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domingo, 24 de agosto de 2025

PARCHES ANTIMOSQUITOS: MILAGRO, MARKETING O UNA SIMPLE PEGATINA PERFUMADA

 

Si buscas protección real contra los mosquitos, confía en el DEET y no en un parche perfumado. Aunque nada impide pegárselo al bebé si quieres que huela a baño de sales mientras duerme.

El otro día, mientras paseaba por la playa, tuve en brazos a un bebé de siete meses que era, como se puede imaginar, un imán de sonrisas y arrumacos. Lo curioso no era la criatura en sí —regordeta, risueña, con ese olorcillo a galleta de arroz que tienen los bebés felices— sino un parche rosa pegado en su camiseta. La abuela, a la que conozco desde hace años y sabe de mi friquismo mosquitero, me explicó, orgullosa, que se trataba de un parche antimosquitos “natural”. Una especie de talismán químico que, al parecer, protegía a la criatura de todo insecto alado en un radio de varios metros.

El entusiasmo era general. La niña iba de brazo en brazo entre familiares que juraban que, mientras la sostenían, ni un mosquito se atrevía a acercarse. Nadie reparaba en el pequeño detalle de que era mediodía, momento en el que la mayoría de los mosquitos están tan activos como un adolescente el domingo a las siete de la mañana. Pero yo callé, en parte porque no quería arruinar la magia familiar y en parte porque me moría de curiosidad. ¿Funcionan de verdad estos parches o estamos ante otro producto digno de un catálogo de avión, al lado de los cojines cervicales inflables y las linternas que prometen alumbrar hasta el infinito?

La guerra contra las ronchas

Todos sabemos lo molesto que es un picotazo de mosquito. Primero está el momento ridículo en que uno se da cuenta: ese rascado compulsivo de tobillo bajo la mesa, la sospecha de que un bicho del tamaño de un grano de arroz depauperado ha dejado un recuerdo ardiente y feo. Y luego está el misterio de por qué algunos son objetivos preferentes mientras otros apenas reciben una picadura simbólica.

Durante años, mi madre atribuía su desgracia a tener “la sangre más dulce” de la familia. Resultó ser una explicación tan científica como las fases de la luna para la fertilidad: romántica pero incorrecta. La realidad es que los mosquitos nos eligen en función de cosas bastante más prosaicas: el olor corporal, el color de la ropa que vestimos, la cantidad de dióxido de carbono que exhalamos, e incluso factores genéticos. El grupo sanguíneo influye un poco (los del grupo O parecen ser los preferidos del menú), pero no lo suficiente como para justificar el mito de la sangre endulzada.

Por supuesto, no se trata solo de ronchas y anécdotas familiares. Los mosquitos son, con diferencia, los animales más mortíferos del planeta. No por ellos mismos, sino porque son vectores de enfermedades como malaria, dengue, zika, fiebre amarilla. En comparación, tiburones y serpientes son poco más que mascotas juguetonas. Así que, en efecto, protegerse de ellos no es un capricho: es una cuestión de salud pública.

Cuando la “naturaleza” se vende en parches

El mercado de los repelentes es amplio y variopinto. Hay sprays, cremas, velas, brazaletes, camisetas tratadas con químicos, collares ultrasónicos y ahora, claro, parches adhesivos de aceites esenciales. Estos últimos están especialmente dirigidos a un público sensible: padres que buscan opciones “naturales” para sus hijos pequeños.


La promesa suena atractiva: pegas un bonito parchecito perfumado en la ropa del niño y te olvidas de sprays pegajosos, de olores agresivos y de la sensación de estar embadurnado en productos con nombres que suenan a laboratorio de villanos. Las diferentes marcas, el gigante es Nat Pat, venden estos parches como si fueran el colmo de la innovación. Hablan de “métodos inteligentes” para enmascarar el dióxido de carbono que emitimos al respirar. Lo cual, sobre el papel, suena tan elegante como una fórmula matemática del mismísimo Einstein. El problema es que no explican cómo demonios lo hacen.

En la web de la marca, me encontré con lo que podríamos llamar un ensayo literario más que un argumento científico. Citan un estudio de 2023 que supuestamente probó la eficacia del producto. No dicen quién lo hizo, dónde, ni en qué condiciones. Lo único concreto de ese estudio: que los parches ofrecían 43 minutos de protección efectiva. Menos de lo que dura un episodio de Los Soprano.

