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martes, 26 de agosto de 2025

SOMBRAS QUE ILUMINAN: LECCIONES DE UN PEZ CIEGO

La naturaleza, decía Darwin en una carta de 1860 dirigida a Asa Gray, nunca deja de sorprender cuando se obstina en repetir variaciones. (Lo hacía a propósito del ojo, que tanto le incomodaba explicar en El origen de las especies). Si le resultaba difícil imaginar la construcción gradual de un órgano tan complejo, ¿qué pensaría al ver cómo ciertos animales lo pierden con entusiasmo? Quizás porque como escribió Borges en Siete noches: «Un escritor […] debe pensar que cuanto le ocurre es un instrumento; todas las cosas le han sido dadas para un fin…»

Ese es el caso del tetra mexicano (Astyanax mexicanus), un pez que ofrece lo que cabría llamar un “experimento natural repetido”. En los ríos y lagos de México y Texas nada como un pez cualquiera. Pero en cuevas sin luz, sus descendientes han perdido los ojos, no una, sino varias veces, siguiendo rutas genéticas diferentes. La paradoja no podría ser más atractiva: el órgano que solemos considerar pináculo de la evolución, extinguido porque resultaba demasiado caro.

Un ojo que nace para morir

Durante mucho tiempo, los naturalistas del XIX —entre ellos Alpheus Packard, explorador de cavernas y discípulo del gran Louis Agassiz— pensaron que los animales cavernícolas eran testimonio de la “ley de uso y desuso” de Lamarck: los ojos, al no usarse, se atrofiaban. Hoy preferimos otra explicación, más darwiniana: los ojos son muy costosos en términos de recursos y energía y en la oscuridad son un lujo. La selección natural favoreció a quienes no gastaban recursos en lo inútil. 

El detalle biológico raya en lo teatral: los embriones de peces cavernícolas comienzan a formar ojos, como sus primos de superficie, pero en cuestión de horas las células del cristalino se suicidan y el órgano entero colapsa. Es un ojo prometido que nunca llega a cumplir.


Aunque el desarrollo ocular comienza en los embriones de los tetras de las cuevas, el proceso finalmente se estanca. Al principio, se observan claras diferencias en los patrones de actividad de los genes (imagen superior) implicados en el desarrollo ocular. Como resultado, en los embriones de pez caverna, la vesícula óptica a partir de la cual se desarrolla el ojo siempre es más pequeña. Unas 24 horas después del desarrollo, las células del cristalino y la cúpula óptica, que generalmente se convierte en el resto del ojo, comienzan a morir. Después de unos cinco días, también mueren los tejidos fotosensibles en la parte posterior del ojo. Modificada a partir del original de Khrisnan & Rohner (2017). Philosophical Transactions of the Royal Society B.

Un célebre experimento del año 2000 lo demostró con contundencia. Al trasplantar un cristalino de un embrión de pez de superficie a uno de caverna, los científicos lograron rescatar un ojo completo, como si hubieran encendido una luz en medio de la penumbra. Al revés, un cristalino de caverna bastaba para condenar al ojo de superficie. El destino, parecía decirnos la biología, se escribe en miniatura.

Ganar perdiendo

Pero los tetras no son un relato de decadencia. El sacrificio ocular liberó espacio y energía para otros sentidos: más papilas gustativas, más células sensoriales en la piel, un cerebro reorganizado para procesar señales de presión y de química del agua. Aquí la evolución nos recuerda una de sus constantes: nada se pierde del todo, se transforma. 

El metabolismo del hambre 

La vida en cuevas es un laboratorio de escasez. Los peces sobreviven con excrementos de murciélago y restos orgánicos que se cuelan en época de lluvias. Han desarrollado un metabolismo voraz: almacenan grasa en exceso, muestran mutaciones que en nosotros se traducen en obesidad y diabetes, y sin embargo evitan las consecuencias fatales de esas mismas mutaciones.

