El hipo es una de esas molestias
menores de la vida que, cuanto más se piensa en ellas, más absurdas parecen. Es
una sacudida involuntaria, un espasmo del diafragma que produce un sonido tan
característico como inútil. No mata a nadie, pero puede volver loco a
cualquiera.
Y, sin embargo, este fenómeno
aparentemente trivial ha desconcertado a la ciencia durante siglos. En algún
punto entre lo cómico y lo fisiológico, el hipo ha inspirado miles de remedios
caseros, desde beber agua al revés hasta dejarse asustar por un amigo, y ha
dado pie a explicaciones tan diversas como la respiración de los anfibios y el
sexo.
Un reflejo sin propósito claro
Todos lo hemos sentido: una
contracción repentina, seguida de un sonido involuntario. El hipo es producto de un arco
reflejo —un circuito automático del sistema nervioso— que conecta el
diafragma con el cerebro. Cuando el diafragma se contrae sin aviso, el aire
entra de golpe en los pulmones, la glotis se cierra y se produce el
inconfundible “hip”.
Curiosamente, algunos científicos
creen que el hipo tiene
una función protectora. Sin ese reflejo, podríamos hiperventilar en
determinadas circunstancias. Otros piensan que el cuerpo lo conserva
simplemente porque no le molesta lo suficiente como para eliminarlo mediante la
evolución, lo cual no dice mucho sobre nuestra eficiencia biológica.
Lo fascinante es que, aunque el
mecanismo se conoce, las razones por las que ocurre siguen siendo un misterio.
Es, literalmente, un reflejo que se dispara porque sí.
De gases, tragos y estómagos
rebeldes
Las causas del hipo son tan
variadas como poco glamorosas. La más común es una distensión rápida del
estómago: comer demasiado, beber con prisa, tragar aire mientras uno llora o
reírse con una bebida gaseosa en la boca. El alcohol y los alimentos picantes
también pueden irritar el diafragma. En resumen, todo lo que da placer en la
vida parece aumentar el riesgo de hipo.
Afortunadamente, la mayoría de
los episodios duran apenas unos minutos. Pero cuando el hipo persiste más de 24
horas, se le considera persistente; y si se prolonga más de 48, intratable. A
partir de ahí, deja de ser un chiste y pasa a ser un asunto médico.
El hipo crónico puede estar
asociado a enfermedades que van desde la diabetes hasta la tuberculosis,
pasando por la malaria o el herpes. También puede ser efecto secundario de
anestesias, intubaciones o fármacos como la dexametasona, el diazepam o ciertos
agentes quimioterapéuticos. Incluso se ha descrito como síntoma atípico de la
COVID-19, lo que hace pensar que el coronavirus quiso probar todos los
recovecos posibles del cuerpo humano.
Una pregunta sencilla y
desconcertante: ¿por qué demonios los mamíferos tienen hipo?
Una teoría sugiere que es un vestigio
evolutivo de nuestros antepasados anfibios. Las ranas, por ejemplo,
respiran alternando movimientos de la glotis y el diafragma muy parecidos al
patrón del hipo. Otra hipótesis
apunta a los mamíferos lactantes: el hipo ayudaría a los bebés a liberar
aire del estómago para hacer sitio a más leche. Una especie de eructo
automático de serie.
Y luego está la teoría más
poética: que el hipo sirve
al cerebro fetal para “mapear” el cuerpo, entrenando la coordinación entre
la respiración y la deglución antes del nacimiento. Si es así, todos empezamos
la vida hipando, lo que explica muchas cosas de nuestra especie.
Cómo detener el hipo (o al
menos fingir que podemos)
Aunque seguimos sin saber por qué
lo tenemos, sabemos cómo interrumpirlo. O al menos creemos saberlo. La clave
está en romper el arco reflejo del hipo, y para eso casi cualquier estímulo
vale. Contener la respiración, beber agua, recibir un susto o incluso
estornudar. Lo curioso es que la mayoría de estos métodos parecen funcionar…
justo cuando el hipo ya iba a desaparecer solo. Es el efecto placebo más sonoro
de la historia.
