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miércoles, 13 de agosto de 2025

LA TORRE DEL DIABLO, UN MITO Y UN MONTÓN DE COLUMNAS PERFECTAS

 

La primera vez que vi Devils Tower hace más de veinte años pensé que alguien había perdido la cabeza con un cincel del tamaño de un rascacielos. Mi amigo, el fotógrafo científico Luis Monje, y yo viajábamos por las suaves colinas del noreste de Wyoming, tierra de pastos interminables, vacas que parecen más interesadas en ignorarte que en moverse, y ranchos que probablemente han visto más amaneceres que visitantes. 

Hasta entonces, el paisaje era una sucesión amable de ondulaciones verdes y doradas, salpicadas de pinos. Y de pronto, allí estaba: una inmensa columna pétrea que se alzaba como si la Tierra hubiera decidido improvisar un experimento arquitectónico.

A diferencia de tantas maravillas naturales, no hay un momento de “transición”. No se insinúa desde lejos como una montaña que asoma poco a poco. No. Devils Tower simplemente aparece, de golpe, como un invitado que abre la puerta sin llamar. No importa cuántas fotos hayas visto: la escala, la textura y la improbable verticalidad te dejan con la boca abierta.

Como viajero que la veía por primera vez, lo que más me fascinó no fue solo la roca; fue la narración que parecía contar sin palabras. Las leyendas indígenas hablan de niñas perseguidas por osos que, al rezar, vieron cómo la roca emergía hasta el cielo. Recordarlas junto al viento que sube en espiral por las paredes crea una atmósfera de reverencia y asombro. Pensé que todo allí existía en ese punto de tensión entre lo humano, lo sagrado y lo geológico

El nacimiento de un gigante

Geológicamente hablando, la historia de Devils Tower empieza hace unos 50 millones de años, aunque —como todo lo realmente antiguo— hay debate sobre los detalles. La explicación más aceptada dice que se formó cuando el magma caliente se filtró desde las profundidades, pero no llegó a estallar en forma de volcán. En lugar de eso, se enfrió lentamente bajo la superficie, cristalizando en esos prismas hexagonales perfectos que hoy parecen el resultado de un trabajo de escultura megalítica.

Con el paso de millones de años, las rocas más blandas que la rodeaban —areniscas, lutitas— fue erosionándose como una sábana que se va desgastando hasta dejar al descubierto la pata de la cama. Así, la torre quedó expuesta, solitaria, una especie de gigantesco dedo mineral apuntando al cielo.

Para un geólogo, este proceso es un ejemplo de lacolito o de columna de fonolita (dependiendo de a quién preguntes). Para el viajero promedio, es más fácil pensar que alguien gigantesco —quizá de la familia de Gulliver— decidió clavar allí un menhir y luego marcharse sin dar explicaciones.

Devils Tower saltó a la fama en 1977 el año del estreno de Encuentros en la Tercera Fase, una película de Steven Spielberg. 
 Un bosque vertical de columnas

Lo que me fascinó no fue solo la altura —265 metros desde la base—, sino la geometría. Toda la superficie está compuesta por columnas casi idénticas que corren de arriba abajo como los tubos de un órgano. Cada una parece tan perfectamente moldeada que cuesta creer que no haya habido una mano humana (o divina) detrás.

De hecho, este tipo de formación no es exclusivo: la Calzada del Gigante en Irlanda o el Órgano basáltico de Islandia muestran patrones similares. Pero en Devils Tower el efecto es multiplicado por la escala y por el hecho de que surge en medio de la nada, sin cordilleras que la acompañen.

La Calzada del Gigante en Irlanda del Norte parece una maqueta inacabada de Devils Tower. Foto de Luis Monje.
Caminando por la base, puedes tocar las columnas y sentir sus aristas, algunas gastadas, otras sorprendentemente afiladas. Las rocas desprendidas forman un anillo caótico de bloques al pie de la torre, como si algún dios descuidado hubiera dejado caer piezas de Lego de tamaño industrial.

