Vistas de página en total

sábado, 31 de mayo de 2025

BALSA: EL ÁRBOL QUE VOLÓ Y AYUDÓ A GANAR UNA GUERRA

 

Los seres vivos más grandes que existen y han existido jamás son plantas como las secuoyas gigantes de California y los eucaliptos regnans australianos. Las plantas, ya sean enormes, como esos gigantes arbóreos, ya sean minúsculas como las lentejas de agua o microscópicas como las que forman el fitoplancton, son la base de toda la vida.

Estoy en Chiapas, en el corazón de una selva tropical, el entorno más rico y dinámico de la Tierra. Las selvas tropicales cubren solo una pequeña proporción de la superficie terrestre, pero albergan más de la mitad de todas las especies conocidas de animales y plantas. Ahí arriba, el dosel del bosque está bañado por la luz solar, que significa vida. Las ramas de los grandes árboles albergan exuberantes y florecientes jardines celestiales, hogar de innumerables tipos de hermosas plantas.

Cada especie ha desarrollado su propia y exquisita solución a los desafíos de la supervivencia. Este mundo forestal puede parecer pacífico, atemporal e inmutable, pero eso dista mucho de la realidad. Es un campo de batalla. En todo el bosque, las plantas compiten ferozmente entre sí por la luz.

La batalla es más encarnizada en el suelo del bosque, donde solo se filtra el 2% de la luz solar. Ahí abajo, las plantas deben esperar el momento oportuno. Su oportunidad llega cuando un árbol viejo muere. Cuando eso sucede, la luz solar inunda el suelo del bosque quizás por primera vez en decenas de años. La espera de las plántulas del sotobosque ha terminado. Ahora deben trepar hacia el cielo y reclamar un lugar entre los gigantes del dosel.

Pero una plántula, sea la que sea, no está sola. Hay rivales por todas partes, cada uno con su propia estrategia de supervivencia. Algunas plantas, como las costillas de Adán (las monsteras), extienden sus grandes hojas divididas para captar toda la luz que puedan. Esta trepadora tantea a ciegas con sus zarcillos. Intenta alcanzar la luz aventurándose. Sus zarcillos son muy sensibles al tacto. Cuando un soporte adecuado está a su alcance, el zarcillo se aferra con fuerza, la enredadera aprieta y comienza a trepar.

Flor de la balsa, Ochroma pyramidale

Ha sido rápida, pero no lo suficiente. La ha superado el árbol de más rápido crecimiento del bosque: una balsa (Ochroma pyramidale) joven. Sus hojas gigantes tienen 40 cm de diámetro y se encargan de robar la luz a los rivales que han quedado abajo. La balsa está defendida por un escudo de pelos resbaladizos que la protegen del abrazo de los zarcillos y los ganchos con forma de garra de las enredaderas competidoras. Si tan solo un gancho lograse agarrarla, la enredadera podría asfixiarla. Pero los ganchos de la enredadera no pueden sujetarse. La balsa deja de lado a sus competidores  y continúa trepando hacia el cielo dejando a los perdedores a su sombra para que luchen entre ellos. La balsa ha ganado su batalla por la luz. Y lo ha hecho en poco más de un año.

Durante ese periodo, la mayoría de los árboles habrían crecido aproximadamente tres centímetros, pero la balsa ya mediría diez metros de altura. Las balsas deben su éxito a la característica especial de su madera. Si una sección del tronco de cualquier tamaño fuera de un árbol de madera dura sería muy pesada. Pero la de la balsa es muy ligera y eso se debe a su estructura interna.

Izquierda, árbol maduro en un jardín botánico. Derecha, corte macroscópico (10x) de una sección transversal de su madera, en la que son visibles grandes poros vacíos.

En el microscopio, la madera de balsa parece un panal. Contiene más aire que leño duro, por lo que no solo puede crecer muy rápido, sino que alcanza la máxima altura con el mínimo peso.

Ochroma pyramidale es un árbol peculiar, si hubiera que resumirlo en un epigrama para colocarlo como epitafio podríamos decir que “Creció rápido, murió joven y dejo una madera ligera como una pluma”. Es a los árboles lo que la piedra pómez a las rocas.

En la naturaleza es capaz de alcanzar treinta metros en siete años, dar flores y frutos que alimentan a numerosos monos o murciégalos y crear un tronco que parece antinatural, porque es tan recto que parece imposible: es fácil confundirlo con un poste de teléfono.

Las células de su madera están rodeadas de mucha agua y su corteza se vuelve esponjosa; al talarse y dejarla secar, esa agua desaparece y la madera resulta asombrosamente ligera. Los nativos de Centroamérica la empleaban para fabricar balsas, porque pesaban tan poco que entre dos personas podían manipularlas perfectamente.

Por eso, el nombre con el que empezó a conocerse ese árbol fue madera de balsa o guaguaripo, una madera a la que recurrió el etnógrafo noruego Thor Heyerdahl cuando quiso demostrar que la población americana provenía en su mayoría de migraciones llegadas desde Asia a través del Pacífico navegando en embarcaciones ligeras y sencillas.

Heyerdahl navegó tres meses en un viaje épico entre Perú y Tahití, 8.000 km navegados sobre unos troncos de madera de balsa. Eso los hizo famosos a ambos, a Thor y a la madera de balsa, pero antes de eso el árbol fue protagonista de un hecho bélico poco conocido.

De Havilland DH.98 Mosquito, cuyo fuselaje estaba construido con maderas ligeras de balsa y abedul.

Segunda Guerra mundial, Alemania va ganando la batalla aérea a Inglaterra; los ingleses tienen problemas para obtener aluminio, sin el cual los aviones no se pueden fabricar. A grandes males, grandes remedios. Optan por sustituir el aluminio por madera para fabricar el famoso De Havilland DH.98 Mosquito, un avión que volaba a 640 km/h, uno de los más rápidos del mundo en su época. 

En su fuselaje se encontraban dos tipos de madera de balsa y abedul. Cuando preguntaron a su impulsor, Havilland, dijo que él de pequeño siempre había hecho maquetas con esa madera, por lo que al fin y al cabo solo se trataba de hacer una maqueta de mayor tamaño.