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miércoles, 19 de noviembre de 2025

TODO LO QUE DEBERÍA SABER SOBRE EL HIPO

 

El hipo es una de esas molestias menores de la vida que, cuanto más se piensa en ellas, más absurdas parecen. Es una sacudida involuntaria, un espasmo del diafragma que produce un sonido tan característico como inútil. No mata a nadie, pero puede volver loco a cualquiera.

Y, sin embargo, este fenómeno aparentemente trivial ha desconcertado a la ciencia durante siglos. En algún punto entre lo cómico y lo fisiológico, el hipo ha inspirado miles de remedios caseros, desde beber agua al revés hasta dejarse asustar por un amigo, y ha dado pie a explicaciones tan diversas como la respiración de los anfibios y el sexo.

Un reflejo sin propósito claro

Todos lo hemos sentido: una contracción repentina, seguida de un sonido involuntario. El hipo es producto de un arco reflejo —un circuito automático del sistema nervioso— que conecta el diafragma con el cerebro. Cuando el diafragma se contrae sin aviso, el aire entra de golpe en los pulmones, la glotis se cierra y se produce el inconfundible “hip”.

Curiosamente, algunos científicos creen que el hipo tiene una función protectora. Sin ese reflejo, podríamos hiperventilar en determinadas circunstancias. Otros piensan que el cuerpo lo conserva simplemente porque no le molesta lo suficiente como para eliminarlo mediante la evolución, lo cual no dice mucho sobre nuestra eficiencia biológica.

Lo fascinante es que, aunque el mecanismo se conoce, las razones por las que ocurre siguen siendo un misterio. Es, literalmente, un reflejo que se dispara porque sí.

De gases, tragos y estómagos rebeldes

Las causas del hipo son tan variadas como poco glamorosas. La más común es una distensión rápida del estómago: comer demasiado, beber con prisa, tragar aire mientras uno llora o reírse con una bebida gaseosa en la boca. El alcohol y los alimentos picantes también pueden irritar el diafragma. En resumen, todo lo que da placer en la vida parece aumentar el riesgo de hipo.

Afortunadamente, la mayoría de los episodios duran apenas unos minutos. Pero cuando el hipo persiste más de 24 horas, se le considera persistente; y si se prolonga más de 48, intratable. A partir de ahí, deja de ser un chiste y pasa a ser un asunto médico.

El hipo crónico puede estar asociado a enfermedades que van desde la diabetes hasta la tuberculosis, pasando por la malaria o el herpes. También puede ser efecto secundario de anestesias, intubaciones o fármacos como la dexametasona, el diazepam o ciertos agentes quimioterapéuticos. Incluso se ha descrito como síntoma atípico de la COVID-19, lo que hace pensar que el coronavirus quiso probar todos los recovecos posibles del cuerpo humano.

Los espasmos del diafragma que no se pueden controlar ocasionan hipo. El diafragma es el músculo que separa el pecho del área estomacal y tiene un papel importante en la respiración. Los nervios frénicos son nervios bilaterales que inervan el diafragma. El espasmo hace que las cuerdas vocales se cierren brevemente y produzcan el sonido “hip”.

Una pregunta sencilla y desconcertante: ¿por qué demonios los mamíferos tienen hipo?

Una teoría sugiere que es un vestigio evolutivo de nuestros antepasados anfibios. Las ranas, por ejemplo, respiran alternando movimientos de la glotis y el diafragma muy parecidos al patrón del hipo. Otra hipótesis apunta a los mamíferos lactantes: el hipo ayudaría a los bebés a liberar aire del estómago para hacer sitio a más leche. Una especie de eructo automático de serie.

Y luego está la teoría más poética: que el hipo sirve al cerebro fetal para “mapear” el cuerpo, entrenando la coordinación entre la respiración y la deglución antes del nacimiento. Si es así, todos empezamos la vida hipando, lo que explica muchas cosas de nuestra especie.