Los científicos, sin embargo, han
intentado aportar rigor al asunto. Una revisión médica afirmaba que “la simple
introducción de una sonda nasogástrica puede detener el hipo con éxito”. No
parece un remedio casero muy popular, ni algo que uno haga entre risas en la
sobremesa.
Un experimento más razonable
demostró que el hipo cesa cuando el nivel de CO₂ en la sangre supera los 50
mmHg. Traducido: si uno respira dentro de una bolsa de plástico durante tres
minutos, el exceso de dióxido de carbono puede calmar el diafragma. (Nota: no
lo intente sin supervisión o podría resolver el hipo de forma permanente).
El intento más ingenioso de
domesticar el hipo vino del neurólogo Ali Seifi, de la Universidad de Texas.
Cansado de ver a pacientes desesperados, inventó una herramienta
llamada HiccAway, registrada como “Herramienta de Succión y Deglución
Inspiratoria Forzada”. El nombre no es muy comercial, pero la idea sí: una
pajita gruesa con una válvula que obliga a sorber con fuerza. Esa succión
intensa provoca la contracción del diafragma, seguida del cierre inmediato de
la epiglotis. En teoría, esto activa simultáneamente los nervios frénico y
vago, reiniciando el sistema y deteniendo el hipo.
El invento fue probado por 249
voluntarios en distintos países: el 92 % afirmó que su hipo se detuvo, y el 90
% lo prefirió a los remedios tradicionales. Los resultados, por supuesto, se
recogieron mediante una encuesta en línea, lo que no es exactamente un ensayo
clínico doble ciego, pero al menos nadie salió herido.
La ciencia (o el arte) de
desesperarse
Sorprendentemente, existe muy
poca literatura científica sobre cómo detener el hipo. La única intervención
que se ha estudiado con cierta formalidad es la acupuntura, aunque
los resultados son inconsistentes. Una revisión
Cochrane de 2013 concluyó que la mayoría de los estudios eran
metodológicamente dudosos, y una
revisión de 2020 llegó a una conclusión parecida: “la evidencia disponible
es limitada y de baja calidad”.
Así que, en resumen, sabemos casi
tanto sobre curar el hipo como sobre curar la mala suerte.
Cuando el hipo no tiene gracia
En los casos graves, los médicos
pueden recurrir a fármacos como el baclofeno, la metoclopramida,
la gabapentina o la clorpromazina, que en
conjunto suenan como una alineación de la Liga búlgara pero actúan sobre el
sistema nervioso.
Y luego está el caso del paciente
de 40 años que los superó a todos: tras días de hipo persistente y tratamientos
fallidos, descubrió que este desaparecía durante el orgasmo. Según el informe
clínico, el reflejo eyaculatorio “probablemente interrumpió el arco reflejo del
hipo”. A efectos prácticos, fue la primera vez que un médico prescribió sexo
como antídoto para un problema respiratorio.
El hipo, ese gesto torpe y
universal, sigue siendo un enigma fisiológico y una fuente inagotable de
anécdotas. No es mortal, pero puede durar días, incluso años (el récord lo
ostenta un agricultor de Iowa que hipó durante 68 años).
Quizá el misterio del hipo sea
una pequeña lección sobre la condición humana: podemos secuenciar genomas,
mandar sondas a Marte y construir reactores de fusión, pero seguimos sin poder
explicar por qué a veces nuestro diafragma decide comportarse como un resorte
rebelde.
Hasta que la ciencia lo resuelva,
seguiremos bebiendo agua al revés, conteniendo la respiración, consultando el Kamasutra
o buscando compañía inspiradora. Porque si algo nos enseña el hipo, es que
incluso los reflejos más inútiles pueden tener sus momentos brillantes.

