Hay algo reconfortante —e
inquietante— en saber que el mismo líquido que burbujea en una botella de
plástico mientras rueda por el suelo del cine también puede disolver masas
semidigeridas de fibras vegetales atrapadas en tu estómago. Me refiero, por supuesto,
a la Coca-Cola. Sí, esa. La de toda la vida. La que limpia óxido, afloja
tornillos y, como se ha descubierto, deshace bezoares.
Un bezoar
es una concreción compuesta por sustancias que el sistema digestivo no
puede descomponer ni absorber. Se forma principalmente en el estómago, aunque
también puede aparecer en el intestino delgado o colon. Puede causar
obstrucción, dolor abdominal, náuseas o vómitos si crece mucho.
Hay varios tipos de bezoares. Los
tricobezoares se forman como consecuencia de ingerir pelos, como hacen los
gatos, pero que también puede afectar a los seres humanos que padecen tricotilomanía. Los
fitobezoares se forman por la ingestión de fibras vegetales (frutas, verduras).
Es relativamente frecuente en animales herbívoros, pero también en adultos humanos
con problemas gástricos. El lactobezoar
puede aparecer en bebés que digieran mal la leche condensada u otros tipos de
alimentos densos preparados. Finalmente, el farmacobezoar
es consecuencia de la acumulación de medicamentos aglutinados en personas polimedicadas.
Ahora que ya estás familiarizado
con los bezoares, déjame pintar una imagen que probablemente no pediste:
imagina que tu estómago decide emprender una carrera como alfarero amateur y
empieza a amasar pequeñas esculturas de materia vegetal no digerida,
comprimidas como pelotas de fieltro después de un día húmedo. Eso es un bezoar.
En el pasado, se pensaba que los bezoares —al menos los auténticos, extraídos
del interior de cabras exóticas— podían
neutralizar cualquier veneno. Hoy sabemos que, en realidad, son más
expertos en causar náuseas, obstrucciones intestinales y perplejidad clínica.
A) La tomografía computarizada abdominal confirma un bezoar grande en el estómago que se extiende hacia el intestino delgado. (B) Muestra quirúrgica tricobezoar. El tricobezoar fue encontrado en una paciente de 16 años con acusada tricofagia. Fuente.
Y aquí es donde entra la
Coca-Cola. No una poción mágica preparada por un alquimista noruego, sino un
refresco con un pH más bajo que el vinagre y más secretos que un expediente de
la CIA. Desde hace décadas, los médicos han observado con una mezcla de asombro
y resignación que, cuando todo lo demás falla, unas generosas dosis de
Coca-Cola administradas por sonda nasogástrica pueden disolver bezoares con más
eficiencia que una cirugía y con menos papeleo que una operación de apéndice.
En un hospital de Japón, por
ejemplo, un paciente
se salvó del bisturí tras 12 horas de infusión continua de refresco. En
Pakistán, una serie de pacientes con bezoares provocados por la fruta
del caqui (el enemigo vegetal número uno del intestino humano) fueron
tratados con un procedimiento que yo llamaría "gastro-desatasco
burbujeante", que tuvo éxito. Incluso se han usado combinaciones más
sofisticadas como Coca-Cola
+ celulasa (una enzima vegetal que degrada la celulosa), y sí, hay quien
prefiere Diet Coke —porque, al parecer, hasta los bezoares tienen
preocupaciones calóricas.
Y no se detiene ahí. Las bebidas
carbonatadas están encontrando su nicho en otras áreas clínicas. Un trago de
agua con gas puede ayudar a tragar mejor en personas con
disfagia (dificultad para deglutir), y aunque el efecto placebo no está
descartado, tampoco lo está el que ese cosquilleo en la lengua puede despertar
reflejos deglutorios como una alarma matutina. Algunos estudios incluso
sugieren que las burbujas
dan una falsa sensación de saciedad y pueden ayudar —marginalmente, digamos
honestamente— a perder peso. Claro que también
pueden darte gases, acidez, y, con el tiempo, disolver tu esmalte dental.
Pero nadie dijo que la alquimia viniera sin riesgos.
Hay informes, aunque menos
entusiastas, sobre el uso de cola en medicina nuclear y en ciertos trastornos
del gusto causados por medicamentos
como el topiramato, donde las bebidas gaseosas de repente saben como si
hubieran olvidado cómo burbujear. Para algunas personas, eso es más traumático
que la pérdida del gusto por el chocolate.
Pero volvamos al bezoar. Quizás
lo más maravilloso de toda esta historia no sea solo que una bebida diseñada
para acompañar hamburguesas ahora se use para resolver crisis
gastrointestinales, sino que la humanidad haya pasado del miedo supersticioso
al bezoar —como antídoto místico contra venenos medievales— a usarlo como
diagnóstico clínico solucionable… con Coca-Cola.
No se me ocurre una metáfora más
perfecta del progreso médico que esta: donde antes se invocaban cabras sagradas
y reyes paranoicos, ahora bastan una sonda, una botella de cola, y una
enfermera con buen pulso.
¿Y quién sabe? Quizás, en el
futuro, las farmacias venderán pequeñas botellitas etiquetadas no como
"bebida azucarada", sino como “agente efervescente fitodisolvente,
uso clínico”.
Aunque, claro, en letras pequeñas pondrá: “caveat emptor” —el comprador debe tener cuidado. Pero esa es ya otra historia.