy se encuentra Nueva York, el hielo derretido depositó toneladas
de morrenas compuestas de arenas, guijarros y rocas.
El lecho viejo rocoso y duro de
Nueva York se encuentra actualmente a distintas profundidades, desde 5,5 metros
bajo la superficie en Times Square hasta 79 metros bajo la superficie en
Greenwich Village.
Al estar enterradas y comprimidas
bajo la antigua cordillera neoyorquina, las rocas situadas debajo de la ciudad
moderna son excepcionalmente duras, capaces de soportar el peso incluso de los
edificios más altos. Donde el lecho rocoso capaz de proporcionarles el soporte
necesario se encuentra muy por debajo de la superficie, los rascacielos no son
prácticos, ya que es demasiado difícil alcanzarlo. Sin embargo, donde el lecho
rocoso se encuentra cerca de la superficie se pueden construir edificios altos,
por lo que el Downtown y Midtown albergan los rascacielos más altos de
Manhattan.
Un recorrido geológico por
Nueva York
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Afloramiento de esquistos de Manhattan en el corazón de Central Park. |
El Museo Americano de Historia Natural tiene elaborada una guía didáctica de Central Park, disponible online con profusión de fotografías y localización de afloramientos de esquistos, mármoles y granitos. Personalmente, prefiero un recorrido por Morgninside Park, donde pueden combinarse geología y literatura; allí, en las faldas de la colina de la Universidad de Columbia, es donde Colson Whitehead sitúa uno de los centros de acción de su Manifiesto criminal, una excelente novela imprescindible para entender el desarrollo de Nueva York desde la década de los 80 del siglo pasado.