Los seres vivos más grandes que
existen y han existido jamás son plantas como las secuoyas gigantes de
California y los eucaliptos regnans australianos. Las plantas, ya sean
enormes, como esos gigantes arbóreos, ya sean minúsculas como las
lentejas de agua o microscópicas como las que forman el fitoplancton,
son la base de toda la vida.
Estoy en Chiapas, en el corazón
de una selva tropical, el entorno más rico y dinámico de la Tierra. Las selvas
tropicales cubren solo una pequeña proporción de la superficie terrestre, pero
albergan más de la mitad de todas las especies conocidas de animales y plantas.
Ahí arriba, el dosel del bosque está bañado por la luz solar, que significa
vida. Las ramas de los grandes árboles albergan exuberantes y florecientes
jardines celestiales, hogar de innumerables tipos de hermosas plantas.
Cada especie ha desarrollado su
propia y exquisita solución a los desafíos de la supervivencia. Este mundo
forestal puede parecer pacífico, atemporal e inmutable, pero eso dista mucho de
la realidad. Es un campo de batalla. En todo el bosque, las plantas compiten
ferozmente entre sí por la luz.
La batalla es más encarnizada en
el suelo del bosque, donde solo se filtra el 2% de la luz solar. Ahí abajo, las
plantas deben esperar el momento oportuno. Su oportunidad llega cuando un árbol
viejo muere. Cuando eso sucede, la luz solar inunda el suelo del bosque quizás por
primera vez en decenas de años. La espera de las plántulas del sotobosque ha
terminado. Ahora deben trepar hacia el cielo y reclamar un lugar entre los
gigantes del dosel.
Pero una plántula, sea la que sea, no está sola. Hay rivales
por todas partes, cada uno con su propia estrategia de supervivencia. Algunas
plantas, como las costillas de Adán (las monsteras), extienden sus grandes hojas
divididas para captar toda la luz que puedan. Esta trepadora tantea a ciegas con
sus zarcillos. Intenta alcanzar la luz aventurándose. Sus zarcillos son muy sensibles
al tacto. Cuando un soporte adecuado está a su alcance, el zarcillo se aferra
con fuerza, la enredadera aprieta y comienza a trepar.
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Flor de la balsa, Ochroma pyramidale |
Ha sido rápida, pero no lo
suficiente. La ha superado el árbol de más rápido crecimiento del bosque: una
balsa (Ochroma pyramidale) joven. Sus hojas gigantes tienen 40 cm de
diámetro y se encargan de robar la luz a los rivales que han quedado abajo. La balsa está
defendida por un escudo de pelos resbaladizos que la protegen del abrazo de los
zarcillos y los ganchos con forma de garra de las enredaderas competidoras. Si
tan solo un gancho lograse agarrarla, la enredadera podría asfixiarla. Pero los
ganchos de la enredadera no pueden sujetarse. La balsa deja de lado a sus competidores y
continúa trepando hacia el cielo dejando a los perdedores a su sombra para
que luchen entre ellos. La balsa ha ganado su batalla por la luz. Y lo ha hecho
en poco más de un año.
Durante ese periodo, la mayoría
de los árboles habrían crecido aproximadamente tres centímetros, pero la balsa
ya mediría diez metros de altura. Las balsas deben su éxito a la característica
especial de su madera. Si una sección del tronco de cualquier tamaño fuera de un
árbol de madera dura sería muy pesada. Pero la de la balsa es muy ligera y eso
se debe a su estructura interna.
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Izquierda, árbol maduro en un jardín botánico. Derecha, corte macroscópico (10x) de una sección transversal de su madera, en la que son visibles grandes poros vacíos. |
Ochroma pyramidale es un
árbol peculiar, si hubiera que resumirlo en un epigrama para colocarlo como
epitafio podríamos decir que “Creció rápido, murió joven y dejo una madera
ligera como una pluma”. Es a los árboles lo que la piedra pómez a las rocas.
En la naturaleza es capaz de
alcanzar treinta metros en siete años, dar flores y frutos que alimentan a
numerosos monos o murciégalos y crear un tronco que parece antinatural, porque es tan
recto que parece imposible: es fácil confundirlo con un poste de
teléfono.
Las células de su madera están
rodeadas de mucha agua y su corteza se vuelve esponjosa; al talarse y dejarla
secar, esa agua desaparece y la madera resulta asombrosamente ligera. Los
nativos de Centroamérica la empleaban para fabricar balsas, porque pesaban tan
poco que entre dos personas podían manipularlas perfectamente.
Por eso, el nombre con el que
empezó a conocerse ese árbol fue madera de balsa o guaguaripo, una madera a la
que recurrió el etnógrafo noruego Thor Heyerdahl cuando
quiso demostrar que la población americana provenía en su mayoría de
migraciones llegadas desde Asia a través del Pacífico navegando en
embarcaciones ligeras y sencillas.
Heyerdahl navegó tres meses en un
viaje épico entre Perú y Tahití, 8.000 km navegados sobre unos troncos de madera
de balsa. Eso los hizo famosos a ambos,
a Thor y a la madera de balsa, pero antes de eso el árbol fue protagonista de
un hecho bélico poco conocido.
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De Havilland DH.98 Mosquito, cuyo fuselaje estaba construido con maderas ligeras de balsa y abedul. |
Segunda Guerra mundial, Alemania va ganando la batalla aérea a Inglaterra; los ingleses tienen problemas para obtener aluminio, sin el cual los aviones no se pueden fabricar. A grandes males, grandes remedios. Optan por sustituir el aluminio por madera para fabricar el famoso De Havilland DH.98 Mosquito, un avión que volaba a 640 km/h, uno de los más rápidos del mundo en su época.
En su fuselaje se encontraban dos tipos de madera de
balsa y abedul. Cuando preguntaron a su impulsor, Havilland, dijo que él de
pequeño siempre había hecho maquetas con esa madera, por lo que al fin y al cabo solo se
trataba de hacer una maqueta de mayor tamaño.