La contradicción aumenta cuando, en la misma tienda online, recomiendan reemplazar los parches cada ocho horas. O cada siete días. Depende de la página que consultes. Es como esos restaurantes donde la carta dice que la sopa del día es de verduras, el cartel de la entrada promete pescado y el camarero insiste en que es de pollo.

Aceites esenciales: entre mito y mosquitera rota

La base de estos productos mágicos terror de los mosquitos son los aceites esenciales citronela, eucalipto limón, lavanda y otros aromas que recuerdan más a un baño de sales o a un spa que a eficacia antimosquitos. Se repite hasta la saciedad que estos aceites se han usado “desde hace cientos de años” como repelentes. Lo cual es cierto en el mismo sentido en que durante cientos de años se usaron sanguijuelas para curar las fiebres.

En realidad, la citronela ha demostrado ser más un reclamo turístico para mosquitos que un escudo. En un experimento publicado en el Journal of Insect Science, las velas de citronela no solo no redujeron las picaduras: en algunos casos las aumentaron: de hecho, casi el 91 % de los insectos se dirigieron hacia la persona, aun con la vela encendida.

En otro artículo se señala que, en algunas pruebas, la vela —junto con una persona como cebo— atrajo más mosquitos que la persona sola. Uno sospecha que los mosquitos lo perciben como un cartel de neón que anunciara: “Buffet gratis aquí”.

El eucalipto limón tiene mejores credenciales, pero la eficacia real en parches o pulseras es escasa. La concentración suele ser demasiado baja y la volatilidad demasiado alta como para mantener alejados a los insectos más allá de unos minutos.

Un demonio llamado DEET

Frente a estas dudosas alternativas, aparece el eterno villano de la película: el DEET (N,N-Dietil-meta-toluamida). Solo con pronunciarlo suena a algo que debería llevar traje protector. Y, sin embargo, es el repelente más probado y efectivo de la historia moderna.

La Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos concluyó que, usado correctamente, no representa riesgos para humanos ni para el medio ambiente. La Academia Americana de Pediatría incluso lo recomienda para niños pequeños, con dosis moderadas. Y no, no derrite plásticos ni hace que los murciélagos caigan muertos a tu alrededor, como sugieren algunos foros alarmistas.

La ironía es que el rechazo al DEET —basado en la moderna quimiofobia, ese miedo a cualquier cosa con sílabas raras— lleva a muchos padres a confiar en soluciones que son menos eficaces y, en última instancia, más peligrosas, porque dejan a los niños expuestos.

El verdadero negocio

Lo más ingenioso de todo este asunto es la astucia comercial. Si el parche no funciona, el mosquito pica. Pero no pasa nada: la misma empresa vende parches calmantes para la picazón. Es como vender paraguas agujereados y, justo al lado, ofrecer toallas para secarse. Negocio redondo.

No quiero ser demasiado irónico. Entiendo el atractivo de lo natural, del gesto simple de pegar un parchecito en la ropa de un niño. La idea tiene encanto. Pero encanto no equivale a eficacia. En la práctica, es un poco como ponerse un amuleto contra los resfriados: quizá no haga daño, pero tampoco sirve de mucho más allá del consuelo psicológico.

Al final, el episodio del bebé con parche me dejó una sonrisa y una lección. Por un lado, hay algo entrañable en la fe que ponemos en objetos pequeños y vistosos para proteger a quienes queremos. Por otro, conviene recordar que la ciencia no funciona por decreto publicitario ni por los colores de una pegatina.

Los mosquitos seguirán ahí, implacables, zumbando en la oscuridad, recordándonos que son los animales más peligrosos de la Tierra. Y la mejor defensa, hasta ahora, no viene en formato de parche con dibujos graciosos, sino en frascos con nombres largos y sospechosamente poco “naturales”. Puede que no suene poético, pero en este caso, la poesía está sobrevalorada. 

En resumen: si buscas protección real, confía en el DEET y no en un parche perfumado. Aunque, claro, nada impide pegárselo al bebé si quieres que huela a spa portátil mientras duerme la siesta.