Guillermo Fernández Vara (Olivenza, Badajoz, 1958-2025) ha fallecido este domingo a los 66 años víctima de un cáncer de estómago. Fue médico de profesión, político por vocación y, sobre todo, un extremeño convencido de que su tierra merecía más de lo que la historia le había dado. Presidió la Junta de Extremadura durante doce años, en dos etapas (2007-2011 y 2015-2023), con un estilo sereno y reflexivo que le granjeó respeto incluso entre sus adversarios.
Casado y padre de dos hijos, Vara llegó a la política desde la medicina forense. Formado en la Universidad de Extremadura, trabajó como médico en el Instituto Anatómico Forense de Badajoz antes de incorporarse al Gobierno regional en los años noventa. Allí comenzó una trayectoria marcada por la cercanía, la empatía y una vocación de servicio que nunca perdió, ni siquiera en los momentos más ásperos del debate público.
Como presidente, su sello fue la
moderación. Lejos de los aspavientos, prefería el tono de sobremesa, el
argumento pausado, la conversación larga. Gobernó en tiempos de expansión y
también en tiempos de crisis, y siempre lo hizo con una mezcla de realismo y
afecto hacia una región que conocía palmo a palmo. Apostó por la sanidad
pública, por la educación como palanca de igualdad y por una Extremadura
moderna, conectada y orgullosa de sí misma.
Su carrera política conoció
altibajos. En 2011, un pacto inédito entre Izquierda Unida y el PP dio la
presidencia a José Antonio Monago y obligó al PSOE a pasar a la oposición por
primera vez desde la Transición. Vara asumió entonces el papel de líder derrotado
con una dignidad poco habitual en la política actual. Esperó, reconstruyó su
partido desde la base y, cuatro años después, regresó al poder.
En 2023 ganó de nuevo las
elecciones, pero el pacto entre PP y Vox cerró su ciclo al frente de la Junta.
Lo hizo sin dramatismos, con la serenidad de quien entiende que la política es
una forma de servicio, no de propiedad. “Me iré cuando los ciudadanos lo
decidan”, solía decir, y así fue. Tras su salida, volvió a su escaño y,
finalmente, a su vida personal con la discreción que siempre le caracterizó.
Más allá de los balances
políticos, Fernández Vara deja el recuerdo de un hombre sensato, cordial y
tenaz. Representaba una forma de hacer política que combinaba el compromiso
ideológico con la decencia y el sentido común. Le gustaba hablar con la gente,
escuchar, discutir sin levantar la voz. En sus años de gobierno y oposición,
defendió la idea de que Extremadura no debía resignarse al papel de tierra
olvidada, sino reivindicarse como parte activa de España y de Europa.
Su muerte deja un vacío en la política extremeña y en un socialismo de raíces humanistas que encuentra en figuras como él su mejor expresión. En los últimos meses, consciente de su enfermedad, se mantuvo alejado del foco público, fiel a esa mezcla de sobriedad y pudor que definió su carácter.
Guillermo Fernández Vara fue, antes que nada, un médico. Y en su manera de ejercer la política siempre latió esa mirada clínica, compasiva y práctica, de quien intenta curar males crónicos con paciencia y humanidad. Extremadura pierde a uno de sus servidores más leales; España, a un político tranquilo, honesto y necesario.