Cómo detener el hipo (o al menos fingir que podemos)

Aunque seguimos sin saber por qué lo tenemos, sabemos cómo interrumpirlo. O al menos creemos saberlo. La clave está en romper el arco reflejo del hipo, y para eso casi cualquier estímulo vale. Contener la respiración, beber agua, recibir un susto o incluso estornudar. Lo curioso es que la mayoría de estos métodos parecen funcionar… justo cuando el hipo ya iba a desaparecer solo. Es el efecto placebo más sonoro de la historia.

Los científicos, sin embargo, han intentado aportar rigor al asunto. Una revisión médica afirmaba que “la simple introducción de una sonda nasogástrica puede detener el hipo con éxito”. No parece un remedio casero muy popular, ni algo que uno haga entre risas en la sobremesa.

Un experimento más razonable demostró que el hipo cesa cuando el nivel de CO₂ en la sangre supera los 50 mmHg. Traducido: si uno respira dentro de una bolsa de plástico durante tres minutos, el exceso de dióxido de carbono puede calmar el diafragma. (Nota: no lo intente sin supervisión o podría resolver el hipo de forma permanente).

El intento más ingenioso de domesticar el hipo vino del neurólogo Ali Seifi, de la Universidad de Texas. Cansado de ver a pacientes desesperados, inventó una herramienta llamada HiccAway, registrada como “Herramienta de Succión y Deglución Inspiratoria Forzada”. El nombre no es muy comercial, pero la idea sí: una pajita gruesa con una válvula que obliga a sorber con fuerza. Esa succión intensa provoca la contracción del diafragma, seguida del cierre inmediato de la epiglotis. En teoría, esto activa simultáneamente los nervios frénico y vago, reiniciando el sistema y deteniendo el hipo.

El invento fue probado por 249 voluntarios en distintos países: el 92 % afirmó que su hipo se detuvo, y el 90 % lo prefirió a los remedios tradicionales. Los resultados, por supuesto, se recogieron mediante una encuesta en línea, lo que no es exactamente un ensayo clínico doble ciego, pero al menos nadie salió herido.

La ciencia (o el arte) de desesperarse

Sorprendentemente, existe muy poca literatura científica sobre cómo detener el hipo. La única intervención que se ha estudiado con cierta formalidad es la acupuntura, aunque los resultados son inconsistentes. Una revisión Cochrane de 2013 concluyó que la mayoría de los estudios eran metodológicamente dudosos, y una revisión de 2020 llegó a una conclusión parecida: “la evidencia disponible es limitada y de baja calidad”.

Así que, en resumen, sabemos casi tanto sobre curar el hipo como sobre curar la mala suerte.

Cuando el hipo no tiene gracia

En los casos graves, los médicos pueden recurrir a fármacos como el baclofeno, la metoclopramida, la gabapentina o la clorpromazina, que en conjunto suenan como una alineación de la Liga búlgara pero actúan sobre el sistema nervioso.

Y luego está el caso del paciente de 40 años que los superó a todos: tras días de hipo persistente y tratamientos fallidos, descubrió que este desaparecía durante el orgasmo. Según el informe clínico, el reflejo eyaculatorio “probablemente interrumpió el arco reflejo del hipo”. A efectos prácticos, fue la primera vez que un médico prescribió sexo como antídoto para un problema respiratorio.

El hipo, ese gesto torpe y universal, sigue siendo un enigma fisiológico y una fuente inagotable de anécdotas. No es mortal, pero puede durar días, incluso años (el récord lo ostenta un agricultor de Iowa que hipó durante 68 años).

Quizá el misterio del hipo sea una pequeña lección sobre la condición humana: podemos secuenciar genomas, mandar sondas a Marte y construir reactores de fusión, pero seguimos sin poder explicar por qué a veces nuestro diafragma decide comportarse como un resorte rebelde.

Hasta que la ciencia lo resuelva, seguiremos bebiendo agua al revés, conteniendo la respiración, consultando el Kamasutra o buscando compañía inspiradora. Porque si algo nos enseña el hipo, es que incluso los reflejos más inútiles pueden tener sus momentos brillantes.