Los peces presentan al menos dos mutaciones asociadas con la diabetes y la obesidad en humanos. Sin embargo, en los peces cavernícolas, estas mutaciones podrían ser la base de algunos rasgos muy útiles para un pez que a veces tiene mucha comida, pero a menudo no. Al comparar peces cavernícolas con peces de superficie mantenidos en el laboratorio en las mismas condiciones, los peces cavernícolas alimentados con cantidades regulares de alimento estándar para peces "engordan” y presentan niveles altos de azúcar en sangre, pero, sorprendentemente, no desarrollan signos evidentes de enfermedad diabética. 

Las grasas pueden ser tóxicas para los tejidos, por lo que se almacenan en las células grasas. Pero cuando estas células crecen demasiado, pueden reventar, razón por la cual observamos con frecuencia inflamación crónica en humanos y otros animales que han almacenado mucha grasa en sus tejidos. Sin embargo, un estudio de 2020 reveló que incluso los peces cavernícolas bien alimentados presentaban menos signos de inflamación en sus tejidos grasos que los peces de superficie.

Incluso en las escasas condiciones de sus cuevas, los peces de cueva salvajes a veces pueden engordar mucho. Esto se debe probablemente a que, cuando la comida acaba en la cueva, los peces la consumen al máximo, ya que puede que no haya nada más durante mucho tiempo. Irónicamente, su grasa suele ser de un amarillo brillante debido a los altos niveles de carotenoides, la sustancia de las zanahorias que tu abuela solía decir que era buena para la vista.

Lo primero que nos viene a la mente, por supuesto, es que acumulaban estos carotenoides porque no tenían ojos. En esta especie, estas ideas pueden comprobarse: los científicos pueden comparar peces de superficie (con ojos) con peces cavernícolas (sin ojos) y observar cómo son sus crías. Una vez hecho esto, los investigadores no ven ninguna relación entre la presencia o el tamaño de los ojos y la acumulación de carotenoides. Algunos peces cavernícolas sin ojos tenían grasa prácticamente blanca, lo que indica niveles más bajos de carotenoides.

En cambio, cabe pensar que estos carotenoides pueden ser otra adaptación para suprimir la inflamación, lo que podría ser importante en la naturaleza, ya que los peces de las cavernas probablemente comen en exceso cuando disponen de comida.

Otros estudios publicados en 2020 y 2022, han descubierto otras adaptaciones que parecen ayudar a controlar la inflamación. Las células de los peces cavernícolas producen niveles más bajos de ciertas moléculas llamadas citocinas que promueven la inflamación, así como niveles más bajos de especies reactivas de oxígeno (especies reactivas de oxígeno), subproductos del metabolismo que dañan los tejidos y que suelen estar elevados en personas con obesidad o diabetes.

Los tetras mexicanos que viven en aguas superficiales (izquierda) se ven radicalmente diferentes a las poblaciones que fueron arrastradas a cuevas hace generaciones (derecha). Estas diferencias no se limitan al exterior.  Foto de Daniel Castranova.

Un recurso para la ciencia

Astyanax es valioso porque mantiene ambas formas: la de superficie y la cavernícola. Esa dualidad lo convierte en un modelo de comparación directa, casi un fósil viviente en dos versiones. La mayoría de las especies cavernícolas no ofrece esa ventaja. De ahí que preservar a los tetras ciegos en su hábitat sea más que un gesto conservacionista: es proteger un laboratorio natural de la evolución.

En El origen, Darwin confesaba que imaginar el ojo como producto de selección natural lo hacía «titubear en confesar su creencia».  El tetra mexicano parece contestarle desde el eco de las cavernas: la vista no es un triunfo inmutable, sino una estrategia local. Donde sobra, se pierde. Y en perderla, surgen otras posibilidades.

Esa es la lección: la historia natural no sigue un guion ascendente hacia la perfección, sino que improvisa, retrocede, borra y reescribe. El ojo, tan alabado, se revela prescindible. Y en su desaparición, estos peces encuentran la forma de vivir.