Los primeros visitantes… y los verdaderos dueños

Mucho antes de que llegara cualquier explorador europeo, los pueblos indígenas ya conocían la torre y la consideraban un lugar sagrado. Tribu tras tribu —Lakota, Cheyenne, Kiowa, Arapahoe, Crow— dejó historias y nombres para ella: Bear Lodge, Mato Tipila (“Alojamiento del Oso”), Tree Rock. El nombre “Devils Tower” es, de hecho, un malentendido lingüístico del siglo XIX, cuando un traductor militar interpretó erróneamente “Bear Lodge” como “Bad God’s Tower” (Torre del Dios Maligno), y la toponimia se quedó. Así de caprichosa es la historia: un error de traducción y ya tienes un nombre que parece sacado de un cómic.

Las leyendas nativas suelen coincidir en una escena legendaria: un grupo de niñas perseguido por un oso gigante. Las niñas rezan a los espíritus para que las salven, y la tierra bajo sus pies se eleva hasta el cielo. El oso, furioso, intenta trepar, dejando con sus garras profundas marcas verticales… las mismas columnas que vemos hoy. Personalmente, me parece una explicación más divertida que la tectónica de placas, y bastante más emocionante.

Devils Tower en 1890, dieciséis años antes de que el presidente Theodore Roosevelt la declarara monumento nacional. En primer plano, el bajo nivel del río Belle Fourche es un indicio de que la foto fue tomada en otoño. Foto John Grabill.

Un imán para escaladores (y para quien tiene vértigo)

Desde que fue “descubierta” por exploradores y cartógrafos occidentales en el siglo XIX, Devils Tower se ha convertido en un imán de escaladores. La primera ascensión documentada fue en 1893 por dos rancheros locales, William Rogers y Willard Ripley, que construyeron una escalera de madera hasta la cima (la mitad aún puede verse hoy, lo cual es un testimonio tanto de su ingenio como de su falta de miedo a morir despeñados).

Hoy, subirla implica escalar por grietas entre columnas, una disciplina técnica que atrae a cientos de escaladores cada año. Eso sí, existe una moratoria voluntaria en junio para respetar las ceremonias nativas, un recordatorio de que este no es solo un reto físico, sino un lugar con profundo significado espiritual.

El regalo de Roosevelt

En 1906, Theodore Roosevelt declaró Devils Tower como el primer Monumento Nacional de Estados Unidos. Un gesto visionario, teniendo en cuenta que en ese momento la idea de proteger formaciones naturales aún estaba en pañales. Gracias a eso, la torre se ha salvado de ser explotada como cantera o de convertirse en una atracción de feria con ascensor panorámico (no lo descartes: a principios del siglo XX se propusieron cosas así).

Encuentro visual. La imagen de la izquierda lleva directamente al corazón de la experiencia: la torre emergiendo del paisaje como una escultura imponente. Esa sensación de sorpresa, de escala imposible, es exactamente lo que sentí. La superficie está compuesta por columnas casi perfectas, como si alguien hubiera tallado piedra con reglas invisibles. La imagen de la derecha presenta un mapa del área, con la torre en el centro y los senderos (como Tower Trail) delineados alrededor. 

Hoy, el área protegida abarca 5,45 km² de praderas, bosques y el río Belle Fourche, un entorno que alberga ciervos, perritos de las praderas, halcones y serpientes que parecen tan desconfiadas como los propios lugareños.

Una experiencia sensorial completa

Visitar Devils Tower no es solo mirarla. Es escuchar el viento que sube en espiral por sus paredes, oír el tambor lejano de una ceremonia tribal, ver cómo el sol proyecta sombras que recorren las columnas como si fueran manecillas gigantes. Por la mañana, la roca toma tonos dorados; al atardecer, vira a rojos y púrpuras, como si el propio magma que la creó aún se moviera en su interior.

El sendero Tower Trail rodea la base en apenas un par de kilómetros, pero tardas mucho más en recorrerlo porque cada ángulo ofrece una nueva perspectiva. A veces parece más alta, otras más ancha, y siempre, de algún modo, más improbable.

Cuando me alejé conduciendo de nuevo hacia las colinas. Devils Tower se fue encogiendo en el retrovisor hasta convertirse en un pináculo diminuto, casi un espejismo. Pensé que, geológicamente, tarde o temprano (muy tarde, millones de años), la erosión acabará por desmontarla pieza a pieza. Las columnas caerán, el núcleo se deshará, y la torre volverá a ser parte del suelo.

Pero por ahora, sigue ahí, inexplicable y sólida, un lugar donde la ciencia y el mito se dan la mano… y donde un viajero, incluso el más cínico, no puede evitar quedarse boquiabierto.